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1443: A cada año le llega su Ramadán


(Tiempo de lectura: 4 - 7 minutos)
Iraníes observando la Noche de Qadr o del Destino en el Santuario Imam Reza. Creative commons. Iraníes observando la Noche de Qadr o del Destino en el Santuario Imam Reza. Creative commons.

Para los 2,2 millones de fieles musulmanes que viven en España, el mes de Ramadán, que comenzó el pasado uno de abril y terminará el domingo uno de mayo, será particularmente duro porque a los calores casi estivales que nos castigan se une que, desde el alba hasta el anochecer, tienen prohibido comer, beber y mantener relaciones sexuales. Tal y como sucede con los cambios de fechas que afectan a las festividades religiosas cristianas de las que me ocupé en mi artículo de la semana pasada, las del islam dependen también de los movimientos del Sol y la Luna.

2022 es para los musulmanes el año 1443 de su calendario religioso, cuyo primer año comienza con la Hégira, que conmemora el viaje de Abu l-Qasim Muhammad ibn ‘Abd Allāh al-Hashimi al-Qurashi (vulgo Mahoma) desde La Meca a Medina y no al revés, como habitualmente se piensa.

Ante las dudas de cuándo tuvo lugar exactamente tan trascendental evento, el califa Umar decidió por la cara y sin más fundamento que el que otorga el poder, que el viaje de marras había ocurrido el año equivalente al 622 de la era cristiana (Umar, claro está, no tenía ni idea del calendario gregoriano, que fue inventado casi mil años después, en 1532, pero permítanme la licencia porque me viene al pelo para situarme yo y para intentar situar cronológicamente hablando a mis improbables lectores). Desde la decisión califal, los musulmanes toman el primer día del año lunar en el que se produjo la Hégira como el primero de la era musulmana. En consecuencia, el 622 de la era cristiana se convirtió en el primer año del almanaque musulmán.

La Luna ostenta dos récords: es el satélite más grande del Sistema Solar en relación con el tamaño de su planeta y es el único cuerpo celeste en el que el hombre ha realizado un descenso tripulado. La Luna tarda el mismo tiempo en dar una vuelta sobre sí misma que en torno a la Tierra, por lo que presenta siempre la misma cara (lo que inspiró, como es sabido, a Pink Floyd), es decir 27 días, 7 horas y 43 minutos, por lo que los años lunares resultan ser aproximadamente de 354 días y pico (el pico de horas, minutos y segundos pueden buscarlo en Wikipedia) y no los 365 que corresponden al año solar. El año lunar es, pues, 11 días más corto que el solar, por lo que las fechas del calendario musulmán no coinciden, obviamente, con las fechas del calendario gregoriano.

Ramadán es el nombre del noveno mes del calendario musulmán, un mes que presenta la caprichosa peculiaridad que los meses comienzan cuando es visible el primer cuarto creciente después de la luna nueva, es decir, un par de días después de esta. Determinar con exactitud cuándo se considera visible el citado cuarto es una cuestión transcendental de cara al cumplimiento de las obligaciones religiosas asociadas al islam.

 

Teniendo en cuenta que el primer telescopio no se inventó hasta que se le ocurrió al gerundense Juan Roget en 1590 (no caigan en la trampa de adjudicárselo a Galileo, a quien se le apunta todo), el califa Umar y sus asesores, faltos de instrumentación, no se anduvieron por las ramas: el mes comenzaría cuando el susodicho cuarto creciente fuera visible a simple vista. Ahí es nada. A más de dejar a ciegos y miopes fuera de juego, resulta que el Ramadán no empieza nunca en el mismo momento en dos lugares diferentes ni para dos observadores diferentes.

A Umar y su cofradía astronómica ni se les pasaba por la cabeza eso de los dos hemisferios, con sus antípodas, sus pingüinos y otras lindezas. Claro que Umar se ajustó a la profecía de Mahoma: «Ayunad a su visión y romped a su visión y si se os oculta [la Luna] concluid el mes de Ramadán contando treinta días. Igualmente, al comienzo del mes de Ramadán se contarán treinta días de sha'ban si no es visible el nacimiento de la Luna». Más claro, agua.

