La crisis del Gobierno catalán
- Escrito por Javier García Fernández
- Publicado en Opinión
La esperada crisis del Gobierno catalán de coalición se ha producido. Como se comentaba en la prensa catalana, la duda era si el Gobierno estallaría en este mismo otoño o después de las elecciones municipales (Francesc-Marc Álvaro: “El rito y el lío”, La Vanguardia, 26 de septiembre de 2022). Pero Puigdemont y Borràs no han querido esperar y han preferido echarse ya al monte. ¿Por qué la crisis? ¿Qué efectos tendrá en la política catalana? ¿Qué efectos producirá en la política española?
Antes de examinar estos interrogantes conviene avanzar una reflexión que trasciende a la política catalana. Unas tres mil personas, todas ellas militantes de Junts, han decidido soberanamente sobre la política de una Comunidad Autónoma de casi ocho millones de habitantes. Hace unas pocas semanas 81.326 afilados al Partido Conservador británico eligieron Primera Ministra a Liz Truss, es decir, menos del 1’5% de la población del Reino Unido que está rozando los sesenta millones de personas. No es un fenómeno catalán, ni del resto de España, sino mundial. Los mecanismos de participación ultrademocráticos que se han generalizado en muchos partidos de todo el mundo están provocando que el cuerpo electoral de un determinado Estado o región quede relegado en beneficio de una minoría minúscula (un uno o dos por ciento de la población) que decide el destino de ese Estado o de esa región. Si a principios del siglo XX Léon Duguit hablaba de la solidaridad estrecha que hay entre el Parlamento y el cuerpo electoral y que esa solidaridad se llama representación política (L’État, les gouvernants et les agents, París, 1903, pág. 216), debemos reflexionar sobre el hecho de que un grupo ultraminoritario de un partido que, como en Cataluña, ni siquiera es el partido mayoritario en el Parlamento, adopta decisiones que cambian el rumbo de un país o de una región. Da lo mismo el error o el acierto de las decisiones adoptadas, pues lo grave, desde una perspectiva democrática, es que la democracia representativa acaba secuestrada por una minoría. El tema es para reflexionar porque no tiene solución fácil, pues es verdad que la autonomía de los partidos dentro de un Estado es un principio igualmente democrático y nada debe impedir que los afiliados a un partido decidan libremente la orientación política, el programa o los dirigentes de ese partido. No tiene soluciones fáciles, pero conviene seguir reflexionando sobre esta quiebra del principio representativo.
Tras esta primera reflexión, ¿qué ha pasado en Cataluña?
Aunque parezca que nos alejamos del tema, debemos recordar que Artur Mas contribuyó a hundir un partido sólido como era Convergència Democràtica de Catalunya (en la coalición Convergència i Unió), tanto por lanzar a su partido a una carrera independentista que lo liquidó como partido de centro, como por no atreverse a celebrar nuevas elecciones en enero en 2015. Mas no aguantó las presiones de la CUP y transformó un partido sólido como Convergència Democràtica de Cataluya en un conglomerado como Junts pel Si y Junts per Catalunya que acabó cediendo la primera posición independentista a Esquerra. El fenómeno no deja de ser curioso, mientras que CDC en sus diferentes formas y denominaciones iba perdiendo apoyo electoral otro partido independentista, Esquerra Republicana de Catalunya, iba recibiendo los votos que perdía la antigua coalición CiU. No es fácil explicar en pocas palabras las causas de ese trasvase electoral, pero me atrevería a avanzar tres circunstancias que quizá influyan en el ascenso de Esquerra sobre Junts, a saber, el giro táctico de Esquerra, el desplazamiento de los antiguos dirigentes de CDC en favor de nuevos dirigentes ajenos al partido que creó Jordi Pujol y la crecente irrelevancia de Puigdemont en la política catalana. Veamos los tres factores.
Aunque Esquerra fue el partido que el 27 de octubre de 2017 impuso a Puigdemont la declaración de independencia en lugar de la convocatoria de elecciones, ha ido evolucionando en un sentido posibilista y de reconocer implícitamente que la rebelión de septiembre-octubre de 2017 no dio resultados positivos para Cataluña. Esquerra no es un partido totalmente identificado con el posibilismo y contrario al unilateralismo, como hemos visto con las desabridas declaraciones de Junqueras contra el PSC al día siguiente de la ruptura del Gobierno y con la dura entrevista de su fugada Secretaria General Marta Rovira en La Vanguardia el 9 de octubre, pero la fracción del partido que domina el Gobierno catalán, con Aragonès a la cabeza, ha optado por una vía de no confrontación con el Estado y eso le permite ocupar, al menos parcialmente, el papel de la antigua CiU en Cataluña y en el Parlamento de España.
