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Juan Antonio Tirado

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.

Los políticos

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Tienen los domingos electorales un color especial, como la Sevilla de los del Río, y un olor a almendras y a canela, por dar un toque cursi a la columna. A mí me gusta votar a la hora del aperitivo; después de haber metido la papeleta en la urna, dejas el colegio, caminas un poco a lo que salga y lo que te sale es un bar, en el que degustar un vermut o una caña bien tirada, o incluso un refresco de cola, para los que no se permiten una gota de alcohol ni por recomendación de su astrólogo. Los astrólogos van perdiendo carisma, como los políticos.

Pavese o el arte de no saber vivir

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El arte de vivir, anota Cesare Pavese en su diario, es el arte de saber creerse las mentiras. El escritor italiano intentó construir un sistema de embustes para seguir en pie, pero no estaba dotado para el autoengaño. La idea queda reafirmada en este apunte de su diario: “Yo sé, por convicción, por certeza matemática, que ninguna alma puede cambiar de naturaleza y tal como uno ha nacido, así se arrastra hasta la tumba”. El oficio de vivir es un diario río que se prolonga durante quince años. Y en todos sus afluentes encontramos el mismo latido sin esperanza. Se diría que todos los caminos de Pavese conducen al suicidio. Lo trágico es que no encuentra disfraz que le sirva en el gran carnaval que es la vida, de suerte que torea a cuerpo limpio, sin mentiras consoladoras, sin más burladeros que las burlas con que se zahiere a sí mismo.

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Sálvame o condéname

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Es admirable la fe de los políticos en la televisión. No solo de ellos, ya que la tele por más que esté en crisis es un poderoso combustible social, lo que me asombra hasta estremecerme es la creencia de muchos representantes de los partidos en que la pequeña pantalla puede decidir una contienda electoral.

Luis Cernuda, esencia del 27

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Así como hay un Siglo de Oro en el que resplandecen los más grandes ingenios españoles, hay una edad de plata, en la primera mitad del pasado siglo, donde destacan grandes escritores; entre ellos, una generación poética, la del 27, alcanza singular relevancia. En el salón cambiante de los prestigios del 27, Luis Cernuda es el nombre más en alza y su obra, la más valorada por la crítica y los poetas del momento.

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Alejandro Dumas

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Doscientos veinte años después de venir al mundo, Alejandro Dumas es una poderosa estatua de oro literario macizo y un recuerdo que pasa de generación en generación, resistiendo los infortunios del tiempo y la historia, los gustos volubles de los públicos y los cánones de cada época. Dumas era nieto de un marqués con más ínfulas que ínsulas y de una esclava negra.

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Don Quijote de la Marcha

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Pudiera ser que de tan manoseados parecieran personajes menores o no tan mayores. Y, sin embargo, temerario lector, busca en los libros, asalta bibliotecas, devánate los sesos y no hallarás señores tan bien pintados, pareja tan extrema en gracia y cordialidad. Caballero encantado, escudero encantador, don Quijote y Sancho, y sus sucesos de corrido, son una colosal mancha, de palabras en hilera, un prodigio en la desembocadura del tiempo. Este domingo, en el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, creador de tan peregrinas criaturas, se recuerda con particular énfasis a sus héroes, aunque para estos tipos desusados, todo el año, y aun todo el siglo, es domingo. Yo he venido a dar en las últimas y mal contadas semanas en un hecho que me ha cambiado la traza de los asuntos; es el caso que he prestado oído a algo que estaba ahí, pero me había pasado en descuido: la literatura en podcast. Y no cualquier literatura, no una obra entre el montón ingente de las creaciones, sino el libro por antonomasia, las venturas y desventuras del gordo y el flaco de la Mancha. Le pasé el audio de un capítulo a mi amigo José Manuel Falcet, conocido en el siglo como Macaón, que es hombre bregado en prosas, y me contestó: “Está muy bien hecho. Da la impresión de que es otro Quijote, con un lenguaje más rico”. Y es justamente así. El podcast se titula El Quijote entero y cuenta con la voz asombrosa de Cipriano Lodosa en el papel de el Caballero de la Triste Figura y la muy lograda de Ángel Ramón Jiménez en el de Sancho, y otras setenta voces más, que ponen en vivo a los personajes de la obra, que está completa, sin faltar una coma, desde “En un lugar de la Mancha” hasta el postrero “Vale”, con que concluye Cervantes la segunda parte de su cuento.

