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Las elecciones de Brasil van más allá de una batalla entre la izquierda y la derecha: la democracia latinoamericana también está en juego


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Escribo este artículo siete horas antes de que se abran las urnas en Brasil. Cuando ustedes lo lean, conocerán los resultados. Cuando comienzo a teclear sobre mi ordenador, los intuyo gracias a las encuestas. En cualquier caso, después de que los votantes acudan a votar para elegir hoy, 2 de octubre de 2022, a un presidente podrían surgir dos “brasiles” muy diferentes.

En un escenario en el que Jair Bolsonaro, el actual presidente ultraderechista, lograra mantenerse en el poder, ya sea ganando la votación o ignorándola ilegalmente como ya lo intentó su admirado Trump, continuará empujando al país por un camino autoritario en lo político y ajeno a los grandes problemas ecológicos que no solo amenazan al segundo país con más bosques del mundo, sino que nos afectan a todos. Que Brasil renueve el mandato de un presidente negacionista frente al cambio climático es un problema global.

El proyecto de otro Brasil renovado y progresista será tarea de una amplia coalición de centroizquierda encabezada por el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva del Partido de los Trabajadores (PT), que comenzará el proceso de reconstrucción de las instituciones democráticas, que se han visto socavadas durante los cuatro años con Bolsonaro en el poder.

Observado desde lejos, la dinámica que se desarrolla en las elecciones brasileñas es un claro ejemplo de la crisis más amplia de la democracia liberal, con los autoritarios de derecha y los populistas en ascenso a nivel mundial. Pero la elección de alto riesgo que enfrentan los brasileños en estos comicios también ha sido modelada por complicadas experiencias sociales y políticas específicas de Brasil.

¿Qué pasó con la 'marea rosa'?

En la primera década del siglo XXI, Brasil lideró una “marea rosa” en la que América Latina, gobernada en gran parte por presidentes de izquierda, experimentó niveles sin precedentes de crecimiento inclusivo a través de políticas democráticas. Las políticas económicas y de bienestar de Lula, por ejemplo, sacaron a treinta millones de personas de la pobreza y brindaron a los brasileños de bajos ingresos, en su mayoría indígenas, negros y mulatos, nuevas oportunidades de movilidad ascendente.

Sin embargo, después de 2012, cuando la economía de Brasil se desaceleró, las élites tradicionales se movilizaron para impedir el avance progresista. Sus esfuerzos ganaron terreno con un explosivo escándalo de corrupción, la “Operaçao Lava Jato” (Operación Autolavado). Aunque estuvieron implicados miembros de todo el espectro político, la operación apuntó en particular al Partido de los Trabajadores y generó una ira generalizada hacia el partido.

El subsiguiente sentimiento antiizquierdista, liderado por las elites y manejado hábilmente a través de campañas en las redes sociales, creció hasta incluir a votantes de todo el espectro económico y político. Esa fue una oportunidad perfecta para que Bolsonaro, un excapitán del ejército y congresista mediocre, aprovechara el impulso de la derecha. Sobre la base de la profundización de la polarización generada por la destitución ilegítima de la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, a pesar de sus 27 años vegetando como congresista, Bolsonaro se autoproclamó como alguien ajeno al poder establecido que se encargaría de dinamitar a un sistema político corrupto: la destrucción como estrategia.

Bolsonaro, al igual que Donald Trump en Estados Unidos dos años antes, ganó las elecciones de 2018 combinando un espectáculo magistral con un lenguaje despectivo. La retórica de campaña de Bolsonaro fue explícitamente sexista, antinegra, antiindigenista y anti-LGTBI. Su victoria también estuvo ligada al hecho de que Lula, el favorito entonces como ahora, fue arrestado por cargos falsos y se le impidió competir. 

 

El expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, se dirige a sus seguidores en Río de Janeiro. Ricardo Stuckert/Facebook Lula

Reposicionando a Lula

La anulación de la condena por corrupción de Lula en 2021 lo recuperó como el candidato de la oposición más viable para la presidencia, y ha ido superando constantemente a su principal rival en las encuestas. Y aunque Lula se postula como izquierdista, muchos lo contemplan con mayor precisión como la mejor oportunidad para llevar al país de regreso a las normas democráticas.

Como presidente, Bolsonaro ha hecho alarde de su inclinación autoritaria. Elogió la dictadura de Brasil de 1964-1985, cultivó la nostalgia por el gobierno militar mientras llenaba su gabinete con generales retirados y en servicio activo, y menospreció los derechos humanos, especialmente de las minorías. A lo largo de su mandato, ha promovido activamente la destrucción de la selva amazónica y ha presentado a los pueblos indígenas y a los grupos ambientalistas como personas que trabajan en contra de los intereses de la nación.

