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Rompiendo estereotipos sobre las personas en situación de “sin hogar”


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Eric Pouhier/Wikimedia, CC BY-NC Eric Pouhier/Wikimedia, CC BY-NC

El pasado 19 de octubre el Instituto Nacional de Estadística presentó los resultados de la Encuesta a las personas sin hogar 2022 (10 años después de la última y 22 de la primera en 2020). Especialmente consignable es que desde el año 2010 al 2022 hayan aumentado los usuarios atendidos en centros asistenciales de alojamiento y restauración dispuestos para esta población por toda la geografía de nuestro país. De hecho, si en 2010 estos dispositivos alojaron diariamente a una media de 13.701 personas, en 2012 a 22.938 y en 2022 a 28.552. Lo cual evidencia un aumento de más del 100% respecto al año 2020 y de un 24,5% en relación a 2012.

Aunque existen estudiosos y grupos de investigación que, desde hace décadas, se ocupan de tan invisibilizado hecho social, grande es el desconocimiento por parte de la ciudadanía sobre el fenómeno del “sinhogarismo”, de tal suerte que circulan estereotipos sobre estos hombres y mujeres, nada certeros en sus apreciaciones, y a buen seguro construidos con una intencionalidad de culpabilización de las personas que entran en la exclusión más desalmada. Hacer pedagogía y sensibilizar a la opinión pública es preceptivo como ciudadanos de bien.

Nos vamos a ocupar de “romper” algunos de los estereotipos coligados a este sector social, mostrando que las razones que los han llevado a sus contingencias vitales. Según la Encuesta a las personas sin hogar 2022 se circunscriben fundamentalmente a: “… tener que empezar de cero tras llegar de otro país” (28,8%), “la pérdida del trabajo” (26,8%) y/o “el desahucio de su vivienda” (16,1%).

Está probada la variedad de sucesos estresantes que padecen antes de los 18 años, los más reveladores y cito literal: la “falta de dinero” (45,1%), el “fallecimiento de algún miembro” de su familia (37,1%), el paro prolongado de algún miembro de su familia (27,3%) y problemáticas como: “graves peleas y conflictos entre los padres” (23,7%), “problemas de alcoholismo en la familia o de usted mismo” (22%), “enfermedad, incapacidad o accidentes graves de los padres” (21,5%), “problemas de violencia en la familia” (20,4%), “divorcio de los padres, abandono de uno de los padres” (20,1%), “entorno familiar con problemas o conflictos graves” (20%), “conflictos graves entre usted y alguien de su familia” (18,8%), “cambios frecuentes de lugar de residencia” (14,6%) y, en menor medida: “desalojo de la familia de su vivienda” (6,2%) o que “alguno de sus padres estuvo en prisión” (5,6%). Como vemos la variable familiar adquiere un papel de primer nivel en los procesos hacia la exclusión social más radical.

Un estereotipo es que involucra exclusivamente a los varones. Las informaciones del INE confirman que el 23,3% son mujeres (el 19,7% en 2012), lo que supone una subida relevante. Una razón que lo explica pudiera ser que, aunque en verdad hay menos mujeres, utilizan en mayor medida los recursos disponibles, por lo que sus circunstancias no son tan notorias para el resto de la ciudadanía.

Existe una percepción pública errónea sobre su elevada edad. Hasta finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo XX su perfil sociodemográfico era el de la figura del transeúnte. Un varón de edad madura que se desplazaba de un lugar a otro, con un modus vivendi de supervivencia. A raíz de la crisis económica de la pasada década se revitalizó con la especificidad de tratarse de jóvenes, en convivencia con personas maduras y de edad avanzada. La Encuesta a las personas sin hogar 2022 revalida una edad media de 42,9 años (42,7 en 2012). Además, cada vez hay más jóvenes (un 21,1% tienen entre 18 y 29 años, el 19,3% en 2012), las personas mayores de 64 años siguen siendo minoría, aunque se conforme una tendencia in crescendo de este subsector (3,9% en 2012 y 5,5% en 2022), concentrándose entre los 45 y los 64 años el grueso (43,3%), a distancia de los de 30 a 44 años (30%).

Por otro lado, los que tienen nacionalidad española (50,1%) superan a los extranjeros (49,9%, 32,4% en 2012). Éstos proceden de África (53,3%), de América (25,9%), y de Europa (16,7%). Respecto al tiempo de estancia en España, el 43,1% llevan más de 5 años.

