El doble rasero en la memoria histórica
- Escrito por Francisco Martínez Hoyos
- Publicado en Tribuna Libre
Antiguamente nos decían que no hay que juzgar la Historia sino comprenderla. Ahora se estila todo lo contrario. Todo el mundo se erige en alto tribunal para decretar condenas a los que, casualmente, no pertenecen a su trinchera ideológica. Lo acabamos de ver hace poco con la polémica en torno al sello que conmemora el centenario del Partido Comunista de España, que ha dado pie a la derecha para poner el grito en cielo. Se estaría celebrando, supuestamente, una ideología totalitaria y criminal. Un juez ha tomado en consideración la denuncia de Abogados Cristianos, la entidad ultraconservadora, con vistas a paralizar la emisión. De esta forma, los tribunales se inmiscuyen en lo que debería ser el libre debate de ideas.
Esta controversia se puede interpretar de muchas maneras. Supone, entre otras cosas, un triunfo más de la denominada “cultura de la cancelación”. A la derecha le encanta burlarse de los “ofendiditos” de izquierdas, a veces con razón, a la vista de las tonterías que han llegado a decirse. Ahora, en cambio, son los conservadores los que se escandalizan. ¿A quién no le encanta, a fin de cuentas, sentirse justo? La historia del PCE, ciertamente, no es toda blanca. En la guerra civil, el partido estuvo involucrado en hechos vergonzosos como el asesinato de Andreu Nin. Para reconocer este y otros episodios no hace falta, por supuesto, ser derechas. Un comunista cristiano, Alfonso Carlos Comín, decía que pertenecía a un partido que había fusilado a héroes. Acto seguido, añadía que su Iglesia había perseguido a santos.
¿Quién tiene un pasado inmaculado? Con ejemplos se demuestra lo que se quiere. Hay que mirar el conjunto y tener en cuenta todos los hechos, no solo los que nos interesan. Encontramos así que los comunistas impulsaron antes que nadie, en los años cincuenta, la política de reconciliación nacional. También comprobamos que su moderación contribuyó a la estabilidad de España en un periodo tan difícil como la transición democrática. La democracia no hubiera sido posible si un perseguidor y un perseguido, Manuel Fraga y Santiago Carrillo, no hubieran dejado atrás las antiguas discordias.
Imaginen, por un momento, que se levantara un monumento a Gutiérrez Mellado. ¿Regatearíamos ese honor al héroe del 23-F porque en la guerra civil fuera un quintacolumnista al servicio de los sublevados? ¿Y qué haríamos entonces con el Padre Llanos, que antes de unirse al PCE fue confesor de Franco? ¿Diremos que los aliados no fueron los “buenos” en la Segunda Guerra Mundial porque bombardearon Dresde? Todo el mundo se compone de claroscuros. Lo que no es justo es seleccionar un hecho tenebroso y presentarlo como si oscureciera, por definición, todas las luces de un individuo o de un colectivo. Si empezamos así, nadie se salvaría porque los seres de carne y hueso no somos ángeles.
Hay una trampa conceptual. El sello conmemora al PCE, no al comunismo en general. El partido español no puede ser responsable de los crímenes de Stalin o de Mao, por más que no siempre acertara a condenarlos. ¿Verdad que no denunciaríamos un sello sobre Ignacio de Loyola porque era católico y el catolicismo de la época defendía la Inquisición? Aunque la Iglesia tenga su historia criminal, eso no es lo único que define su trayectoria histórica. Con el PCE sucede, por supuesto, exactamente lo mismo.
Hay que ser moral, no moralista. No confundamos la historia con una mina de donde sacamos material para nuestros sermones. ¿Vamos a proponer la demolición del Arco del Triunfo de París porque Napoleón hizo fusilar, sin pruebas, al duque de Enghien? Sería una revolución asombrosa que nos atreviéramos a aplicar la misma vara de medir para todo el mundo, incluyendo, sí, también a los nuestros. Para ser coherentes, los mismos que se oponen al homenaje a los comunistas deberían criticar, pongamos, que exista en Soria una calle dedicada a Manuel Fraga, un ministro de Franco cómplice de la represión. Además, si es verdad que Correos blanquea un pasado cuestionable, ¿cómo es que se olvida, muy convenientemente, que Fraga se reunió en términos cordiales con Fidel Castro? Una vez más, la exigencia es para los demás.
Que disfrute el sello quien lo desee. Unos enarbolan el hipercriticismo, otros la leyenda rosa. En el camino se pierden los matices que contribuyen a proporcionarnos una visión desde la complejidad, en tres dimensiones, de la aportación comunista a nuestra historia reciente. La obsesión canceladora no nos hace más libres sino que empobrece nuestra cultura. Todos deberíamos tomar nota. Si un día prohibimos lo ajeno, puede que un día sea lo nuestro lo que acabe prohibido.
Francisco Martínez Hoyos
Francisco Martínez Hoyos (Barcelona, 1972) se doctoró con una tesis sobre JOC (Juventud Obrera Cristiana). Volvió a profundizar en la historia de los cristianos progresistas en otros estudios, como su biografía de Alfonso Carlos Comín (Rubeo, 2009) o la obra de síntesis La Iglesia rebelde (Punto de Vista, 2013). Por otra parte, se ha interesado profundamente en el pasado americano, con Francisco de Miranda (Arpegio, 2012), La revolución mexicana (Nowtilus, 2015), Kennedy (Sílex, 2017), El indigenismo (Cátedra, 2018), Las Libertadoras (Crítica, 2019) o Che Guevara (Renacimiento, 2020). Antiguo director de la revista académica Historia, Antropología y Fuentes Orales, colabora en medios como Historia y Vida, Diario16, El Ciervo o Claves de Razón Práctica, entre otros.