Caravana abriendo fronteras en la maternidad de Elna, un aliento de esperanza
- Escrito por Luz Modroño
- Publicado en Opinión
El ayer y el hoy se dan la mano cuando de recibir fraternalmente a las personas que deciden salir de su lugar de nacimiento se trata. Los sistemas montañosos, Pirineos y Alpes, se convirtieron entre 1939 y 1945 en pasos llenos de sufrimiento para seres desesperados. Muchas de ellas mujeres y niños. ¿Quién no ha visto el rostro de aquella niña de apenas ocho o nueve años inmortalizada por Capa?
Hoy los protagonistas son otros. La necesidad de escapar, el sufrimiento del viaje y el rechazo con el que serán recibidos, los mismos. Y si la memoria de lo ocurrido, la Memoria Histórica, la memoria de los pueblos, es débil para los que pierden, para las mujeres lo es aún más. Por ello es necesario sacar a la luz el sufrimiento de aquellas que, debilitadas tras largos años de vivir bajo las bombas, con el horror de sus muertos en la retina y el llanto de sus hijos e hijas prendido a las faldas, con el temor a que esas criaturas, ajenas al horror, fueran víctimas de él, emprendieron el camino del exilio. Muchas, embarazadas y con hijos o no, eran recluidas en los campos de concentración creados al efecto. En ellos la mortalidad infantil de entre 4 y 6 años rondaba el 60 por ciento.
Y a las heroínas. En Suiza, una mujer -mujer tenía que ser-, enfermera, se estremeció al contemplar tanto dolor. Y decidió hacer “lo que tenía que hacer”: crear un lugar en el que aquellas mujeres parieran dignamente y los niños y niñas encontraran un remanso de paz. Las primeras en llegar son mujeres dadoras de vida llenas de miseria física y psíquica, que necesitan ser cuidadas con urgencia. Muchas llevan en sus vientres vida nueva. Otras las llevan de las manos.
Y, con el apoyo del Service Civil international y la Cruz Roja, que suministraría alimentos, medicinas y biberones, Elisabeth Eidenbenz funda en Elna, pequeña población del Sur de Francia, en la región del Rosellón, la que pasará a la historia como La Maternidad de Elna.
Elisabeth Eidenbenz había llegado a Madrid en 1937 formando parte del Comité Central de Solidaridad con la Infancia, organización suiza. Después continuaría su trabajo humanitario en Valencia. Terminada la guerra española regresa a Suiza, pero, consciente de que la victoria no traería la paz y con el objetivo de seguir ayudando a las mujeres vencidas, emprende la búsqueda de un espacio donde crear una maternidad.
Corría el año 1939. Elisabeth Busca urgentemente -el tiempo se agota- un lugar donde desarrollar su proyecto. Un lugar donde devolver la vida a las que solo un hilo las sujeta, y lo encuentra en un palacete art-deco, casi en ruinas, de bella factura arquitectónica de principios de siglo, destinado a devolver la sonrisa a aquellas españolas embarazadas e hijos e hijas pequeños, internadas en los campos de concentración creados por la Francia precolaboracionista para encerrar a “los indeseables” -así denominados por el ministro de interior francés- españoles republicanos. La Maternidad, que abrirá sus puertas el 5 de diciembre de 1939, contaba con unas 50 camas y cada habitación llevaba el nombre de una ciudad española.
El primer objetivo es asegurar un parto digno a las mujeres embarazadas. Estas llegan un mes antes del parto y marchan un mes después con una manta y una cuna. El primer niño nacerá con las obras de rehabilitación aún sin terminar, el 7 de diciembre de 1939. En el momento de su cierre, en 1944 y por orden de la Gestapo, habían nacido casi 600 niños.
Pronto, y ante el avance de la Guerra Europea, en 1940 la Maternidad abriría sus puertas a mujeres gitanas y judías de otras nacionalidades.
Estallada la guerra mundial, la Maternidad se verá obligada a ampliar sus actividades convirtiéndose en centro neurálgico de la ayuda humanitaria y suministradora de alimentos y medicinas para las ingresadas en los campos de Rivesaltes, primero, y Argèles y Sant Cebria posteriormente.
La política de exclusión llevada a cabo por el régimen de Vichy supuso un fuerte incremento del número de personas trasladadas a campos de concentración, y la Maternidad extenderá su original misión, incluyendo el reparto de leche a la población local. Entre 1941 y 1942 se crea en las proximidades un centro para niños enfermos que viven en los campos -enfermedades directamente relacionadas con el hambre, la tuberculosis, el tifus…- que será gestionado por la Maternidad.
Entre tanto, la vida sigue organizándose en la Maternidad. Es una vida compartida, marcada por la fraternidad y puesta al servicio de las demás: la que sabe leer ayuda a la que no sabe, se escriben cartas a las familias, se cocina arroz para todas, se responsabilizan del mantenimiento del edificio, costura, trabajos agrícolas … En definitiva, se intenta normalizar la vida cotidiana incluso con celebraciones festivas, cumpleaños, etc. El objetivo estará siempre guiado por una estrella: la de conseguir que los sueños, las rosas infantiles, no sean rotos por las bombas que caen incansables del cielo.
La vida en la Maternidad exige la colaboración de otras mujeres que se responsabilicen de los trabajos necesarios para su mantenimiento. La tenacidad de Elisabeth Eidenbenz consigue sacar a más mujeres de los campos: costureras, enfermeras, cocineras, limpiadoras…
En 1944, la Gestapo obligaría a cerrar sus puertas. Pero la Maternidad de Elna y su directora marcaron un antes y un después en la ayuda humanitaria y en la forma de colaboración con las personas atrapadas no solo en el infierno de la guerra sino también en otras situaciones límite como son los campos de refugiados actuales, tan parecidos a aquellos de concentración surgidos en el ámbito de la Segunda Guerra Mundial. Seres humanos solidarios que contrapesan el horror de los destructores de vida y aportan esperanza en un mundo en el que los valores humanos han desaparecido.
Luz Modroño
Luz Modroño es doctora en psicóloga y profesora de Historia en Secundaria. Pero es, sobre todo, feminista y activista social. Desde la presidencia del Centro Unesco Madrid y antes miembro de diversas organizaciones feministas, de Derechos Humanos y ecologistas (Amigos de la Tierras, Greenpeace) se ha posicionado siempre al lado de los y las que sufren, son perseguidos o víctimas de un mundo tremendamente injusto que no logra universalizar los derechos humanos. Y considera que mientras esto no sea así, no dejarán de ser privilegios. Es ésta una máxima que, tanto desde su actividad profesional como vital, ha marcado su manera de estar en el mundo.
Actualmente en Grecia, recorre los campos de refugiados de este país, llevando ayuda humanitaria y conviviendo con los y las desheredadas de la tierra, con los huidos de la guerra, del hambre o la enfermedad. Con las perseguidas. En definitiva, con las víctimas de esta pequeña parte de la humanidad que conformamos el mundo occidental y que sobrevive a base de machacar al resto. Grecia es hoy un polvorín que puede estallar en cualquier momento. Las tensiones provocadas por la exclusión de los que se comprometió a acoger y las medidas puestas en marcha para ello están incrementando las tensiones derivadas de la ocupación tres o cuatro veces más de unos campos en los que el hacinamiento y todos los problemas derivados de ello están provocando.
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