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La clavícula roja de Marta Sanz


(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

En España, si lo que se pretende es vivir de la literatura, estamos ante una misión (casi) imposible, siempre que se trabaje con materiales específicamente literarios. Es tanto como aventurarse a un viaje abismal donde el hambre pierde elegante y ramonianamente la hache. Otra cosa es vivirse con la literatura y para ella. Incluso los autores de éxito precisan abastecerse en los alrededores de la creación: periódicos, conferencias… Entre quienes se viven literariamente tenemos hoy en España pocos escritores(as) tan vocacionalmente entregados a su oficio, tan arriesgados, tan aventureros del lenguaje como Marta Sanz. Por su ambición recuerda empeños de largo alcance como los de Martín Santos, Miguel Espinosa o su admirado Rafael Chirbes. A Marta le gusta escribirse y escribir en cueros, a cuerpo limpio, en un ejercicio fascinante, y también peligroso, donde no esconde sus miedos ni su dolor y enseña las cartas como una maga que se sincera y hace trampas, que en eso consiste el fabuloso mundo de la literatura.

Marta Sanz vive decorosamente de lo que escribe, y de su entorno, porque ha logrado hacerse un nombre y un hueco en el afanoso mundo de los escritores. Su producción destaca por la calidad y por la cantidad, se interna por igual en la novela, el ensayo o la poesía, rompe las costuras de los géneros e improvisa un autorretrato, una autopsia o un baile de disfraces, donde las palabras se esconden, se camuflan, se disfrazan de otras palabras. Marta trabaja con pico y pala en los yacimientos del idioma de donde, sin ahorrarse sudores, extrae frases hechas, lugares comunes, cultismos o palabras inventadas como piedras preciosas y sobre todo precisas. En el fondo le gusta plantarse ante el folio en blanco, sin invitar a las musas, y perderse por entre los renglones a los que, de pronto, convierte en una olla podrida donde todo alimenta. Marta Sanz es una escritora del yo, pero no del yo narcisista que se derrite ante el espejo, sino del yo que se mira, se desespera, rompe el espejo y lo reconstruye pedacito a pedacito, hasta crear un nuevo espejo. En su libro “La lección de anatomía” cuenta que tardó mucho tiempo en aprender a atarse los cordones de los zapatos (conozco a otro que tal) y hace una confesión extraordinaria: con once años juró solemnemente ante un grupo de amigas que nunca sufriría un parto. ¿El motivo? El horroroso realismo minucioso, y forzosamente sucio, con que su madre le relató lo que le costó traerla a ella al mundo. En su última novela hasta ahora, “pequeñas mujeres rojas”, relata la búsqueda de unas fosas de la guerra civil, en un pueblo perdido de lo que se ha dado en llamar la España vacía, una historia de terror habitada por monstruos inevitablemente humanos. La narradora busca los huesos de los asesinados por los falangistas, en tanto la escritora cava zanjas para aprovisionarse de materiales narrativos con los que pintar un cuadro de un crudo realismo expresionista.

En “Daniela Astor y la caja negra”, Sanz se interna en los años adorablemente locos del destape (lo digo desde mi entusiasmo adolescente de lector de “Interviú”) y no lo hace con la pretensión de trazar un cuadro en negro de ese tiempo, sino al revés, para valorar lo que la época tuvo de liberación también para las mujeres, para su cuerpo, sin por ello eludir otros precipitados críticos. Y en “Corporéa”, volumen que recoge su poesía entre 2010 y 2022 descubrimos un mundo lírico rico y variado, que no habita en un espacio distinto del que conforma su prosa, sino que ahonda en su modo de entender el mundo. En “Corpórea” encontramos versos como estos:

“Mi tía murió,

víctima de un linfoma,

un siete –quizá un ocho-

de septiembre

de mil novecientos noventa y uno.

La expusimos en el tanatorio

y le prendimos fuego.

No le quedaba ni un pelo en la cabeza”.

 

O esta otra confesión:

“Soy una mujer de éxito llena de tristeza. Temo que se mueran mis padres. Mi marido está en el paro. Trabajo sin cesar. No sé quedarme sola. No sé ganar. Ni perder”.

Su mundo literario gana y crece página a página. Por ejemplo, en el estupendo libro “Clavícula”, una suerte del umbraliano “Mortal y rosa”, con menos aderezos líricos y sin tragedia, Marta se desnuda y nos enseña su clavícula roja.

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.