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Las consecuencias económicas de la guerra


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Han transcurrido dos décadas y dos años del siglo XXI que están siendo horribles. Desde luego no han podido ser peores. Tres crisis en poco tiempo, aunque motivadas por causas distintas, se han producido con unas graves consecuencias económicas y sociales. La primera que estalló en 2008 tuvo un detonante en una crisis financiera que se trasladó a la economía real. La segunda, cuando la economía no se había recuperado del todo, provocada por el Covid-19. La tercera, cuando la recuperación de la economía se estaba iniciando, estalla la que se está viviendo actualmente motivada por la invasión de Rusia a Ucrania.

Los más afectados de momento son los agricultores y los transportistas. Pero no cabe duda de que se extenderá como una mancha de aceite al conjunto. El malestar social crece

Las consecuencias económicas de esta guerra son aún difíciles de evaluar, pues predomina una gran incertidumbre acerca de la duración del conflicto, que es lo que realmente determinará la mayor o menor gravedad de lo que puede suceder. Los efectos negativos se están haciendo notar ya en la subida de los precios de la energía, combustibles y productos básicos. Unos efectos que afectan a las economías domésticas, sobre todo a las de menores ingresos, y en el sector productivo y de distribución. En lo que concierne a la producción y la distribución, los más afectados de momento son los agricultores y los transportistas. Pero no cabe duda de que se extenderá como una mancha de aceite al conjunto. El malestar social crece, lo que se está comenzando a materializar en manifestaciones y huelgas, que pueden llevar consigo al desabastecimiento de algunos productos.

El crecimiento de la inflación con una desaceleración del crecimiento económico vuelve a traer el fantasma de la crisis de los setenta cuando tuvo lugar la estanflación, esto es, paro con inflación. La crisis financiera de 2008 trajo consigo el recuerdo de la Gran Depresión de los años treinta y ahora la de la década de los setenta, que han sido las grandes crisis económicas del siglo XX. La historia se repite, aunque los contextos históricos sean diferentes, y en consecuencia las repercusiones que puedan tener sobre el bienestar material. La dos crisis dieron lugar a cambios de paradigma en la teoría y en la política económica. En la primera, surgió el keynesianismo y el Estado del Bienestar. En la segunda, el neoliberalismo y monetarismo.

De momento, no se ha dado ese cambio de paradigma a nivel teórico, aunque sí en la práctica de la política económica. La crisis del Covid-19 se ha intentado combatir con políticas expansivas, al contrario que la de 2008, que se pretendió solucionar con políticas de austeridad con unas consecuencias económicas y sociales muy malas para las clases sociales de medios y bajos ingresos. Esta experiencia tan negativa, con el aumento de la desigualdad, precarización del trabajo y deterioro del Estado del Bienestar, es lo que motivó actuar de distinta manera en la crisis de la pandemia. Ahora veremos cómo se actúa para lograr evitar la creciente inflación y el más que posible incremento del paro.

Economistas y servicios de estudios han comenzado a hacer pronósticos sobre lo que puede suceder en la economía. Paul Krugman, en su artículo “Los efectos del conflicto en la economía global”, en ‘El País’ del domingo 13 de marzo, considera que la crisis energética provocada por Putin será grave, pero probablemente no catastrófica. Los alimentos pueden ser un problema mayor que la energía. Antes de la guerra, Rusia y Ucrania juntas representaban más de una cuarta parte de las exportaciones mundiales de trigo. En las regiones ricas, este aumento del precio será doloroso, pero en su mayor parte tolerable. Para los países más pobres, el golpe será mucho más duro. Por mi parte, matizo a Krugman que los costes en los países desarrollados serán también duros, lo están siendo ya, para las clases más desfavorecidas, como consecuencia de la desigualdad existente.

Catedrático emérito Universidad Complutense.