En cuanto a la edad, otro estereotipo recurrente es que se trata de personas sin estudios, ni cultura. El 65% dispone de educación secundaria (60,3 en 2012), el 11,3% (11,8% en 2012), el 12,4% entre las mujeres, frente al 7,7% de los varones cuenta con estudios superiores (universitarios o no) y el 23,8% se instala en estudios primarios o inferiores. Quizá lo más significativo de lo anterior sea el apreciable porcentaje de individuos con estudios superiores (distinguidamente las mujeres), un hecho que va tomando forma en las últimas décadas y que también se acredita en los nueve recuentos sobre personas “sin hogar” celebrados en la cuidad de Madrid (2006-2018). Otro dato ilustrativo es que la edad media de finalización/abandono de los estudios es de 16,9 años.

Se valora que se trata de personas que abusan del consumo de drogas y del alcohol. Si nos atenemos a la Encuesta a las personas sin hogar 2022, teniendo en cuenta las respuestas ofrecidas por los propios entrevistados y la delicadeza del tema, el 55,6% indicó no consumir alcohol (49,8% de los españoles versus 61,4% de los extranjeros). En paralelo, el 57,7% (62,7% en 2012) manifestó que nunca había consumido drogas.

También circula el estereotipo de que son enfermos mentales. Según el INE el 37,4% (29,1% en 2012) declara sufrir alguna enfermedad crónica (35,5% de los varones frente al 43,6% de las mujeres), siendo la más frecuente el trastorno mental (9,4% del total). Expresivo sobre su realidad es que el 59,6% presenta síntomas depresivos (67,8% entre las mujeres). Si se compara con la población “normalizada”, según la Encuesta Europea de Salud 2020, estos síntomas afectaban al 12,9% (16,6% entre las mujeres)

Es una problemática humana y social que nos debería hacer pensar sobre los efectos que ha tenido en nuestro país la política de desinstitucionalización de los hospitales psiquiátricos, al que habría que dar una solución social y sanitaria, por ética y por sentido de humanidad.

Un tema poco estudiado es la incidencia de la discapacidad entre este sector social, constatándose que atañe al 20,5% (el 19,5% tiene un grado de discapacidad igual o superior al 33%). A los anteriores añadir a aquellas personas que no tienen su discapacidad reconocida.

Habrán detectado ideas asociadas a que dan miedo y que son una fuente de inseguridad. Nada más lejos de la realidad. El 50,3% han sido víctimas de actos violentos (insultos (68,9%), amenazas e insultos (68,9%), robos (65,2%), agresiones (39%), agresiones sexuales (8,5% en su conjunto y entre el 21,9% de las mujeres), timos (38,2%)…). Es reseñable que el 79,1% no se sientan discriminados (76,1% los españoles frente al 82,2% los extranjeros)

Finalmente, muy posiblemente hayan escuchado frases del tipo “encontrarse en la calle nos puede pasar a cualquiera”. En sociedades como la nuestra está advertido que se ha ampliado la franja de vulnerabilidad. Reconocer a su vez que las personas “sin hogar” viven una media de entre 7 y 8 sucesos estresantes traumáticos a lo largo de sus vidas. Muchos de ellos tienen lugar antes de los 18 años, los más prevalentes, son la falta de dinero o el fallecimiento de un miembro de la unidad familiar, ambos entorno al 41%. El 36,3% han sufrido situaciones de peleas o conflictos graves entre sus padres o de violencia en la familia y el 23,6% han sufrido la enfermedad grave de alguno de sus progenitores. Con estos antecedentes quedaría refutada la visión sobre que nadie está ajeno a deslizarse hacia la exclusión más extrema, y desde luego sancionada la perspectiva de que unos más que otros.

Decía Cicerón que “La justicia no espera ningún premio. Se la acepta por ella misma. Y de igual manera son todas las virtudes”. Juzgo que este es el espíritu que debería guiar la mirada ciudadana y las actuaciones institucionales hacia aquellos que por haberlo perdido todo han perdido las riendas de sus vidas.

 

Nacida en Ingolstadt Donau (Alemania). Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. Catedrática de Sociología de la UNED. Es autora de un centenar de publicaciones sobre los impactos sociales de la Biotecnología, exclusión social, personas “sin hogar”, familia, juventud, inmigración, etc.

Es miembro y secretaria del equipo de investigación del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales (GETS) de la UNED. Ha participado en una treintena de proyectos de investigación. Es evaluadora habitual de revistas de Ciencias Sociales españolas e internacionales.

Desempeña tareas de gestión en la UNED desde el año 1996. Ha sido secretaria del Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales) y subdirectora del mismo. Asimismo, coordinadora del Máster en Problemas Sociales y del Programa de Doctorado en Análisis de los Problemas Sociales de la UNED.

En el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ha sido coordinadora y evaluadora de becas dentro del Área científica Ciencias Sociales.

Miembro de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida (1997-2010), vocal de la Comisión de Bioética de la UNED y Vocal Titular del Foro Local de “Personas sin Hogar” del Ayuntamiento de Madrid.