Huyen con la esperanza de alcanzar una meta soñada. Apenas en sus retinas se perfila la meta de un mundo que conocen a retazos por conversaciones oídas de labios de los que han tenido la suerte de nacer en un mundo más rico, más en paz, más seguro. Huellas que dejan en sus sentidos películas de otros lugares, músicas que hablan de amor, de riqueza, de derechos humanos… y ellas, personas que nada tienen, que por no tener no tienen ni esperanza, un buen día deciden partir. Huyen del hambre, de la guerra, de la miseria, de violaciones y golpes, de miedos e incertidumbres. No es fácil tomar esa decisión. Saben que el camino que les espera está sembrado de espinas, que deberán ir escondiéndose como si de animales acorralados se tratara, que tendrán que confiar su vida a mafias que se alimentan, muy bien, de sus despojos. Reunir el dinero necesario para la travesía tampoco fue fácil. A éste le ayudo un hermano; a aquélla, su madre; el de más allá tardó dos años en juntar lo necesario para un viaje incierto que se comerá lo recaudado. No importa, allá en el horizonte espera la libertad, la bondad de un mundo en paz, un mundo sin guerra, un mundo que habla de justicia y derechos humanos. Espejismo. Las balas, las amenazas, los gritos, el miedo, el rechazo y los golpes ya no les abandonaran. Formarán un todo con sus cuerpos. El camino es duro y largo, es frío y pasan hambre. Caminan por la noche mientras se esconden durante el día como animales perseguidos. Pero siguen soñando. La meta está un poco más allá, siempre un poco más allá. Y van solas, una soledad incrustada en la piel, porque no hay mayor soledad que la que produce esa lucha por la supervivencia.