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Devaluación salarial, malestar y cambio de ciclo


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Llama la atención la paradoja de la recuperación de la economía y de la mejora en la situación percibida en la mayoría de los hogares, a las que se suma una valoración positiva de las políticas del gobierno progresista en relación con el rápido cambio de ciclo en un sentido conservador que se refleja desde hace meses en las sucesivas encuestas de opinión con el sorpasso del PP y el mantenimiento, es verdad que con altibajos, del voto de ultraderecha.

Ante esta aparente contradicción resulta lógica la perplejidad de la izquierda a la par que la inmediata atribución de sus causas a la campaña sistemática de acoso, deslegitimación y confrontación, por parte de la mayoría  conservadora y a veces de ultraderecha de los medios de comunicación, tanto con la política del gobierno, como con los partidos que la conforman y con sus aliados parlamentarios.

De hecho, nunca desde el final de la dictadura han sido tan duros los términos, descalificaciones e insultos utilizados en los medios de comunicación conservadores con respecto a los comunistas, los independentistas y los que otrora daban cobertura política al terrorismo sin tener en cuenta las diferencias radicales en su compromiso contra la dictadura y en favor de la democracia.  Incluyendo además el ataque personal a los dirigentes políticos y sindicales, a los cargos públicos y a los miembros del gobierno poniendo en duda sus convicciones democráticas y sus valores éticos. 

Sin embargo, es necesario reconocer que los medios de comunicación y su orientación conservadora, salvo en las formas y el relato propios de esta polarización nacional populista, no han cambiado. Son los mismos medios de la derrota de Zapatero y de la indignación del 15M al inicio de la crisis financiera, del triunfo de Mariano Rajoy y años después también del desgaste y la crisis final de su gobierno, así como de la victoria electoral del PSOE de Sánchez y del Unidas Podemos de Iglesias hace tres años.

Lo que sí ha ocurrido, parafraseando la frase acuñada a partir del 15M por los indignados, es que el populismo ha cambiado de bando. Si hace una década el populismo fue determinante en la crisis de representación y más tarde del cambio político hacia la izquierda, sin embargo hoy el populismo es la estrategia de oposición y de acceso al poder de la derecha de la mano de la ultraderecha. Hace meses que asistimos a la recomposición populista de la derecha mediante un tándem primero entre los partidos PP y Vox y ahora con la absorción de Ciudadanos dentro de la propia derecha, una estrategia de oposición que básicamente consiste en combinar la agitación antipolítica del populismo junto al señuelo postpolítico de la gestión tecnocrática.

Una recomposición populista que va más allá de la de los partidos políticos, las instituciones y de los medios de comunicación, sino que además impregna a la sociedad civil reforzando la tradicional alianza del núcleo duro del empresariado con la derecha política y por tanto para el desgaste del gobierno y el giro a la derecha. Dicha alianza se había interrumpido, aunque solo temporalmente durante lo más duro de la pandemia, fundamentalmente por razones de mera supervivencia en un modelo económico muy dependiente del Estado. Así, la aprobación de los ERTEs, los créditos ICO y la suspensión de actividad de los autónomos, entre otros, configuraban una senda de acuerdos que se mantuvo desde la reforma de las pensiones hasta la reforma laboral primero y finalmente con el acuerdo para la aprobación del nuevo sistema de cotización de los trabajadores autónomos, de una magnitud sin más precedentes que los pactos de la Moncloa en el momento inicial de la Transición democrática. Todo ello ha permitido salvar miles de empresas, millones de empleos y ha sentado las bases de una rápida recuperación, al menos en relación a la lenta salida de la crisis financiera.

Sin embargo, con la recuperación de la economía desde 2021 este espíritu de consenso y concertación social se ha ido debilitando, y sobre todo a partir de la intensa recuperación de los beneficios y el efecto de las reformas en los sectores de la CEOE más reacios a los acuerdos y en las consiguientes demandas salariales de los trabajadores. Por eso, desde el mismo momento en que Núñez Feijóo fuera elegido presidente del PP en el mes de Abril, recuperando la línea sucesoria y la perspectiva cercana del poder, ha sido también ungido (éste sí) como candidato natural del IBEX y se ha politizado al máximo la posición de la patronal.

