El rearme crea más problemas que soluciona
- Escrito por Carlos Berzosa
- Publicado en Opinión
Los días 18 y 19 de enero de 1991 se celebraron en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense las Jornadas sobre conversión de la industria militar a la producción civil. La motivación para este encuentro venía dada por el final de la Guerra Fría, lo que llevaba a plantear la necesidad de reducir los gastos militares en todo el mundo. Una vía para avanzar en esta reducción era la conversión de las industrias del sector bélico en civil. La idea consistía en utilizar la tecnología y la mano de obra especializada en fabricar otros artículos, ya que se daba por hecho que tendría lugar la disminución de los gastos en defensa y eso podía suponer desempleo y costes sociales. Tecnológicamente era posible, tal como se presentó en diferente ponencias, pero esto chocaba con intereses económicos y políticos. Intervinieron expertos españoles y extranjeros y las ponencias se publicaron en el libro Misiles o microchips, compilado por Mariano Aguirre y Graciela Malgesini (FUHEM/Icaria, 1991).
Veo con preocupación el rearme que la OTAN propone. No creo que la paz se consiga con más armamento y el consiguiente aumento de los gastos en defensa cuando existen además tantas necesidades sociales que se han hecho más acusadas con la pandemia y con la guerra de Ucrania
Han pasado ya más de treinta años desde entonces, pero por desgracia se asiste a un nuevo rearme como consecuencia de las invasión de Ucrania por Rusia. En estos años siempre ha habido guerras, unas de baja intensidad y otras de alta, así como el terrorismo internacional, hechos que han favorecido la pervivencia del complejo militar industrial, sobre todo en Estados Unidos, de modo que esa reconversión nunca se llegó a realizar. A su vez el Informe de Desarrollo Humano de 1992 del PNUD decía: «Finalizada la Guerra Fría, con un descenso de los gastos militares, con la expansión de la libertad económica y política y con una concienciación cada vez mayor de la opinión pública en lo referente a los temas ambientales, el mundo tiene ahora una oportunidad única de romper en gran parte con el pasado. Ha llegado el momento de concertar un nuevo pacto internacional sobre desarrollo humano«. Un pacto que nunca se llegó a dar. De modo que el Dividendo por la Paz, que era uno de los puntos básicos de ese pacto, que consistía en que la reducción de los gastos militares se destinara a la cooperación al desarrollo, tampoco se cumplió.
El mundo no rompió con el pasado. Se ha avanzado poco, si es que se ha avanzado algo, en la lucha contra el cambio climático, al igual que en la cooperación al desarrollo. Todo el optimismo que se desplegó hace treinta años se ha venido abajo y una pesadilla se ha introducido en nuestras vidas. No se pensaba ni remotamente que en el mundo feliz que se anunciaba entonces íbamos a vivir los hechos que nos han sacudido en este siglo XXI. Justo ahora veo con preocupación el rearme que la OTAN propone. No creo que la paz se consiga con más armamento y el consiguiente aumento de los gastos en defensa cuando existen además tantas necesidades sociales que se han hecho más acusadas con la pandemia y con la guerra de Ucrania. Esta guerra va a traer más costes sociales que los que ya se están dando y se necesitan medios para combatir los efectos perniciosos que la inflación y el desabastecimiento de determinados productos puedan ir generando aún más de los que ya se están sufriendo, fundamentalmente en las clases sociales más desfavorecidas y los países subdesarrollados.
Soy consciente del peligro que representa Rusia y la necesidad de ayudar a Ucrania, y comprendo que el miedo que se está instalando en Europa sea el motivo por el que Suecia y Finlandia hayan pedido su entrada en la OTAN, así como que en España, según las encuestas, el apoyo a esta organización militar ascienda al 83%. Pero dudo que el camino seguido sea el correcto con el rearme, sobre todo cuando la OTAN ya tiene suficiente armamento y bastante sofisticado. Se pagan ahora los platos rotos por lo que no se hizo desde 1991. Hay desde luego responsabilidades en ello, pero no nos equivoquemos: Rusia es la única culpable de esta brutal agresión.
Carlos Berzosa
Catedrático emérito Universidad Complutense.