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Espíritu democrático


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Hace unos días se celebró en el Senado el primer Congreso Internacional sobre el Trienio Liberal (1820-1823). Ese periodo en el que, tras el alzamiento de Riego, se instauró un gobierno dispuesto a cumplir y hacer cumplir la Constitución de 1812, exigiendo al rey Fernando VII la obediencia a la misma.

En el Congreso, dirigido por los catedráticos Fernández Sarasola y Chust Calero, han participado numerosos historiadores y otros especialistas en la materia, procedentes de España, de Portugal y de varios países latinoamericanos. Sin ninguna duda, ha sido una extraordinaria oportunidad para conocer mucho mejor un periodo de nuestra historia largamente ignorado.

El Trienio Liberal, tras el alzamiento de Riego, fue una escuela de modernidad. Creo que no me equivoco al afirmar que ese breve periodo de tres años consiguió introducir el gen de la democracia en el ADN del pueblo español

El pasado forma parte del bagaje espiritual, político y cultural de una sociedad. Me atrevo a decir que es un deber ciudadano conocer nuestra historia común. Sobre todo, los momentos críticos y fundacionales. Como decía Stefan Zweig, existen momentos estelares de la Humanidad. Y en la Historia de España el Trienio Liberal fue uno de esos momentos.

En los libros de historia del franquismo se descalificaba el periodo. Se le definía como un experimento fracasado y un paréntesis convulso. Afortunadamente, ese discurso ha sido superado. Hoy han caído dos mitos del conservadurismo de los siglos XIX y XX. El primero es que, frente a ese relato del fracaso, hoy sabemos que el Trienio Liberal fue una escuela de modernidad. Creo que no me equivoco al afirmar que ese breve periodo de tres años consiguió introducir el gen de la democracia en el ADN del pueblo español.

Con el Trienio Liberal estalló la ilusión. El sistema de Gobierno y la vida política de los españoles se alineó. Como escribió muy bien el profesor Gil Novales, se trató “de una revolución que acaso todavía no ha terminado”. Gracias al reconocimiento de las libertades y a la divulgación de una nueva ideología constitucional desde el Gobierno, España pudo desembarcar en la política contemporánea.

Las normas aprobadas durante el Trienio Liberal demostraban la ambición transformadora de sus líderes: la abolición de la Inquisición, la libertad de prensa, la desamortización de bienes eclesiásticos, la Ley Orgánica del Ejército, el primer proyecto de Código Penal, la regulación de la enseñanza primaria gratuita y universal, la configuración territorial de España en 52 provincias y, como elemento clave de educación ciudadana, la creación de las Sociedades Patrióticas, verdaderos clubes de diálogo y participación ciudadana.

El otro mito que ha caído tiene que ver con el final del Trienio. Tampoco aquí fracasó el proyecto democratizador. Quien fracasó fue el absolutismo, que tuvo que recurrir a la Santa Alianza y, con ella, a una invasión extranjera, para derrocar al Gobierno constitucionalista. Incluso los sectores conservadores de la época entendieron que nada volvería a ser igual: “Algo se ha movido y ya no todo está en el lugar en el que la divina providencia lo situaba”.

Es difícil no encontrar paralelismos con lo sucedido en la Segunda República (1931-1939), también derrotada por las armas tras la trágica contienda civil, tras haber conseguido en sus primeros años avances sociales de extraordinaria importancia.

Me quedo con dos lecciones de este acercamiento a lo sucedido en el Trienio Liberal. La primera es que ningún avance social puede considerarse irreversible. Por esa razón, en esta revolución tranquila de avances democráticos, todos debemos sentirnos concernidos. Hay que mantener siempre la tensión por las libertades y por la democracia.

La segunda lección es que la voluntad del pueblo, manifestada en una Constitución democrática, perdura incluso frente a la amenaza del totalitarismo y de las armas. El esfuerzo e, incluso, el sacrificio, de los liberales del Trienio, de los republicanos de la Segunda República y de quienes lucharon para traer la democracia al final de la dictadura, conforman nuestro espíritu democrático. Hagamos también, nosotras y nosotros, que nuestra Historia sea digna de ser contada.

Presidenta del PSOE, partido del que es miembro desde 1993. Vicepresidenta Primera del Senado. Doctora en Economía por la Universidad de Roma, ha sido, entre otros cargos, secretaria de Estado de Medio Ambiente y Vivienda (1993-1996) y ministra de Medio Ambiente (2004-2008), así como embajadora de España ante la OCDE (2008-2011). Desde enero de 2013, y hasta su elección como presidenta del PSOE, ha sido consejera del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN). Es miembro del Global Sustainability Panel del secretario general de Naciones Unidas (2010-2012), de la Global Ocean Commision y de la Red española de Desarrollo Sostenible. También forma parte del colectivo Economistas frente a la Crisis.