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El conservadurismo encubierto de Pedro Baños


(Tiempo de lectura: 3 - 6 minutos)

Es la moda de nuestro tiempo. La derecha adopta el lenguaje de la izquierda y habla de libertad, rebeldía, inconformismo… Intenta pasar por moderna pero, a poco que uno se fije, enseguida detecta el mismo pensamiento de rancio de siempre. Lo comprobamos cuando empezamos a leer El dominio mental (2020), de Pedro Baños. En lugar de un análisis serio encontramos un libro de autoayuda con todo tipo de tópicos, destinado a infundir el miedo en los lectores incautos. Estamos manipulados. El sistema nos controla. Vivimos en Matrix.

Suerte que tenemos a personas como el propio Baños para abrirnos los ojos, aunque la fantasía ocupe, en demasiadas ocasiones, el lugar del rigor. Su lenguaje imita al de los académicos, pero solo para decir dislates. En Así se domina el mundo (2017), afirmaba que la geoestrategia ya no se limita, contra lo que su prefijo sugiere, a nuestro planeta. Todo por la “necesidad de buscar nuevas fuentes de recursos y energía, o simplemente lugares donde acomodar una población creciente en una cada vez más esquilmada superficie terrestre”. ¿Es necesario comentar unas palabras que parecen confundir la realidad con una película apocalíptica de ciencia ficción?

Saber que estamos ante un colaborador del programa sensacionalista Cuarto Milenio ya nos invita a desconfiar. Después, nuestras peores sospechas se confirman. El conspiracionismo lo invade todo. Detrás de cada cosa, incluso de la más inocua, hay un grave peligro para nuestra libertad. En más de una ocasión, la manía persecutoria se desata hasta extremos delirantes. Ni siquiera en YouTube tendríamos poder de decisión porque otros ya han establecido por nosotros que contenidos se ofrecen. Vaya. Qué decepción. Con las de veces que uno ha buscado canciones de grandes artistas que no están en la discografía oficial, entrevistas de sus escritores favoritos o documentos históricos.

Quieren que permanezcamos entretenidos, así que, si uno se busca cualquier inocente evasión, está colaborando en su propio entontecimiento. Baños repite el tópico de que el futbol es el opio del pueblo, en una demostración más de elitismo. Puesto que el balompié es un deporte popular, vamos a despreciarlo. Como si grandes intelectuales, caso, sin ir más lejos, de Albert Camus, no hubieran sido admiradores del deporte rey. Los disparates, por desgracia, no quedan aquí: el deporte, al basarse en la rivalidad entre equipos, contribuiría poderosamente a dividir a la sociedad: “Si la unión es la fuerza y nuestra supervivencia requiere de cooperación, ¿qué mejor forma de hacernos flaquear que enfrentarnos con nuestros semejantes?”.

Las nuevas tecnologías serían, por definición, una herramienta de las clases dominantes, como si la experiencia no nos enseñara que también pueden ser un arma de los dominados. ¿Cuántas veces, por ejemplo, hemos visto como una manifestación se convocaba en las redes? El mundo digital también es portador de todo tipo de contenidos contrarios al orden establecido, de forma que ahora el disidente posee unas posibilidades de documentación, formación y acción insospechadas hace no tanto tiempo.

Baños parece creer que los ciudadanos son seres por completo maleables, a los que es posible infundir cualquier idea por estúpida que sea. Él se retrata a sí mismo como un rebelde contra el sistema, una dictadura totalitaria bajo una apariencia democrática. Su discurso puede parecer de izquierdas, por su insistencia en denunciar los manejos de las élites, pero bajo un barniz de progresismo se esconde un conservadurismo inquietante. Habla mucho de ser crítico con el poder, pero después no duda en elogiar a Donald Trump al afirmar que un presidente fuerte como él era lo que Estados Unidos necesitaba.