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Dragó

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Dragó no era un gran escritor, pienso, desde mi falta de criterio para establecer qué sea exactamente un gran escritor. Con todo, algo creo saber de estos menesteres como para atisbar que si hubiera sido solo por la calidad de sus páginas, su despedida de este mundo traidor hubiera sido más discreta. La ceremonia de los adioses al autor de Gárgoris y Habidis ha estado llena de estruendo y retumbar de tambores mediáticos, y, en mi opinión, ese jaleo está justificado. Fernando Sánchez Dragó no ha sido un gran escritor, pero ha sido un extraordinario hombre de letras, un apasionado del mundo libresco y el mejor comunicador audiovisual en materia literaria que ha dado este país en los más de sesenta años de existencia del juguete mágico al que durante mucho tiempo los intelectuales llamaron tontamente caja tonta.

Las malas y las buenas noches que nos da el fútbol

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(Recojo en esta columna la charla por WhatsApp con mi amigo Juanjo Mardones, seguidor del Athletic Club de Bilbao, tras ser eliminado su equipo por Osasuna, en las semifinales de la Copa del Rey. Juanjo juega con la camiseta negrita).

Eugenio d´Ors y las ostras

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Eugenio d´Ors es un escritor clásico y sin lectores, doble condición que para algunos puede resultar paradójica, pero que no lo es tanto si se mira cualquier historia literaria. Morirse y permanecer vivo en la memoria, sin necesidad de convertirse en un reclamo de librería, es una circunstancia que iguala a talentos tan dispares y tan fecundos como los de d´Ors, Gabriel Miró o Ramón Gómez de la Serna. A la minoría siempre, decía Juan Ramón Jiménez, cuyo burro Platero ha acabado en los pupitres de todos los escolares, junto con las peripecias de ese gordo y ese flaco manchegos conocidos como don Quijote y Sancho. El grito de guerra juanramoniano no pasaba de ser una porfía retórica, ya que la literatura, por sí misma, ha sido siempre minoritaria. A no ser que el onubense universal se refiriera a la minoría de la minoría, que es casi una nada, aunque muy ilustrada. O lo que es lo mismo, una característica que une a todos los escritores sin lectores que en el mundo han sido y que en España son multitud.

Cioran y Jardiel

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Entonces yo era muy joven, no había cumplido ni los veinte, y con una cierta regularidad me sentía abatido. Para esos días procuraba hacerme con un libro de Jardiel Poncela, que me devolvía la alegría de vivir, con una eficacia clínica supongo que similar a la que hoy pueda tener el Prozac. No era un placebo, era un reconstituyente psicológico de efectos probados. En fechas tan lejanas no conocía a Cioran, y es posible que si me hubiera empastillado con su lectura hubiera acabado en el psiquiátrico. Pero, también podría haber ocurrido lo contrario, que se hubiera cimentado en mí de forma poderosa la alegría de vivir, que hubiera desarrollado la musculatura del alma. Cioran, el escritor rumano que vivió más de medio siglo exiliado en París, nació, contra su voluntad, hace un siglo y pico. Del inconveniente de haber nacido es uno de los libros de este escritor, filósofo y moralista. Sus títulos son expresivos: En las cimas de la desesperación, Silogismos de la amargura, Ese maldito yo, Breviario de los vencidos… “No haber hecho nunca nada y morir, sin embargo, extenuado”, “Nunca se dice de un perro o de una rata que es mortal. ¿Con qué derecho se ha arrogado el hombre ese privilegio? Después de todo, la muerte no es un descubrimiento suyo. ¡Qué fatuidad creerse su beneficiario exclusivo”, “No deberíamos molestar a nuestros amigos más que para nuestro entierro, y aun así…”, “Todo el mundo me exaspera. Pero me gusta reír. Y no puedo reír solo”. Así hablaba Cioran.