Por eso los empresarios no se han cuidado en mantener las formas, ni siquiera el mínimo disimulo, abandonando desde el mismo mes de mayo, la mesa de negociación abierta con los sindicatos sobre el marco del incremento de los salarios para 2022. Este bloqueo de la negociación colectiva, unido al conflicto de Ucrania y su impacto en el coste de la energía y el incremento de los precios de alquileres y alimentos, los que han provocado como principal consecuencia la acumulación de beneficios en sectores concretos y en general y el consiguiente deterioro de los salarios a lo largo de este año 2022.

En el trasfondo de los datos de bonanza de la recuperación de la economía española se encuentra sin embargo la dura pendiente en el recorte de los salarios y de las rentas correspondiente a la fuerte escalada de los precios, que junto a la subida de tipos de interés por parte del BCE supone la perspectiva de recesión europea y son la causa fundamental  del malestar social de hoy y de la incertidumbre sobre el futuro más próximo. No es extraño que el mayor rechazo a la gestión económica del gobierno en cada una de las encuestas se concentre entre las rentas más bajas. En definitiva, este es el caldo de cultivo de la agitación política y mediática de las derechas que anticipan la recesión y la ruina de España, tal y como si de nuevo nos encontramos en los prolegómenos de la crisis financiera, con el gobierno de los brotes verdes de Zapatero empeñado en ocultarla.

Pero no son solo las condiciones objetivas de la situación social de malestar e incertidumbre, ni la recomposición de la derecha en tándem con la ultraderecha las que alimentan el cambio de ciclo conservador, es también esencial el componente emocional en un clima populista, en el que el gobierno aparece asociado indefectiblemente a las malas noticias, a un malestar social difuso y al ruido político. Es por ello de la provocación de la sistemática bronca parlamentaria.

Tal parece que lo que se achaca al gobierno es el estar asociado a la fatalidad del encadenamiento de catástrofes, más que a los aciertos y errores de su gestión. Algo muy difícil de revertir si no cambian en estos próximos meses las circunstancias, que como la invasión y la guerra de Ucrania, lo han  provocado y sobre las que el margen de maniobra es mínimo. Eso explica el desánimo, la desmovilización y a veces la actitud fatalista de una parte de la izquierda social y política.

Aparte de todo esto, es verdad que también hay insuficiencias y errores a reconocer y subsanar por parte del gobierno y del conjunto de la izquierda. En este sentido, no basta el cuerpo a cuerpo con Núñez Feijóo en el Senado para debilitarlo como alternativa. Es preciso seguir poniendo en evidencia sus alianzas económicas y políticas, pero sobre todo es imprescindible un relato compartido por la izquierda y los apoyos de investidura. Esto también se ha visto facilitado por la dispersión a veces caótica y la desestructuración del proyecto político de las izquierdas lo que empaña, también, la labor del gobierno y entorpece las decisiones a largo plazo.

Para eso hay que mostrar que el verdadero pacto de rentas es la mejora de rentas salariales de trabajadores y sectores medios como la subida del salario mínimo, el ingreso mínimo de inserción, la retribución de los funcionarios y la revalorización de las pensiones. Además de continuar con el apoyo a los sectores y colectivos vulnerables frente a la inflación.

Por otro lado es imprescindible mejorar la comunicación centranda en lo urgente y lo prioritario y seleccionando para ello el marco y la agenda del debate público. Es decir, situar la agenda pública más allá del momento mediático para generar unos ritmos acordes con la complejidad y recuperar la función deliberativa del parlamento reduciendo la dimensión del conflicto espectáculo que es combustible de los populismos.

En definitiva, se trata también de recomponer la izquierda articulando en una nueva cultura política el pragmatismo del gobierno con la radicalidad de los derechos y de los valores, como también de superar el discurso antipartido para así abordar la crisis e insuficienca de la forma partido político actual y fortalecerlos como uno de los diques anti-populistas y de garantía de la presencia y la percepción social de la democracia y de la izquierda.

 

Médico de formación, fue Coordinador General de Izquierda Unida hasta 2008, diputado por Asturias y Madrid en las Cortes Generales de 2000 a 2015.