La forma en que denuncia el “materialismo” y el “relativismo” suena, inevitablemente, a derecha. Lo mismo que sus comentarios despectivos sobre las permanentes subvenciones destinadas a mantener a un sector social. Igual pretende que este estado del bienestar que se ha ido enflaqueciendo de año en año se acabe de arrojar por la borda de una vez. En 2017 no dudaba en criticar a las ideologías que calificaba, gratuitamente, de “extremas”, porque, una vez ocupan el poder, “optan por mantener a la mayor cantidad de gente posible viviendo, directa o indirectamente, de los fondos y las ayudas estatales, con un macro-Estado que lo gestiona todo”. La apuesta por el neoliberalismo resulta más que palpable. Solo le falta decir que si los pobres se mueren, es por culpa suya.

También huele a naftalina su queja de que los medios de comunicación imponen una realidad ficticia “con la sobrerrepresentación de ciertos comportamientos, modelos de familia o preferencias sexuales”. ¿A qué se refiere? ¿Le disgusta la lucha de homosexuales y transexuales por sus derechos? Nuestro aparente rebelde, como podemos ver, aparece de lo más tradicional cuando rascamos un poco. Qué curioso de que critique al sistema educativo por fabricar “dogmáticos y radicales”, como si ser radical fuera algo malo y no la cualidad del que va a la raíz de las cosas y se compromete con ellas hasta el fondo.

Visto lo visto, a nadie extrañará que Baños se encuentre entre el profesorado del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP), creado, nada menos, que por Marion Maréchal, la nieta del político extremista Jean-Marie Le Pen. Este organismo ha sido definido como una escuela para la futura elite ultra.

La forma en que nuestro autor busca asustar a su público es, como mínimo, irresponsable. Hace que piensen, por ejemplo, en un complot para alterar el comportamiento de la gente a través de la introducción de según que fármacos en el conducto del agua. Respecto a la epidemia de la Covid-19, Baños se abona, con la misma ligereza, a la tesis de que hay un plan para recortar nuestras libertades con el pretexto de protegernos. Como buen conspiracionista, lo que hace, una y otra vez, es ofrecer explicaciones simples para problemas complejos. En Así se domina el mundo sugería que los gobiernos no acaban con el crimen organizado porque no les interesa. Si quisieran, bastaría un poco de mano dura. Solo haría falta cambiar “Inmediatamente las laxas leyes actuales de las que se aprovechan los delincuentes”. Ya podemos tirar, por tanto, las garantías judiciales al cubo de la basura. Lo correcto sería explicar a la gente que nuestras normas están para protegernos de denuncias falsas, que el sistema se basa en que es mejor que un culpable esté libre a que un inocente esté en prisión. En lugar de eso, ¿qué encontramos? Sospechas venenosas.

El que esto escribe, amante del jamón ibérico, no comparte las ideas de los veganos, pero no puede evitar ponerse de su parte cuando se comparan sus creencias con las prácticas de ciertas sectas, en las que la privación de alimento se utiliza como técnica de control. Una vez más, todo se saca de quicio. No hay análisis, solo charlatanería y paternalismo, mucho paternalismo. Si no piensas cómo yo, es que estás manipulado. Ven, que voy a enseñarte a pensar por ti mismo.

 

Francisco Martínez Hoyos (Barcelona, 1972) se doctoró con una tesis sobre JOC (Juventud Obrera Cristiana). Volvió a profundizar en la historia de los cristianos progresistas en otros estudios, como su biografía de Alfonso Carlos Comín (Rubeo, 2009) o la obra de síntesis La Iglesia rebelde (Punto de Vista, 2013). Por otra parte, se ha interesado profundamente en el pasado americano, con Francisco de Miranda (Arpegio, 2012), La revolución mexicana (Nowtilus, 2015), Kennedy (Sílex, 2017), El indigenismo (Cátedra, 2018), Las Libertadoras (Crítica, 2019) o Che Guevara (Renacimiento, 2020). Antiguo director de la revista académica Historia, Antropología y Fuentes Orales, colabora en medios como Historia y Vida, Diario16, El Ciervo o Claves de Razón Práctica, entre otros.