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Europa, nuestro horizonte


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Con motivo del aniversario de la victoria electoral de Felipe González en 1982, Pedro Sánchez se refirió al profundo sentimiento europeísta del pueblo español: un sentimiento que ha resistido incluso a la decepción provocada a causa de las medidas de austeridad impuestas por las instituciones comunitarias durante la crisis económica de 2008. Y entre las razones mencionadas en su intervención, el presidente señaló la importantísima influencia de la vivencia de los emigrantes españoles, que durante los largos años del franquismo descubrían, más allá de nuestras fronteras, sociedades libres y prósperas, muy diferentes de su país natal.

La mayoría de aquellos hombres y mujeres que consiguieron trabajo en el extranjero, haciendo frente a numerosos obstáculos, volvieron a España con un sueño en sus corazones: deseaban, con todas sus fuerzas, que sus hijos y sus nietos pudieran vivir algún día en un país semejante al que les había acogido. Europa encarnaba ese sueño, vedado hasta la muerte del dictador y la llegada de la democracia.

Como señalaba Pedro Sánchez en su intervención el pasado sábado, los españoles no nos sentimos europeos sólo por interés, sino también por convicción: identificamos al proyecto europeo como el garante de la democracia y del progreso, de la libertad y de la prosperidad

Ese europeísmo, nacido desde la dura experiencia vital de la emigración, se sumaba al europeísmo ilustrado de los intelectuales, consolidado desde hacía décadas como reacción al declive político y cultural de España.

Yo misma experimenté en mi juventud ese mismo anhelo de ciudadanía europea; crecí en Roma, gracias al trabajo de mis padres como corresponsales de medios españoles, en una época en que la distancia entre España e Italia era sideral. Recuerdo la mezcla de emociones, desde la rabia a la vergüenza, que sentía cuando veníamos a pasar unos días a un Madrid triste y oscuro, tan diferente del vibrante ambiente de mi ciudad de acogida.

Fue precisamente esa comparación entre ambos países la que me hizo interesarme, desde muy temprano, por la política; y la que me impulsó, ya en la Universidad, hacia el estudio de las instituciones europeas.

Para quienes teníamos, por una u otra circunstancia, el privilegio de conocer la realidad del otro lado de los Pirineos, era lógico que deseáramos esa realidad para España. Por eso, como señalaba Pedro Sánchez en su intervención el pasado sábado, los españoles no nos sentimos europeos solo por interés –España es uno de los países que más se ha beneficiado de su pertenencia a la Unión Europea–, sino también por convicción: identificamos al proyecto europeo como el garante de la democracia y del progreso, de la libertad y de la prosperidad.

Y ahora nos toca, como a todos los países miembros de la UE, contribuir a un nuevo avance de ese proceso de integración del que somos también protagonistas.

La guerra de Putin contra Ucrania ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de la economía europea –excesivamente dependiente de recursos energéticos procedentes de terceros países, y en particular de Rusia–, así como las dificultades para adoptar en la UE decisiones estratégicas, derivadas de la regla de la unanimidad –que permite a cualquiera de los 27 estados miembros vetar dichas decisiones–.

El contexto internacional y los desafíos globales son hoy muy diferentes a los de la década de los ochenta, cuando España se incorporó a las entonces denominadas Comunidades Europeas. En aquel momento no se cuestionaba el paradigma económico dominante, ni sus consecuencias sociales y ambientales. Hoy existe un amplio consenso sobre la urgencia de combatir la pobreza y las desigualdades (no sólo por razones éticas), así como de abordar la emergencia climática, para garantizar paz, seguridad y prosperidad. Incluso organismos internacionales como la OCDE, el FMI o el BM, que hasta hace pocos años no consideraban prioritarias dichas urgencias, recomiendan hoy medidas de justicia social y ambiental. Y la UE es el único espacio que ha realizado avances en esta dirección, aunque resulten aún insuficientes y se vean además amenazados por el creciente protagonismo de partidos políticos de extrema derecha, con planteamientos negacionistas tanto en lo social como en lo ambiental.

El europeísmo se conjuga hoy con nuevas perspectivas: pero Europa sigue siendo el horizonte de quienes defendemos la libertad y el progreso.

 

Presidenta del PSOE, partido del que es miembro desde 1993. Vicepresidenta Primera del Senado. Doctora en Economía por la Universidad de Roma, ha sido, entre otros cargos, secretaria de Estado de Medio Ambiente y Vivienda (1993-1996) y ministra de Medio Ambiente (2004-2008), así como embajadora de España ante la OCDE (2008-2011). Desde enero de 2013, y hasta su elección como presidenta del PSOE, ha sido consejera del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN). Es miembro del Global Sustainability Panel del secretario general de Naciones Unidas (2010-2012), de la Global Ocean Commision y de la Red española de Desarrollo Sostenible. También forma parte del colectivo Economistas frente a la Crisis.