¿Quién heredará nuestras bibliotecas?

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En los años sesenta y setenta del XX, antes de convertirse con su nombre de la rosa en una estrella mundial de la narrativa, Umberto Eco era un gurú semiótico. A mí me interesa mucho el Eco ensayista y menos el novelero, pero esa es historia para otro capítulo. Uno de los títulos de sus libros acabó siendo expresión de uso común: su famosa dicotomía entre apocalípticos e integrados, que no es una cuestión que quedase zanjada en aquel momento, sino que continúa interpelándonos medio siglo después.

La Habana 1995

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La Habana era entonces, mediados los años noventa, una ciudad incendiada de nostalgia y cercanía, el corazón roto de una isla en que las fábulas se agavillaban a las puertas de las casas y las almohadas servían indistintamente para soñar despiertos o dormidos. Entrabas de noche en un hotel de la Habana vieja, rodeado por mujeres jóvenes como ángeles de la guarda desnutridos. Te acostabas con la cabeza bullidora de presagios, y cuando a primera hora de la mañana te asomabas a la terraza descubrías que en la plaza que limitaba con el hotel había brotado, antes de que saliera el sol, un mundo de colores, palabras moduladas, risas como fondo de alcancía y belleza urgente. Salías a pasear y te encontrabas una calle que parecía una estampa después de la batalla: cascotes y grietas, agujeros donde hubo puertas, muros resquebrajados. Lo que veías no era producto de una guerra cercana, sino fruto de otra guerra cotidiana, muda y remota.

La belleza

(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

Se aposta uno como ojeador en cualquier sitio, en una terraza de la glorieta de Atocha, sin ir más lejos, y descubre lo que ya debería saber mirándose cada mañana al espejo: que la belleza es menos frecuente que la fealdad, o que la simple falta de gracia. La belleza es un estado o un reflejo del alma, si seguimos a los clásicos, o una lotería que le toca a algunas y algunos en el boleto genético, si nos inclinamos por teorías más modernas. La belleza cuando es radical tiene algo de celeste o de diabólico. Admiramos en la cara de la otra, del otro, lo que tiene de excesivo, de sobrehumano, aquello que nos es ajeno. De repente, en un rostro se dibuja un trozo de cielo, de infierno quizás. Y luego están las guapas y los guapos, y los resultones, pero esas son categorías más comunes y amables, en absoluto inquietantes.

Simenon

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Si Simenon fuera un vino pertenecería a una añada excelente, a la par que abundante. No es un caldo para paladares que presuman de exquisitos, o que lo sean. Simenon es un vino de crianza, color teja, de un sabor muy apreciado por los degustadores de buenos tintos. Nada que ver con una botella tiempo perdido, etiqueta Proust, gran reserva de caldo o tinta, sólo recomendado para bebedores con alto poder adquisitivo, gusto refinado y paladar de prosa educado en las mejores escuelas de retórica galas. Se puede disfrutar, según las ocasiones, de uno y otro vino. No son incompatibles, porque en la gran bodega del mundo no hay otra escala de gustos que la que marcan los individuos, porque aquella es el reino de la libertad, la arbitrariedad y el sentido propio, tan distante del sentido común, ese cementerio donde se entierran todas las diferencias.