Ante este giro, Junts sólo puede ofrecer al electorado catalán la guerra y la confrontación con el Estado democrático. Y visto el resultado de la rebelión de 2017 (aplicación del artículo 155 de la Constitución, prisión y condena de muchos dirigentes, huida al extranjero de otros) es lógico que los ciudadanos catalanes independentistas opten por un partido posibilista antes que por una nueva guerra de guerrillas que desgasta y paraliza a la Administración catalana. Por eso Junts ha de entrar en guerra con Esquerra para desgastarla y tratar de recuperar la mayoría electoral.
El segundo factor que ha influido en el descenso electoral de Junts y en el paralelo aumento electoral de Esquerra es el desplazamiento de los antiguos dirigentes de CDC en favor de nuevos dirigentes ajenos al antiguo partido creado en 1974. Puigdemont no formaba parte del núcleo directivo como ha contado Santi Vila (“Puigdemont no soportaba las reuniones de partido ni empatizó nunca demasiado con la mayoría de los dirigentes del PDeCAT”, De héroes y traidores. El dilema de Cataluña o los diez errores del ‘procès’, Barcelona, 2018, pág. 91) y fue impuesto a Mas por grupos alejados de los fundadores como también ha contado Santi Vila. Borràs nunca fue militante de CDC y entró en la política como Consejera de Cultura de Torra. Sólo Turull procede de la antigua CDC, pero no ha tenido ganas o fuerza de marcar una posición propia. La consecuencia de este desplazamiento es que la voluntad de gobernar de CDC y de llegar a acuerdos con el Estado ya no existe en Junts. Los nuevos dirigentes de Junts, a diferencia de los de la escuela de Pujol, no tienen interés en hacer política de Gobierno, sino una política destructiva, de confrontación. Y en estos momentos esa confrontación dura de Junts refuerza a Esquerra ante el electorado catalán independentista.
La tercera causa del predominio de Esquerra sobre Junts ya es de carácter subjetivo y vuelve a afectar a Puigdemont y a Borràs. Huido a Bélgica, el primero cada vez tiene menos influencia en la política catalana y es cada vez más ignorado por los catalanes. Añádase la posición extraparlamentaria de Borràs y, aunque ella no quiere reconocerlo, es conocido que se trata de un caso de corrupción económica, no de represión política. Por eso ambos, Puigdemont y Borràs, han tenido que dar un golpe de timón que ha arrastrado al medroso Secretario General del partido, Turull, que por no atreverse ni siquiera ha sido capaz de hacer público si estaba a favor o en contra de la permanencia en el Gobierno. Turull no pasa de ser un actor secundario en la comedia de la que son protagonistas Puigdemont y Borràs con Torra como apuntador. Y no hay que ser muy malpensado para creer que al no tener nada que sacar personalmente del Gobierno estos dos personajes, a cuál más tóxico, han preferido hundir al Gobierno. Pero esa vocación en cierto modo dinamitera tampoco vende viene entre la opinión independentista catalana y ello acaba beneficiando a Esquerra.
El resultado de todo ello es que Esquerra está logrando en parte ocupar el papel de CiU. Sólo en parte, porque su izquierdismo de boquilla no le aproxima a la gran burguesía independentista que tenía a CiU como mal menor y le pone en manos, en ocasiones, de la CUP. Pero ya es, al menos hoy, el primer partido independentista de Cataluña. Lo que comporta la guerra de Junts contra su hasta ahora aliado.
¿Qué efectos tendrá esta crisis en la política catalana?
Aragonés ha tenido una salida inteligente al formar un Gobierno con independientes procedentes del PSC, de Podemos y de la antigua CDC. Inteligente, pero probablemente inútil porque los electores del PSC, de Podemos/Comunes y los antiguos de CDC ahora desorientados no se van a identificar con estas personas que después de todo no pasan de ser tránsfugas ideológicos y hasta provocan el pensamiento contrario a lo que pretende Aragonés: ¿no serían infiltrados del independentismo en sus antiguos partidos?
