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Sorpresas de la condición humana


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La condición humana da muchas sorpresas. La más inesperada suele ser la traición a uno mismo y a los tuyos. No me refiero a la lectura que algunas mentes retrógradas dan a cualquier innovación, que velozmente transforman en felonía. Pobres de nosotros si no surgieran novedades innovantes de todo tipo. Más bien me refiero a aquellos actos que contradicen de plano e inesperadamente conductas previas continuadas. A quien más dañan estas súbitas alteraciones es a la reputación de quien las protagoniza, cuando las han acometido sin explicar razonadamente a qué obedeció tal mutación. Es evidente que resulta saludable el cambio, todo cambio, sea de opinión, ideas, incluso de convicciones, siempre y cuando el sentido crítico y la racionalidad presidan tal tránsito. Una vez dada esta condición, cabe afirmar que hay cambios se signo evolutivo, signados por avances, logros y progresos. Por contra, los hay que son regresivos, verdaderas involuciones, repliegues hacia posiciones desprovistas de lucidez y cordura.

Pero, con todo, lo peor no es el sentido del cambio, si progresivo o regresivo, en todo caso, opinable, sino la malsana actitud de aquellas personas que en los dos polos de la contradicción en la que su cambio de conducta, ideas o convicciones ha incurrido, pretenden llevar verdad y razón en ambos extremos. No. La verdad es una, no hay doblez que valga. En uno de los os polos, el protagonista del mencionado trueque de ideas se ha equivocado, entonces o ahora. A veces, se tarda mucho en renunciar a esta ambigüedad y en reconocer tal equívoco. Pero, en personalidades narcisistas, resulta difícil asistir a una especie de auto-crítica al respecto y verles apostar por la verdad unívoca.

Todo esto viene a cuento de una reciente defección en el área de la supuesta izquierda, donde un renombrado cantautor, septuagenario avanzado, amparado, loado y aplaudido hasta la saciedad por personas de tal adscripción ideológica, acaba de decir que reniega de sus presuntas convicciones de izquierda y atribuye atrocidades a una de las opciones históricas de la izquierda, la encarnada por el comunismo.

Este renombrado versificador, parece desconocer que sin el esfuerzo, señaladamente de los comunistas, socialistas, troskistas, maoístas, nacionalistas de izquierda y libertarios, antes, durante y después de la transición de la dictadura a la democracia en España, muy probablemente las cuotas de libertad de las que él y tantos otros gozamos -él para acreditar su música y su mensaje y nosotros para poder optar o no por escucharle-, no se hubieran conseguido en ningún caso. Quizá él mismo permanecería en el exilio, como el medio millón de españoles transterrados por los cuatro vértices del mundo. La derecha española estaba demasiado abducida por Franco y sumisa a su dictado como para ser capaz de protagonizar ella sola un proceso político emancipador. Sin la lucha de masas, en las fábricas, las aulas, los barrios y las calles, luchas todas ellas dirigidas por la izquierda de la que él reniega, con certeza nuestro país hubiera permanecido en la oscuridad de una postdictadura irrespirable, liberticida como el régimen precedente.

¿Tiene derecho a criticar a la izquierda? Naturalmente que sí. ¿Con qué argumentos? No se explicitan. ¿Por qué precisamente ahora, cuando la ofensiva de la extrema derecha fascista, la criptofascista y la que de autodenomina centrista, no ceja en su obsesiva paranoia por deslegitimar a un Gobierno de coalición y de izquierda, el primero en cuarenta años de democracia constitucional? No hay respuesta.

Es pertinente afirmar que, tal vez, sus convicciones de izquierda no fueran nunca tales, porque una mínima cultura de izquierdas permite averiguar que las gentes de estas convicciones saben que es preciso no dar bazas alguna ni pretextos a los enemigos jurados de la libertad en ningún caso y menos aún cuando sus gestos y sus actos preludian la ruptura de la convivencia mediante la destrucción de la democracia y de sus avances sociales, económicos, cívicos y políticos.

Un conocido mío que lo trató de cerca, al ser informado de las declaraciones del personaje al que aludo, me dijo, sentencioso: “hay gente que envejece mal; espero no envejecer como él”. Todo el mundo, desde luego, tiene derecho a envejecer como crea conveniente. Pero es doloroso ver a personas que se arrepienten súbitamente, en la antesala de la ancianidad, de la senda por la que sus propios pasos han transitado dignamente durante muchas, muchas décadas. Creer adentrarse en la tierra prometida e ir a parar, muy presumiblemente, al pantano de la tierra de nadie ha de ser un trago, en verdad, muy duro. Buen viaje.

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.