Yo el Supremo. El vademécum de todo dictador
- Escrito por Mercedes Peces Ayuso
- Publicado en Cultura
“Yo el Supremo Dictador de la República: Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea decapitado; la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres”
Yo el Supremo, 1974, Augusto Roa Bastos
Voces y voces en una novela que son el coro de la única que lleva la batuta en esta historia no tan ficticia, la voz de su amo. La del único y supremo dictador cuya figura remite al dirigente «perpetuo» paraguayo, el abogado y revolucionario independentista José Gaspar Rodríguez de Francia, que gobernó el país de 1811 hasta su muerte en 1840. Paradigma de una dictadura absolutista donde las injusticas, el racismo, la desigualdad, la precariedad y los ajusticiamientos sumarios campan en un momento histórico crucial para la formación de las repúblicas del continente americano, hijas de las ideas ilustradoras revolucionarias y del romanticismo político europeo pero frenadas por el riego continuo de dirigentes autoritarios que tanto daño han hecho a sus pueblos. Lo que al autor le sale es una magnifica novela sobre la corrupción del poder y la supremacía que otorga la tiranía por el miedo. Algo bastante común en la narrativa hispanoamericana, como es el fructífero tema de los dictadores en la pluma de otros grandes escritores del continente. No podía ser de otra manera, porque ha condicionado, y lo sigue haciendo, el desarrollo histórico de tantos de esos países. Además, es perfecto para hablar de los grandes temas y reflexionar sobre el poder, la (in)justicia y la libertad. Un trabajo exhaustivo que le llevó seis años agotadores y le acarrearía muchos problemas políticos.
A Roa Bastos le interesa presentar su relato con la mayor veracidad y libertad posible. Así que no extraña que la escribiera durante su exilio en Buenos Aires, como la mayor parte de su producción literaria, por cierto. Como la ficción, la realidad del dictador Stroessner lanzó al autor al exilio y vuelta por deportación. En respuesta, el Gobierno español le otorgaría la ciudadanía honoraria en 1983, y después haría lo propio el francés concediéndole la nacionalidad gala. El Premio Cervantes le trajo suerte, pues poco después moriría el dictador y acabaría el exilio forzoso del novelista, que se asentó en Asunción para continuar escribiendo y divulgando las letras y defendiendo el idioma del guerrero, que es lo que significa guaraní, hasta su muerte.
En este relato, la escritura tiene un papel fundamental, porque es el armazón sobre el que se construye todo, personajes, acontecimientos y sentires, pero fundamentalmente se utiliza como vehículo «veraz» de la propaganda del Supremo, contrapuesta continuamente al habla oral, cargada de razón y verdad, del pueblo guaraní en este caso. Por eso está escrita, la dicta para ser escuchado y obedecido, para poder imponerse a la realidad y falsificarla, dotándola de un tinte de supremacía por apropiación de lengua-habla que a base de verse reproducida tenga visos de ciega realidad: «Yo no escribo la historia. La hago. Puedo rehacerla según mi voluntad, ajustando, reforzando, enriqueciendo su sentido y verdad», dice y sentencia el dictador.
Creo que esta frase podría haberla suscrito perfectamente cualquiera de los muchos Supremos que conocemos. A veces incluso la leemos con flagrantes faltas de ortografía que sientan cátedra de catetos, pero no por ello menos ciegos y peligrosos. Dicen que imitan así el habla pero mienten y especulan con el desconocimiento por mímesis absurda de una falsa oralidad.
Cuidado con esta poética de las variaciones del monoteísmo del poder, que diría Roa Bastos. Porque a fuerza de repetirla machaconamente terminaríamos creyéndola.
Mercedes Peces Ayuso
Licenciada en Filología Hispánica (1984-89) y en Filología Alemana (2001-04) por la universidad de Salamanca, con diplomaturas en italiano y portugués. Vivió 10 años en Alemania, donde dio clases en la VHS (universidad popular) de Gütersloh, Renania del Norte-Westfalia, desde 1993 a 2000.
Posteriormente, ya en España, decide dedicarse a la traducción y corrección de libros y textos de diversa índole, labor que sigue ocupando a día de hoy.
Es miembro de la AEPE (Asociación Europea de Profesores de Español), de ASETRAD (Asociación Española de Traductores e Intérpretes) y otras entidades relacionadas con la traducción.
Asimismo, colabora como traductora honoraria para diversas ONG.
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