Cuando el tiburón muerde, la ciencia devuelve el mordisco
- Escrito por Manuel Peinado Lorca
- Publicado en Opinión
El tedio de la calurosa mañana de domingo en la que acabo de escribir este artículo me lleva a enredar con el mando a distancia. Doy por azar con Megalodón, una película de cierto éxito que trata de tiburones tan monstruosos como fantásticos.
El guion está basado en el primero de los seis libros de una saga de ciencia ficción de terror de Steve Alten cuyo título genérico es Meg. La película es un trepidante thriller de acción centrado en su protagonista-héroe, el capitán y buzo Jonas Taylor y su monstruosa némesis, Meg, un insaciable monstruo de 22 metros provisto de unas aterradoras fauces de dientes afilados como bisturíes.
Carcharocles megalodon, el megalodón cinematográfico, estaba más relacionado con un grupo de tiburones extintos hace unos 2,6 millones de años que con el antepasado de los grandes tiburones blancos actuales. Los zoólogos consideran que actualmente hay entre 450 y 500 especies de tiburones. Sus tamaños oscilan desde el tiburón linterna enano Etmopterus perryi, que apenas mide un palmo, hasta el pez más grande del mundo, el tiburón ballena Rhincodon typus, un inofensivo gigante desdentado de 12 metros de largo que come plancton.
Cuando se pregunte cuáles son los animales más mortíferos que existen, quizás los primeros que vengan a su mente sean los tiburones blancos, pero en realidad son otros animales aparentemente inofensivos los más mortíferos. Como media, de los 7.900 millones de personas que nos amontonamos en el planeta, 35.000 mueren cada año atacados por nuestros amigos los perros, mientras que solamente seis mueren después de un tropiezo con tiburones. Con esas estadísticas tan abrumadoras, la pregunta es: ¿por qué tenemos tanto miedo a los tiburones?
Un tiburón linterna enano, probablemente la especie más pequeña. Wikimedia
La respuesta obvia es que innatamente sentimos miedo a lo desconocido, miedo a lo invisible; miedo a ser sorprendidos con la guardia baja; miedo al ser conscientes de que el océano no es nuestro elemento natural; miedo a ser comidos vivos; miedo, en definitiva, a que se nos recuerde que hay algo más grande y poderoso que nosotros mientras nadamos.
Todas estas son posibilidades con las que trabajan los guionistas para provocar pánico en las pantallas. Seguimos disfrutando de la representación de los grandes tiburones blancos como monstruos enloquecidos que siembran el pánico para que podamos asustarnos en la comodidad de los cines, pero por eso mismo necesitamos apreciar la diferencia entre las criaturas del mundo natural y nuestras falsas representaciones culturales.
Ciencia vs. cine
Como en muchas otras películas de ciencia ficción, Megalodón se enfrenta a algunos conceptos científicos y matemáticos. Me centraré ahora en algunos de ellos empezando por la fuerza de una mordedura capaz de hacer añicos vidrios blindados.
Como puede comprobarse en estas escenas de Jurassic Park o en la memorable de Alien cuando un alienígena trata de atravesar el vidrio de la nave espacial mientras despega, el vidrio es un excelente accesorio para las películas de monstruos.
En Megalodón vemos al tiburón gigante intentando romper las paredes de vidrio de la nave de investigación, pero sin conseguir atravesarlas. ¿Podría lograrlo si tenemos en cuenta la fuerza de mordedura de 176.519,7 newtons (18 toneladas) que la ciencia ha calculado para Carchorodon carcharias?
En primer lugar, dejemos claro que presión no es lo mismo que fuerza: la presión depende del área sobre la que se aplica la fuerza. Si se aplica la fuerza por los puntos de contacto de los dientes, como el área de contacto es pequeña la presión puede ser muy alta; por eso es por lo que los dientes puntiagudos de las sierras son los más adecuados para cortar objetos duros.
Para otorgarle a la película la oportunidad de ajustarse a la realidad por una vez, podemos suponer que el vidrio está blindado en la misma medida que el batiscafo Deepsea Challenger de James Cameron. Esa nave se probó a una presión de 114 miles de pascales (MPa).
Simplificando mucho (ignorando la carga de impacto, los ángulos de ataque y muchos otros factores), podemos calcular el área de contacto mínima requerida para que el vidrio resista:
Área = fuerza / presión = 176.519,7 newtons / 114 MPa = 0,0015 m2
Esa es un área de contacto de aproximadamente 4 x 4 cm repartida entre todos los dientes. A partir de las imágenes, parece posible que exista un área de contacto similar entre los dientes y el vidrio, lo que significa que la presión sería insuficiente para romperlo de inmediato. Ergo: aquí la ciencia da la razón a la película.
