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¿Es el Carpe Diem la felicidad?


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Tras dos años y medio en los que la humanidad ha vivido una pandemia, incontrolable, en sus primeras fases, que ha ocasionado, a día de hoy, más de seis millones de muertos y una incertidumbre y sufrimiento desconocidos para las generaciones actuales, tratamos de retomar nuestra cotidianeidad, a buen seguro, aprendidos sobre lo verdaderamente importante y sobre lo que el poeta romano Horacio alerto con su conocida locución: “Carpe Diem”. Un tópico literario y de nuestras conversaciones cotidianas que se utiliza como exhortación para disfrutar el momento (quizá porque la muerte acecha, aunque tratemos de abstraernos de su existencia). Es el marketiniano: “El aquí y el ahora”, que se distancia del futuro, un futuro oscilante.

El “Carpe Diem” ha fortalecido su vinculación con el fin, pues todos hemos estado expuestos a un enemigo letal, que nos ha enseñado que las certezas no existen, desestabilizando nuestra aparente homeostasis de hombres y mujeres del mundo más desarrollado.

La Real Academia define la homeostasis como la “Autorregulación de la constancia de las propiedades de un sistema influido por agentes exteriores”, en definitiva, focaliza su atención en la idea de equilibrio, un equilibrio que se desestabilizó profundamente con la llegada del SARS-CoV-2. La idea de equilibrio, asociada a la felicidad, nos lleva a preguntarnos sobre la misma en nuestra temporalidad.

La palabra felicidad es polisémica y está coligada a emociones como la satisfacción, el bienestar, la alegría, la plenitud… Nos traslada ante la palabra griega eudaimonía. Aristóteles en la Ética a Eudemo asocia la felicidad al que llama bien supremo, el Aristón, una virtud, que instala en el logos (la razón). La felicidad del hombre (y destaco hombre) es ser sabio y ser sabio consiste en cultivar la razón, a través del aprendizaje. Lo anterior lo relaciona con la moderación, con lo que a cada cual le hace feliz, con la “plenitud total” o con la “virtud total de la vida”. El segundo sentido es del de la felicidad en conexión con las querencias y afectos: sentirse querido. La tercera acepción es plantearla como un desiderátum: como bienestar. Por último, la felicidad como una “metáfora” de lo ideal, de lo que podría ser.

Actualmente, la idea de felicidad estimo adquiere unos matices que nos arraigan en el pensamiento de Aristóteles: las personas son felices (o sabias), cuando juzgan que sus vidas tienen sentido. En tiempos pandémicos: el sentido de luchar para vencer a un virus mortal y, reencontrar nuestras certezas en un punto próximo en el que las dejamos. Y, por otra parte, por juzgarnos plenos en nuestros afectos. En España, un estudio realizado por el CIS en junio de 2021[1] demostró que el 84% de los encuestados ante la pregunta ¿en qué medida en estos días está usted satisfecho/a con su vida familiar?, se posicionaron entre el 8, 9 y 10 (en una escala que significa 1 “completamente insatisfecho/a” y 10 “completamente satisfecho”).

Harriet Martineau (1802-1876), una de las sociólogas más eminentes de la historia de la disciplina, recuperada un siglo después de su fallecimiento por las también sociólogas Patricia M. Lengermann y Gillian Niebrugge, dejo escrito “… La importancia de las ventajas externas de los hombres, sus apegos y emociones internas, el orden social, se gradúan en importancia de forma precisa en cómo afectan a la felicidad general del grupo social en el que se dan”.