Como siempre hay fieles hipercríticos y un tanto impíos que cuestionan los fundamentos religiosos por preclaros que estos sean y se dedican, como si no hubiera otra cosa que hacer, a hurgar en asuntos que mejor seguirían estando quedos como han estado mil años, un astrónomo musulmán a rajatabla ha salido al quite y ofrece datos precisos acerca de cuándo fijar con exactitud el comienzo del Ramadán.

Muy oportunamente, el número 333 de la muy prestigiosa y sesuda revista científica Science se ocupó del tema en su ecléctico apartado “Ciencia y religión” en el que, con poco éxito, intenta mezclar agua con aceite y churras con merinas. Science ofreció un extracto de una entrevista con el astrónomo de origen argelino Guessoum Nidhal, un musulmán sunita, quien califica la fijación del comienzo del Ramadán como una datación «caótica y una vergüenza» para el Islam.

Muy acertadamente, el doctor Nidhal, profesor en la Universidad Americana de Sharjah en los Emiratos Árabes Unidos, comienza su meritísima disertación diciendo que el mundo es muy grande y la vista de los mortales variable (opinión apoyada unánimemente por ópticos y oftalmólogos, que de no ser así no venderían ni una escoba), factores ambos que hacen que las autoridades islámicas locales fijen el comienzo del ayuno a su bola.

Nidhal, vicepresidente de una organización internacional conocida como Proyecto de Observación de la Media Luna Islámico (ICOP), cuyos socios caben sobradamente en una furgoneta, y uno de los más prominentes defensores de un enfoque científico para la cuestión religiosa (eso de mezclar aceite y agua parece que es lo suyo), manifiesta que hay que poner fin a tamaña confusión porque le preocupa «saber si puede mantener una reunión el 30 de agosto», y porque «quiere poner al Islam en la vanguardia de la ciencia», para «poder integrar la ciencia en la vida social y cultural musulmana».

Convencido de la tontuna de que la ciencia puede ayudar a resolver problemas prácticos en la fe musulmana, allí donde le dejan perorar el astrónomo insiste en explicar cómo la moderna tecnología astronómica puede ayudar a determinar los tiempos de oración en países alejados del ecuador o a establecer la dirección de La Meca, cuestión esta última fundamental, porque según una encuesta de Metroscopia los musulmanes que viven en Lavapiés tienden a rezar mirando a El Corte Inglés. Como no podía ser menos, los beneméritos intentos de aplicar la ciencia a los rituales islámicos le han ganado a Nidhal el respeto de cuatro gatos, pero ha agitado a los fundamentalistas religiosos, los cuales, de momento, y afortunadamente para él, se limitan a ponerlo a parir por escrito.

Desde hace años Nidhal se dedica en exclusiva a diseñar programas informáticos capaces de predecir el momento exacto en que la llamada “Media Luna Roja” se hace visible esté donde esté el atribulado fiel. Con esos modelos, el iluso pero tenaz Guessoum quiere proponer sendos calendarios islámicos, uno universal, en el que el inicio de cada mes esté vinculado a un determinado día en el calendario gregoriano internacional, y otro bizonal para el cálculo por separado en varios continentes.

El tozudo (¿debería decir lunático?) Nidhal espera que los clérigos empiecen por probar homeopáticamente el calendario bizonal para luego comulgar con las ruedas de molino de la versión universal. Tarea difícil, se me antoja, porque a lo largo de la historia del islam otros muchos científicos incautos han propuesto otras soluciones racionales, pero los jerarcas eclesiásticos musulmanes, siempre con sus tiquismiquis, se han mantenido atados a sus seculares observaciones a ojo de buen cubero.

Nidhal se autodefine como un racionalista y un pragmático, pero, en su vano intento de conjugar las creencias con la mera razón, pasa por alto que, a lo largo de la evolución humana, el córtex cerebral, donde radica la inteligencia, se sobrepuso a los bulbos límbicos, que gobiernan nuestras emociones. Desde ese momento la ciencia y las creencias han seguido caminos dispares, cada vez más discordantes que ni Nidhal ni nadie puede hacer confluir por más empeño que pongan.

En resumen, que Nidhal ha optado por lo que dijo san Juan: «la verdad libera», y no por lo que recomendaba san Francisco de Quevedo: «Esas cosas, aunque sean verdad, no se han decir». Con los tiempos que corren y tal y como se las gastan algunos, más le valiera optar por san Quevedo.

Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.

En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.

Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).

En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.

En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.