También ha atacado sistemáticamente las instituciones democráticas del país, en particular a la Corte Suprema. Al mismo tiempo, Bolsonaro ha cometido serios errores políticos que han hecho mella en su popularidad, como su flagrante mal manejo de la crisis del COVID-19 y el retroceso de las políticas económicas y sociales populares que mejoraron la vida de los brasileños comunes.

Todo ello no impide que alrededor de un tercio de los brasileños continúen apoyando su candidatura a la reelección. Pero la erosión cada vez mayor de sus apoyos en las encuestas ha abierto el camino para que algunos conservadores moderados se unan a Lula para tratar de evitar que Bolsonaro vuelva a liderar el país.

Nostalgia de dictadura… y valores tradicionales

A pesar de las etiquetas de los partidos, esta elección es más compleja de lo que podría sugerir una óptica convencional de izquierda a derecha, porque ambos flancos del espectro político se han arraigado profundamente en la sociedad brasileña en formas transversales que abarcan la religión, la raza, el género y la sexualidad, y la clase.

Por ejemplo, algunos votantes de bajos ingresos que se beneficiaron de las políticas de Lula apoyan a Bolsonaro hoy, a menudo por indignación por los escándalos de corrupción del pasado y la precariedad económica actual a la que ellos mismos se enfrentan. Mientras tanto, la nostalgia por una dictadura militar que la mayoría de los ciudadanos nunca sufrió influye en algunos votantes, particularmente en los conservadores.

Brasil también vive un período de cambio social marcado por el avance de los derechos LGTBI y de las mujeres. Aunque muchos los aceptan, no pocos brasileños se sienten incómodos con los nuevos roles de las mujeres y con las identidades queer que prevalecen cada vez más entre la generación más joven. Estimulada por los movimientos católicos evangélicos y carismáticos, esta angustia ha despertado el anhelo de los valores “tradicionales” en la vida familiar y comunitaria, y ha visto a algunos brasileños pedir el regreso a la dictadura, afirmando que entonces la vida era más ordenada y menos violenta.

¿Y después de las elecciones?

Hasta el momento, Lula se encuentra muy por delante en las encuestas. Eligiendo estratégicamente a un excandidato presidencial centrista como compañero de fórmula para el cargo de vicepresidente, el exgobernador de São Paulo e histórico rival político del PT, Geraldo Alckmin, Lula ha combinado compromisos progresistas con promesas de seguir un rumbo económico sostenible. En definitiva, apela tanto a la izquierda como al centro.

A su vez, Bolsonaro ha convertido en su arma personal el arsenal de trucos y trampas de Trump, proclamando que aceptará la derrota en las próximas elecciones solo si él mismo considera que se llevaron a cabo de manera justa. A muchos brasileños les preocupa que, al atacar los resultados antes del día de las elecciones, Bolsonaro esté preparando el camino para tratar de mantenerse ilegalmente en el poder.

Bolsonaro ha preparado el escenario de estas elecciones atacando el sistema electoral para impugnar, en la línea de Trump, las elecciones que puede perder. Cuando los votos se depositen en las urnas, la repetición del discurso del fraude ya habrá corrompido la realidad. En esta operación sobre la subjetividad colectiva, el fraude se comete antes en el imaginario, haciendo que lo que efectivamente suceda en las elecciones, el voto, no importe. El papel principal de figuras como Bolsonaro es pronunciar lo impronunciable, abriendo una vía subjetiva para concretar el asalto al sistema democrático.

Evolución de los países dirigidos en los últimos años por gobiernos de Foro de São Paulo, un foro de partidos y grupos políticos de izquierda latinoamericanos, desde reformistas centroizquierdistas hasta colectividades políticas de izquierda revolucionaria, fundado por el Partido de los Trabajadores de Brasil en São Paulo en el año 1990. Fuente.

Algo más que el futuro de Brasil está en juego en estas elecciones. El actual regreso de la izquierda en América Latina ha renovado las esperanzas de que se reanuden los logros en la reducción de la pobreza, que despegaron hace 20 años. En lo que va del año, los izquierdistas Gabriel Boric y Gustavo Petro han ganado elecciones en Chile y Colombia, respectivamente. Ahora parece probable que Brasil se una a este grupo, moviendo el péndulo ideológico de la región hacia la izquierda en un aparente resurgimiento de la “marea rosa”.

Pero una victoria de Lula haría más que inclinar la balanza izquierda-derecha en América Latina. Lo que une a Lula, Boric y Petro es su compromiso con las agendas progresistas y su voluntad de negociar en contextos democráticos. Si Lula ganara y asumiera el cargo en Brasil, las políticas de estos líderes podrían complementar las del presidente Joe Biden en un esfuerzo global para fortalecer la democracia.

La alternativa, una victoria de Bolsonaro, o peor aún, un golpe de Estado, destrozaría estas esperanzas.

 

Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.

En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.

Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).

En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.

En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.