Pasemos ahora a determinar el tamaño del tiburón cinematográfico. Una escena en particular pone a prueba nuestra capacidad de comulgar con ruedas de molino. El audaz equipo comandado por Jonas Taylor envenena con éxito lo que piensan que es el megalodón y lo suben a bordo usando la grúa del barco.
El problema es doble: el tiburón que atrapan es mucho más pequeño (al menos para los espectadores) que el tiburón con el que han estado peleando durante el resto de la película. El gran tiburón todavía sigue por ahí y los aguerridos (y despistados) cazadores no se dan cuenta.
En su defensa, hay que decir que la mayoría de sus encuentros con el tiburón fueron sumergidos, en situaciones de pánico y con pocos objetos de referencia, lo que dificulta la estimación del tamaño absoluto. Los estudios de grandes tiburones ballena han demostrado que medir sus dimensiones es extremadamente difícil incluso usando tecnología láser muy avanzada.
Poca grúa para un tiburón de 50 toneladas. Imágenes de Warner Bros.
Pero ese desliz cinematográfico no es nada comparado con el error más grande de la misma escena: como se muestra en la imagen de arriba, el supuesto cadáver de megalodón será colgado en la pequeña grúa del barco. Como referencia, este es el tamaño de una grúa móvil de 50 toneladas de capacidad de carga que sería imprescindible para izar al tiburón protagonista. En este punto, nuestra fe en el tiburón suspendido suspende.
Pasemos ahora al asunto de la velocidad con la que puede navegar megalodón. Según las notas de producción de la película, el monstruo de la película puede alcanzar velocidades de más de 80 nudos (150 kph).
Uno de los tiburones vivientes más rápidos es Isurus oxyrinchus, que puede alcanzar velocidades de alrededor de 50 km/h, con picos que superan los 70 km/h en ráfagas cortas. Los rorcuales comunes más rápidos alcanzan los 40 km/h. Los submarinos más rápidos alcanzan velocidades de algo más de 75 km/h. Los torpedos convencionales superan los 110 y los torpedos supercavitantes rusos pueden alcanzar 380.
Dado que el megalodón cinematográfico parece ser un tiburón "normal" en todos los aspectos salvo por su tamaño y sin ninguna capacidad especial de supercavitación, su velocidad máxima parece optimista en el mejor de los casos.
Pasemos al menú de nuestro amigo. En la película es un insaciable monstruo que emplea buena parte de su tiempo devorando bañistas. ¿Le hace falta comer tanto? ¿Cuánto necesitaría consumir realmente para mantenerse vivo?
Un estudio que acaba de cumplir cuarenta años calculó que un tiburón de 943 kg podría sobrevivir con 30 kg de grasa durante aproximadamente mes y medio. Estudios más recientes sugieren que esa cantidad solo le duraría al tiburón unos 11 días, es decir, una tasa de consumo diario equivalente a unos tres kilos.
Las exigencias nutricionales de los tiburones más grandes se calculan elevando su peso a una potencia de aproximadamente 0,8. Si consideramos que el peso del megalodón es de 48 toneladas, el cálculo sería este:
Ingesta diaria de un megalodón = 3 kg/día x (48.000/943)0,8 = 70 kg/día
Por tanto, nuestro megalodón de pega solo necesitaría comer el equivalente a una persona de peso mediano al día. El de la película come mucho más que eso, de donde se deduce que o bien su metabolismo es desconocido entre otros escualos o, quizás, que estemos ante el primer caso de tiburón rumiante que come ahora y digiere más tarde.
Vayamos ahora con las estadísticas de ataques de tiburones. En la película, el megalodón ataca a suficientes personas como para dinamitar las estadísticas mundiales de ataques de tiburones. En realidad, es increíblemente improbable que la persona promedio sea atacada por un tiburón. La posibilidad de que una persona sea atacada por un tiburón es de alrededor de uno entre cuatro millones … a menos que una tromba de agua les arroje tiburones encima como ocurre en estas alucinantes escenas.
En conclusión: la película combina todos los clichés típicos de las películas de monstruos con unos diálogos espantosos. Es tranquilizante, por decir algo a favor, que en esta película el protagonista no sea un tiburón moderno sino una criatura fantástica de hace millones de años, lo que nos permite ser un poco más indulgentes con la fauna que nos rodea.
Manuel Peinado Lorca
Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.
En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.
Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).
En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.
En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.