Muy oportuno al respecto resulta el Informe Mundial de la Felicidad 2022 (con datos relativos a 2021), realizado por la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SDSN)[2]. Se detalla que España desciende hasta el puesto 29 (sobre un total de 156 países) en el ranking de felicidad (desde el puesto 24 en 2020). Son los países europeos en los que su ciudadanía denota una mayor percepción de plenitud. Precisamente en los que su población tiene un mayor nivel de confianza en sus gobiernos y las instituciones públicas. En este sentido, los primeros puestos los han ocupado los países nórdicos, con Dinamarca e Islandia a la cabeza y los últimos los más empobrecidos del continente africano. Por su parte Serbia, Bulgaria y Rumania han subido notablemente en el escalafón, mientras que las mayores caídas se concentraron en Líbano, Venezuela y Afganistán.

Una de las conclusiones más reveladoras a las que llega es que a pesar del extraordinario sufrimiento derivado de la COVID-19, se constató un aumento muy significativo de la solidaridad: en una suerte de retorno a la perspectiva de la comunidad frente a la de la sociedad, en terminología de Ferdinand Tönnies. Como dice el famoso dicho popular “la unión hace la fuerza”, habiendose desvelado como civilización nuestra capacidad de apoyarnos en épocas oscuras (ejemplos tenemos con las guerras del pasado y actualmente con la situación en Ucrania).

A la par que encaramos y lo seguimos haciendo una enfermedad desconocida, que gracias a la ciencia llevamos a nuestro terreno, los seres humanos compartimos el desiderátum de alcanzar y mantener la felicidad. En estos términos se expresaba John Helliwell, director de programa en el Instituto Canadiense de Investigación Avanzada de la Escuela de Economía de Vancouver de la UBC, y editor del precitado informe: “El COVID-19 es la mayor crisis de salud que hemos visto en más de un siglo. (…) Ahora que tenemos dos años de evidencia, podemos evaluar no sólo la importancia de la benevolencia y la confianza, sino ver cómo estas han contribuido al bienestar durante la pandemia”.

La relevancia de este tipo de estudios es la de evaluar la percepción de la felicidad entre la ciudadanía y, desde instancias políticas, apostar por políticas públicas en pro del bienestar de la población, tanto a nivel nacional como internacional.

Dudo que el “Carpe Diem” sea la vía para alcanzar la homeostasis que todos los seres humanos necesitamos para sentir que nuestras vidas tienen sentido, aunque es innegable que nos proporciona pizquitas de esperanza e ilusión. Me instado en la idea de uno de los padres de la Sociología Augusto Comte para quien: “Vivir para los demás no es solamente una ley de deber, sino también una ley de felicidad”. De asumirla colectivamente otro cantar sería…

[1] CIS, Estudio sobre bienestar emocional (piloto cati). Junio 2020. Disponible en: http://cis.es/cis/export/sites/default/-Archivos/Marginales/3280_3299/3285/es3285mar.pdf

[2] Mide la evolución de la felicidad de los ciudadanos en los últimos años en 156 países. Se calcula teniendo en cuenta seis factores: niveles de PIB, esperanza de vida, generosidad, apoyo social, libertad, comparándolos con los de un país imaginario: Dystopia.

 

Nacida en Ingolstadt Donau (Alemania). Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. Catedrática de Sociología de la UNED. Es autora de un centenar de publicaciones sobre los impactos sociales de la Biotecnología, exclusión social, personas “sin hogar”, familia, juventud, inmigración, etc.

Es miembro y secretaria del equipo de investigación del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales (GETS) de la UNED. Ha participado en una treintena de proyectos de investigación. Es evaluadora habitual de revistas de Ciencias Sociales españolas e internacionales.

Desempeña tareas de gestión en la UNED desde el año 1996. Ha sido secretaria del Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales) y subdirectora del mismo. Asimismo, coordinadora del Máster en Problemas Sociales y del Programa de Doctorado en Análisis de los Problemas Sociales de la UNED.

En el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ha sido coordinadora y evaluadora de becas dentro del Área científica Ciencias Sociales.

Miembro de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida (1997-2010), vocal de la Comisión de Bioética de la UNED y Vocal Titular del Foro Local de “Personas sin Hogar” del Ayuntamiento de Madrid.