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Sabina, ¡cuidado con la nicotina!


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Escribo el artículo mientras escucho a Pablo Milanés, en Youtube, dorando la tarde de este otoño con colores de invierno. Leyenda trovera en mi corazón, tan sesenta, al que le sobresaltan las muertes de gente que forma parte de mi mester de fantasía. Con Milanés empiezan a irse los cantautores y hay que tener cuidado, porque la muerte, cuando abre brecha, se vuelve avariciosa. Con Pablo pisé las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentado, y vine del desierto calcinante, y evoqué a mis hermanos que murieron antes. Eternamente, Yolanda, etc. Milanés sigue sonando en mi gramófono en red, pero hoy vengo a este rincón digital tan coqueto a hablar sobre Joaquín Sabina, sobre el que acaba de estrenarse, con éxito, la película documental “Sintiéndolo mucho”, dirigida por Fernando León de Aranoa. Según me comenta mi amigo Pepe Guerrero, cinéfilo sin interrupción desde nuestra remota adolescencia, la peli ha gustado a la crítica, menos a Elsa Fernández-Santos, en “El País”, a la que le ha gustado entre poco y nada. Okey. Voy a mi Sabina y al de Pepe Guerrero.

Madrid era entonces un espejismo en el que se coló Sabina con su corazón armado hasta los dientes, con el alma en vena y la nariz centrífuga del soñador despierto que cree haber encontrado el secreto del éxito. Lo había encontrado, lo tuvo desde siempre, o desde algún momento indefinido de su adolescencia desabrigada en Úbeda, o del exilio romántico y trucado en Londres, allá donde le nacieron algunas de las canciones con las que habría de tomar la capital de la Movida, como el guerrillero astuto, enamoradizo y embustero que era. En aquella patria donde el humo no estaba liberado y las noches acababan a las diez de la mañana, Sabina empezaba a ser un tipo con mucho corazón y pocos miramientos, con ingenio y poesía de artista callejero con muy buena letra. En Rockola, las princesas se pinchaban en los urinarios y en el cruce de calle Melancolía con el bulevar de los Sueños Rotos el verso se iba tornando de un canalla generacional color rosa claro, apto para muchachas con la frente muy alta, la falda muy corta y la lengua muy larga.

En aquellos tiempos lunáticos y febriles, Fernando García Tola era o podía ser presidente de algún quimérico islote televisivo y Sabina ponía las copas y las canciones con su guitarra desafinada y su cara flacucha de príncipe trepa, ansioso por comerse el mundo. Compuso con Juan Antonio Muriel, “Princesa”, que acabaría siendo su canción más legendaria, el himno que sintetiza una época con más heroína que héroes. Por las venas con grumos del jienense corren y se atropellan la ginebra descocada, la coca desleída y el infierno poético de Rimbaud con arreglos felices. El caso es que los años han pasado muy rápido y Sabina se fue convirtiendo en una fabulosa máquina de ganar dinero, antídoto perfecto contra cualquier crisis o ataque de red pirata.

Ha sido siempre el más listo y no da la apariencia de ser un tipo carcomido por los escrúpulos. Si explotó triunfalmente la “Princesa” compuesta a medias con Muriel, y se alejó de la sombra de sus compañeros de la Mandrágora, ahora ha dejado en la estacada a Pacho Varona, inseparable durante décadas, su medio Sabina. Me temo que yo no le compraría un bombín de segunda mano, pero de sus dedos con nicotina han salido algunos de los temas más hermosos de la música popular de los últimos 30 años, y eso es mucho decir. Si Serrat es el clasicismo, Joaquín es la voluptuosidad romántica. Aquel la caricia, este el rapto. El barcelonés se recuesta sobre un fondo de prosa modernista y Sabina se peina con el pentagrama de doña Concha Piquer. Hay sitio para ambos, para todos, pero cuando me pongo al volante y convoco las emociones, nadie como Sabina para hacerme comprender que el viaje es una metáfora de la vida y la vida, una preciosa metáfora que sería bueno vivir sin faldas y a lo loco. Tan de verdad, tan de mentira, como la vivía, como la canta Joaquín.

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.