Neruda en San Valentín

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San Valentín es una fiesta de rosas, besos y versos, o una catarata cursi, o un buen reclamo para El corte Inglés y otras cortilandias merengadas. Si tuviera que ponerle música y rimas al santo del 14 de febrero recurriría ineludiblemente a Gustavo Adolfo Bécquer, y también a Pedro Salinas, y, desde luego, al Pablo Neruda de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Han querido los hados y los venenos de la historia, que a menudo se escribe con sangre, que en los prolegómenos de la fiesta de los enamorados hayamos sabido que Neruda fue envenenado tres días después de que triunfara en Chile el golpe de Pinochet, tres días después del asesinato de Salvador Allende, con las calles de Santiago ensangrentadas y los niños alejados de las alamedas. De este modo, aunque en diferido, constatamos que tres inmensos poetas del siglo XX en lengua española: Lorca, Miguel Hernández y Pablo Neruda cayeron a manos del fiero fascismo, allende o aquende los mares. Es verdad que no conmueve ya el asesinato de Neruda, casi nos deja tan fríos como el descubrimiento, no del todo confirmado, de que Napoleón fue envenenado en la isla de Santa Elena. En este punto, nada tan ajeno como cuando algunos egiptólogos nos informaron de que Tutankamón había muerto víctima de los venenos. Recuerdo el momento, porque una redactora de Informe Semanal propuso el tema, con la esperanza de hacer un bonito viaje al país de los faraones, y la entonces directora del programa, la malograda e inolvidable Alicia Gómez Montano, le replicó con un golpe de ingenio: “Tranquila, fulanita, que ese crimen ya ha prescrito”.

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Las muertas y los muertos

(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

“Lo más importante de la vida es no haber muerto”.

Ramón Gómez de la Serna.

(A Carlos Saura in memoriam)

Hace veinte años largos hice un reportaje con mi amigo José Manuel Falcet, alias Macaón, sobre la muerte. Lo pasamos muy bien, porque la muerte es asunto de fundamento, que alimenta la conversación. Morirse ha sido siempre un tema muy actual. Más que morirse, que se mueran los demás, pues morir es cosa que afecta a los otros y cuando nos pase a nosotros seremos también otros, de modo que lo mismo dará. Con Pedro Matamorón, el hombre que se parecía a Balzac, y con Juan Roldán, hombre de buen parecer, he pasado bastantes horas hablando de la última hora por el mero gusto de divagar sobre ese espejismo tan real. A mí lo que me ha echado para atrás desde niño de la Parca ha sido la puesta en escena, la lencería de la muerte, ese bochorno de que el cadáver esté ahí delante, yacente en ataúd. Si morirse equivaliera a evaporarse, a un estar y ya no estar, sería más llevadero. Con esto se entenderá que sea muy partidario de los tanatorios, esos lugares asépticos donde se envasa a los muertos y donde hasta los féretros resultan menos escandalosos.

La copla de Cansinos

(Tiempo de lectura: 2 - 3 minutos)

Hay escritores que se ahogan en el triunfo, incapaces de nadar en las aguas cálidas del éxito, como hay otros que chapotean con gracia altanera por las orillas de las enciclopedias y de las salas de trofeos de la literatura. Rafael Cansinos Assens no pertenece ni a la estirpe de los consagrados, como Valle o Rubén, ni a la saga maldita de la bohemia o golfemia, por donde pulularon Alejandro Sawa o Armando Buscarini. Su sitio en la historia de la literatura española, a la espera de lo que sería un olímpico resurgimiento, está en un limbo mágico, en las cercanías del olvido, pero un olvido con aureola.

Una teoría de los espejos

(Tiempo de lectura: 2 - 3 minutos)

Me desperté de madrugada con una flor de angustia en el pecho y con ganas de orinar. Me miré en el espejo del baño como en descuido, porque a esas horas es duro contemplar al tipo desmadejado que supuestamente te refleja al otro lado de un inmenso abismo. Por lo general, los espejos de casa lo tratan a uno bien, dado que están acostumbrados a su presencia o porque uno sabe cómo componer el gesto para salir favorecido. Cuando empiezas a salir mal en los espejos de casa debes plantearte cambiar de espejos o cambiar de cara. En los espejos de las casas ajenas hay que tener siempre mucho cuidado, mirarse de soslayo, a hurtadillas, buscando en ellos un guiño de complicidad, una cierta seguridad de que no están contra ti, ya que la falta de familiaridad con esos artefactos de la copia al instante puede darte sorpresas desagradables.