En todo caso, se trata de un Gobierno hiperminoritario y lo primero que habría que plantear es la legitimidad de este Gobierno. Puestos a gobernar en minoría con un muy reducido apoyo parlamentario, ¿no debería gobernar el primer partido en votos, es decir, el PSC? No será así porque no se va a plantear una nueva investidura y porque Esquerra y Aragonés están muy apalancados, pero la legitimidad parlamentaria de este nuevo Gobierno está muy mermada.
Y seguirá mermada porque todo hace pensar que no enviará al Parlamento el proyecto de ley de Presupuestos para 2023 para no tener que negociar con el PSC. Porque hoy se da una paradoja y es que el PSC, de boca de Illa, y el PSOE, de boca del Presidente Sánchez, han ofrecido apoyos al Gobierno de Esquerra para evitar nuevas elecciones y para asentar la difícil situación económica y financiera de la Comunidad Autónoma, pero Esquerra se resiste (Junqueras lo ha afirmado con brutalidad) para no proporcionar una excesiva imagen de entendimiento con el PSC y para tener manos libres para extorsionar al Gobierno en las Cortes. Todo ello hace pensar que será una legislatura agónica, donde no se aprobarán Leyes de interés para los catalanes y donde el Gobierno tendrá que defenderse de la oposición dura de Junts. Eso sí, a los nacionalistas de todo tipo (como también al PNV) se les llena la boca pidiendo nuevas transferencias, pero ¿para qué quieren más transferencias (en el supuesto de que estén constitucionalmente justificadas) si no gobiernan con las que tienen?
Por todo ello, no es imposible que si el Gobierno de Aragonés se desgasta demasiado (y puede desgarrase) acabe convocando elecciones para evitar un excesivo desprestigio de Esquerra. Pero sólo como último recurso, porque Aragonés intentará gobernar al margen del Parlamento. Esa situación favorece al PSC que demuestra ser un partido responsable que aprieta pero no ahoga, ni utiliza malas mañas para hacerse con el Gobierno. Con sensatez, el editorial de El País del 9 de octubre apuntaba que la crisis impulsaba la negociación con la izquierda, pero, como hemos visto más arriba, las respuestas de Junqueras y de Rovira hacen pensar que dentro de Esquerra hay también división entre posibilistas y esencialistas y puede resultar que Aragonés se vea atado por el ala dura de su partido.
¿Repercutirá en la política del Estado esta situación? Antes o después, aunque no lo quiera, el Gobierno catalán tendrá que pedir apoyo al PSC y ese apoyo habrá de tener su correlato en la política del Congreso. Rufián se las hacía muy felices hace muy pocos días afirmando que el Gobierno tendría que “sudar la camiseta” en los próximos Presupuestos, pero todo hace pensar que habrá de encarar esos Presupuestos con más humildad, con menos vocación extorsionadora. Por otra parte, el Gobierno del Presidente Sánchez tendrá que plantear la táctica ante la negociación con el Gobierno catalán porque ¿qué validez tienen los acuerdos con un Gobierno hiperminoritario que apenas controla su propio Parlamento?
La política catalana no sale de una crisis que se inició con el pseudo referéndum de 2017. Además, es una fuente de divisiones que hace difícil que los partidos actúen con solidez, pues incluso los más independentistas se ven cuestionados por asociaciones como la Asamblea Nacional de Cataluña que no representan a nadie, pero tienen gran influencia de la vida catalana. Los próximos años no serán fáciles para los catalanes que no podrán disfrutar de un Gobierno que reparta bienes y servicios.
Javier García Fernández
Subsecretario de Cultura y Deporte, Director general de Reclutamiento y Enseñanza Militar en el Ministerio de Defensa, Subdelegado del Gobierno en la Comunidad de Madrid, Secretario General Técnico de los Ministerios de Vivienda, Presidencia y Relaciones con las Cortes, Delegado de España en la primera reunión Intergubernamental de expertos sobre el anteproyecto de convención para la salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, organizada por la UNESCO, en los años 2002 y 2003.
Fue fundador y director del anuario Patrimonio Cultural y Derecho desde 1997. Hasta la fecha ha sido también vicepresidente de Hispania Nostra, Asociación para la defensa y promoción del Patrimonio Histórico.