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Caravana abriendo fronteras: las fronteras clandestinas de ayer y hoy


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Con la ilusión reflejada en las miradas y abrazos volando al encuentro de tantos y tantas amigxs con los que se comparten utopías, sueños e ilusiones ha partido la séptima edición de la Caravana Abriendo Fronteras. Una caravana, solo interrumpida en los años de pandemia, que recorre diversos países europeos reclamando un mundo mejor, en el que la persecución del que huye en busca de mejores condiciones de vida sea sustituida por el abrazo y el cumplimiento de los derechos humanos. Una caravana de solidaridad hacia los marginados, los oprimidos, los perseguidos, los refugiados. Es la caravana de la fraternidad. Durante nueve días los componentes de esta caravana harán oír su voz por calles y plazas, sabiendo que no serán noticia de los grandes medios de comunicación, pero sabiendo que su grito unido traerá un soplo de esperanza a un mundo cada día más doliente.

Durante 9 días y más de 1.000 kilómetros está caravana de fraternidad exigirá el cumplimiento de las leyes internacionales en materia de migración y refugio, denunciará que las devoluciones en caliente están prohibidas, recordará que existe una Declaración Universal de los Derechos Humanos y que estos se instituyeron hace más de medio siglo.

Este año, bajo el nombre de Las fronteras internas europeas de ayer y de hoy, se unen pasado y presente a través de una pasarela de Memoria.

Este año, 150 personas precedentes de todos los territorios españoles se darán cita en Irún el día 15 de julio para comenzar un recorrido que irá de los Pirineos a los Alpes, terminando en Barcelona el 24 por la tarde con una gran manifestación.

La Caravana recorrerá diversos pasos de frontera clandestinos que sirvieron para salvar la vida a miles de personas españolas durante la guerra civil y la Primera y Segunda guerras mundiales y se utilizan hoy poco más que para lo mismo. Un hilo conductor que trata de unir el pasado con el presente recordando que el ser humano ha tenido siempre necesidad de huir aunque las causas cambien o las personas sean otras. Recordando que ningún ser humano es ilegal, que el derecho a buscar una vida mejor es un derecho humano reconocido en legislaciones internacionales y que el precio del ejercicio de los derechos no puede ser el perder la propia vida.

Si durante el siglo XX millares de personas recorrieron estas rutas para huir de las dictaduras y regímenes totalitarios, hoy siguen siendo utilizadas por todas aquellas que han de enfrentarse a las políticas migratorias de la UE, que vulneran sistemáticamente derechos elementales. Acostumbrados a mirar hacia el Sur no podemos olvidar la tragedia que viven las personas que intentan utilizar los pasos del Norte: este año, cinco murieron ahogadas en El Bidasoa -la prensa apenas se hizo eco de ello-, tres más fueron arrolladas por un tren en un corolario de sufrimiento y muerte.

Más de cuarenta mil personas han fallecido en su periplo migratorio. Más de treinta millones de africanos han huido de sus países de origen. Tráfico de personas cuyas dimensiones se desconocen por incontroladas, guerras conocidas como la actual de Ucrania y otras que han perdido el interés por viejas… Cifras que deberían hacer estremecer a cualquier gobierno nacional o internacional. Porque el objetivo no es levantar fronteras mortales, es algo más sencillo: adoptar las medidas que permitan la acogida en condiciones dignas y eviten tanta muerte inútil. Medidas a las que, por otro lado, entran de lleno en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Luz Modroño es doctora en psicóloga y profesora de Historia en Secundaria. Pero es, sobre todo, feminista y activista social. Desde la presidencia del Centro Unesco Madrid y antes miembro de diversas organizaciones feministas, de Derechos Humanos y ecologistas (Amigos de la Tierras, Greenpeace) se ha posicionado siempre al lado de los y las que sufren, son perseguidos o víctimas de un mundo tremendamente injusto que no logra universalizar los derechos humanos. Y considera que mientras esto no sea así, no dejarán de ser privilegios. Es ésta una máxima que, tanto desde su actividad profesional como vital, ha marcado su manera de estar en el mundo.

Actualmente en Grecia, recorre los campos de refugiados de este país, llevando ayuda humanitaria y conviviendo con los y las desheredadas de la tierra, con los huidos de la guerra, del hambre o la enfermedad. Con las perseguidas. En definitiva, con las víctimas de esta pequeña parte de la humanidad que conformamos el mundo occidental y que sobrevive a base de machacar al resto. Grecia es hoy un polvorín que puede estallar en cualquier momento. Las tensiones provocadas por la exclusión de los que se comprometió a acoger y las medidas puestas en marcha para ello están incrementando las tensiones derivadas de la ocupación tres o cuatro veces más de unos campos en los que el hacinamiento y todos los problemas derivados de ello están provocando.