La cantante porno

(Tiempo de lectura: 3 - 5 minutos)

Los espectadores salían del estreno de “La cantante calva” perplejos. Allí no había ninguna cantante, y menos sin pelo. El teatro del absurdo nos liberó de la dictadura de la lógica y dejó los títulos al albur del capricho o de las leyes de la eufonía.

Volpini en Babilonia

(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

Federico Volpini, hijo, pero no hijo mío, sino hijo del papá del mismo nombre, es el hermano pequeño de Jardiel Poncela, un tipo con un vistoso abanico de talentos (consúltese la Biblia) por más que haya gente que no quiere darse por enterada.

Los pretendientes de la Preysler

(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

A lo tonto, que es algo que de natural se me da bien, me he puesto a buscar, y no encuentro en España un personaje femenino tan literario como Isabel Preysler. La llamada reina de corazones es una figura única, una planta exótica, una española rarísima, a fuerza de no serlo, un punto filipino en el mapa de los amoríos y los matrimonios postineros.

Quevedo no es el que era

(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

Murió 2022, el año de los tres cisnes, ahogado en el estanque de los sueños rotos, y doce uvas después solo queda un tiempo de cuerpo presente, que es ya pasado. Puesto el marcador a cero, hay algunas cosas que recordar. El año en que a Javier Marías se le paró el corazón tan blanco, Quevedo, Pedro Luis Domínguez-Quevedo Arilla, madrileño y veinteañero, escaló los cielos de Wikipedia y arrojó a las páginas interiores a Francisco de Quevedo y Villegas, escritor, nacido también en Madrid, hace 442 años. Han tenido que pasar casi cuatro siglos y medio para que el gigante autor de “El buscón” haya visto como le hace sombra un muchacho, que con solo una canción ha conquistado el olimpo provisional de Google. Su tema se llama “Quédate” y no sabemos cuánto tiempo se quedará. De momento, en Madrid la glorieta de Quevedo sigue nombrando al escritor.

Cuento de Navidad

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Le hablaba una mañana a mi amigo, entonces también jefe, Manolo Rubio, sobre mis inicios en la lectura. Contaré primero cómo era mi casa. Vivíamos en el campo, en El Cortijo Nuevo, allá por Archidona. En casa no había - ni se la esperaba – luz eléctrica. Agua sí, puesto que manaba por un caño que venía de un manantial centenario y ya precario, propiedad de la familia. Mi madre lavaba en una alberca donde caía el agua del caño tras llenar tres pilas en las que bebían dos mulas. Por la mañana, con independencia de la estación, nos quitábamos las legañas en el agua del referido caño. Una noche de verano tan inolvidable como terrible mi hermana Maribel, la pequeñita de la casa junto con su melliza Mari Pili, se cayó a la alberca. Debía tener unos tres año. Mi tía Gregoria dio la voz de alarma a mi madre.

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Las paradojas del filósofo Santayana

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Al pensador Santayana le llamaron Jorge o George, según los cambiantes vientos geográficos a los que se expuso. George, o Jorge, fue un tipo raro, un ciudadano del mundo cuyo paraíso de la imaginación se edificó entre las murallas de Ávila, solo que los azares e imponderables que esconde toda vida llevaron a este recio castellano a sentar plaza de yanqui en Boston. Harvard fue su universidad, la de ida y la de vuelta, donde se formó y donde ayudó a formarse a sucesivas promociones de estudiantes. Escribió Santayana sobre asuntos variopintos y se acercó a materias tan distintas como la filosofía, la poesía, la crítica literaria, la política o la religión. No eludió la ficción, es autor de una novela, “El último puritano”. Su lengua madre fue el español, pero todas sus páginas las caligrafió en inglés. Fernando Savater le ha llamado filósofo errante. Sin duda, aunque habría que matizar que errante no sólo en el espacio, sino también en el tiempo, dado que no se sintió especialmente a gusto en el que le tocó vivir, se reclamó hijo de un tiempo sin barreras cronológicas y de un espacio sin fronteras. De las palabras con que le tocó lidiar y entenderse en los 82 años de su vida, aseguraba que ninguna le resultaba tan detestable como “progreso”.

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