Trump por Biden: el mal menor no es suficiente
Para analizar lo que sucede en Estados Unidos es preciso tener en cuenta dos factores históricos cruciales. El primero es el modo en el que se fue formando la nación yanqui a lo largo del siglo XIX y primeros años del XX. Las guerras de conquista que en Europa tuvieron lugar durante la Edad Media, en ese país se realizaron a lo largo de esos dos siglos, unas veces por conquista, otras por anexión, algunas por adquisición a México en condiciones leoninas. La conquista del Oeste, que supuso ocupar millones de kilómetros cuadrados pertenecientes a la naciones india y mexicana, además de ser el origen de maravillosas películas de Ford, Walsh, Hawks, Sturges, Vidor, Peckinpah o Mann, fue una masacre que se alargó en el tiempo durante más de un siglo. Ingleses, suecos, alemanes, polacos, rusos y emigrados de otras naciones del mundo se lanzaron sobre un territorio poco habitado utilizando la dialéctica de los cañones y las pistolas, forjándose en el “alma” de la nación ocupante un carácter supremacista y violento que despreciaba cualquier signo opuesto o distinto al propio del macho dominante. El diálogo, que se usó en ocasiones con poca fortuna, fue considerado muestra de debilidad, la concordia con los indígenas, concesión inaceptable. Una especie de darwinismo social -tan próximo a las doctrinas fascistas que tanto daño han hecho a lo largo del siglo XX- late en el interior de un porcentaje amplio de los población norteamericana, y es ese rasgo el que les sigue haciendo muy reactivos a la compasión, la solidaridad o la empatía.
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