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El honor ausente


(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

Se avecinan tiempos de penurias y sacrificios. La Unión Europea ha fracasado. Se ha convertido en un territorio OTAN. La última frontera del menguante imperio del dólar.

Desunida y vacilante, Europa sigue demostrando su histórica incapacidad para recuperar la dignidad que su historia debió haberle otorgado. En su lugar, prevaleció el egoísta interés por el beneficio económico, por encima de la honorabilidad de su honroso propósito común.

El honor es una cualidad moral que lleva al sujeto a cumplir con los deberes propios respecto al prójimo y a uno mismo. Se trata de un concepto ideológico que justifica conductas y explica relaciones sociales. El honor de España se está deteriorando cuando somete sus objetivos como país al interés de poderes que le son lejanos. Tanto como los beneficios que se deducen de esas extrañas políticas.

Porque lo que hace que una conducta sea honorable dentro de una comunidad, es que existan diversas reglas compartidas que se basan en ideales respetados. Es decir, si se estafa a los ancianos ahorristas para obtener dinero, o se los deja morir en residencias que debieron protegerlos, eso no es un comportamiento honorable. Tampoco si se miente a los ciudadanos reiteradamente, como con el saqueo por la denominada crisis bancaria de los bonos basura del 2008. El señor De Guindos aún sigue rigiendo la política económica de esta cueva de lobistas en que han convertido a la UE.

Una actitud cobarde, como la de hacer recaer el peso económico de la aventura bélica sobre las espaldas más vulnerables, atenta claramente contra el honor de las personas. El honor, por tanto, está vinculado a la dignidad. Por ello, un responsable público que no respete las normas de una conducta honorable es indigno. No puede afirmarse una cosa y hacer lo opuesto. La voluntad de proseguir con esta política de recortes, manifestada por el PP y sus socios mediáticos y empresariales, cuyos resultados nos han traído hasta aquí sin lograr resultados satisfactorios para nadie, es una indignidad.

La buena reputación que una persona pueda tener está estrechamente relacionada a la palabra honor. Esta cualidad va unida indisolublemente a ella, en tanto que la reputación se caracteriza por ser honesto y leal con los compromisos que supone el mandato de los ciudadanos. Un comportamiento honorable es el de aquél sujeto que respeta esos compromisos, junto a los valores superiores de una comunidad. De lo contrario, estaría actuando cobardemente y pondría en juego su honor. Traicionaría sus compromisos.

Para las personas de bien, el honor es una cualidad humana que va unida a la virtud, al mérito y, muchas veces, al heroísmo. Porque una persona que detenta un cargo electo, designado o funcionarial, debe demostrar que es capaz de resistir a las tentaciones del dinero o del abuso del poder. Eso es heroico. Desde esa conducta, moralmente plena, el honor permite que un individuo cumpla con su deber respetando al prójimo y a sí mismo. Se trata de tener a un comportamiento adecuado y aceptado por los demás. No hacerlo es una traición al mandato o funciones para las que las lleve a cabo.

Los ciudadanos debemos hacer memoria. Recordar es una de las claves que mide la honorabilidad de las personas. Los resultados de esa medición le pertenecen al ámbito de lo personal. Sin embargo, cuando de figuras públicas se trata, entonces la transparencia debe ventilar cualquier sospecha de flaqueza frente a los poderes que se contraponen al interés general. Eso sería heroico. España necesita héroes y heroínas. Tantas como abundan en el de gran parte de españoles que han aportado de su renta personal para atender deudas que no le pertenecen. Porque hay que ser heroico para no ocupar las calles y las plazas, cuando nos vamos enterando del saqueo al que hemos sido sometidos.

Cada vez son más los españoles al borde de la pobreza.

Economista y analista político, experto en comunicación institucional.

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