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Anécdotas de la toma de posesión presidencial


(Tiempo de lectura: 4 - 8 minutos)

El próximo miércoles 20, cinco minutos antes del mediodía, Joe Biden jurará solemnemente su voluntad de «preservar, proteger y defender la Constitución de Estados Unidos». Su toma de posesión será la sexagésima desde el 30 de abril de 1789, el día en el que George Washington inauguró la ceremonia desde un balcón de Wall Street. El juramento, el discurso de investidura y la fiesta que le siguen han convertido la ceremonia de investidura en un espectáculo único. El que sigue un breve repaso de las tomas de posesión más sobresalientes.

Los ausentes

A excepción de Richard Nixon, que había renunciado a su cargo en 1974, Donald Trump se convertirá en el primer mandatario saliente que no asista a un acto de investidura desde 1869. Para encontrar precedentes hay que remontarse al siglo XIX, cuando tres presidentes que dejaban el cargo no asistieron al acto: John Adams (elecciones de 1800), John Quincy Adams (1824) y Andrew Johnson (1868).

Se suele considerar que la de 1800 fue la primera elección presidencial reñida, pero en realidad no hubo debates entre los dos candidatos favoritos. Uno de ellos, Thomas Jefferson, había decidido presentarse, pero lo hizo con el ánimo prepotente de que, sin correr, llevado en andas por sus propios méritos, pudiera ganar la “carrera”, así que permaneció tranquilamente en Monticello. Por su parte, su rival, el sucesor de Washington y segundo presidente John Adams, había perdido todos los dientes y no podía pronunciar discursos.

Esas elecciones fueron las primeras en las que, después de no pocos cabildeos, intrigas y tejemanejes, la Cámara de Representantes otorgó la victoria a Jefferson. Para eludir la ceremonia, en la madrugada del día de la investidura, el 4 de marzo de 1801, John Adams abandonó discretamente la Casa Blanca de la que había sido su primer inquilino durante apenas cuatro meses.

En las presidenciales de 9 de noviembre de 1824, John Quincy Adams, hijo de John Adams, concurrió con otros tres candidatos: Henry Clay, presidente de la Cámara de Representantes, William H. Crawford, secretario del Tesoro, y el senador Andrew Jackson, un populista de Tennessee que ganó con holgura, pero ni los votos populares ni los del Colegio Electoral le otorgaron la mayoría necesaria para ser proclamado presidente, así que, de acuerdo con la 12ª enmienda, la Cámara de Representantes debía decidir a qué candidato de los tres más votados otorgaría el voto electoral de los respectivos Estados. La decisión estaba en manos de los miembros de la Cámara, que podían decidir a su antojo.

Clay, que había quedado cuarto y no podía ser elegido, usó su gran influencia en la Cámara que presidía para que una mayoría de trece estados votaran por Quincy Adams, que resultó elegido en primera votación. La inesperada victoria de Adams enfureció a los demócratas de Jackson, que se sintieron estafados, y fue siempre una carga durante el mandato de Adams y resultó decisiva en su derrota en las elecciones de 1828.

John Quincy Adams dejó el cargo el 4 de marzo de 1829, tras perder por goleada frente a Andrew Jackson en unas feroces elecciones. No acudió a la investidura de su sucesor, porque este lo había desairado al no hacer pública la tradicional «nota de cortesía» al candidato perdedor.

Andrew Jackson protagonizó la toma de posesión más caótica. Tras derrotar a Quincy Adams, quiso hacer honor a su campaña populista y aceptó estrechar la mano a quien quisiera saludarlo tras la toma de posesión. Apareció una multitud de miles de entusiastas que casi casi aplastó al presidente. A punto de morir asfixiado, el nuevo presidente tuvo que refugiarse en un hotel cercano a la Casa Blanca.

Después del asesinato de Abraham Lincoln, de quien había sido vicepresidente, Andrew Johnson (no confundir con Andrew Jackson) ocupó el cargo entre 1865 y 1869. Curiosamente, era militante del partido Demócrata, pero el republicano Lincoln tenía buenas razones para elegirlo. Johnson fue el único senador sureño que no dejó su puesto cuando el Sur declaró la Secesión y se convirtió en el demócrata antisecesionista y abolicionista más destacado.

En 1862, Lincoln lo nombró gobernador militar de Tennessee, donde destacó en la lucha contra la rebelión. Asumida la Presidencia tras el asesinado de Lincoln, su política de reconciliación hacia el Sur, su interés por reincorporar cuanto antes a los confederados a la Unión, y sus vetos de los proyectos de ley de derechos civiles que pretendían dejar fuera de los censos electorales y privar de otros derechos a los esclavos manumitidos, lo enfrentaron amargamente con los republicanos.

Fue el primer presidente en ser enjuiciado por un impeachment. Los republicanos intentaron destituirlo por ese procedimiento en 1868, pero fue absuelto por un solo voto en el Senado, el del republicano por Kansas Edmund G. Ross. Con esos antecedentes, Johnson tenía sobradas razones para no asistir a la ceremonia de investidura de su sucesor republicano Ulysses S. Grant.

La ceremonia de investidura más corta y el presidente más breve

En su segunda toma de posesión, en 1793, George Washington pronunció el juramento de 35 palabras que marca la Constitución e hizo un discurso de sólo 135 palabras. Fue en una pequeña sala del Senado en Filadelfia, sede temporal del Gobierno. Por el contrario, en 1841, William Henry Harrison pronunció la alocución más extensa: un discurso de 8 445 palabras.

La toma de posesión de William Henry Harrison en 1841 inauguró la presidencia más breve de la historia de Estados Unidos: 31 días. Foto.

Harrison, considerado héroe nacional por sus victorias contra los indios, que en realidad fueron masacres, fue elegido noveno presidente a los 68 años, una edad hasta sólo superada por Ronald Reagan que fue reelegido en 1984 a los 73. Biden, con 78, tomará el relevo. El de Harrison parece imbatible. Ha sido, con enorme diferencia, el presidente más efímero de toda la historia estadounidense: treinta y dos días.

Agotado por la intensa campaña electoral, Harrison, todo un anciano para su época, deseoso de demostrar que era un tipo incansable, se empeñó en pronunciar su discurso de investidura a pecho descubierto, sin abrigo ni sombrero, en una ceremonia al aire libre que estuvo sujeta a uno de los inviernos más fríos del ya de por sí gélido Washington.

Habló durante dos horas y media, tiempo suficiente para pillar una pulmonía que, convenientemente incubada en la sórdida lobreguez de la entonces insana Casa Blanca, se lo llevaría a la tumba treinta y un días después. En su entierro muchos recordaron la “Maldición de los Veinte Años”, lanzada cinco años antes por un brujo, Tenskwatawa, hermano del célebre caudillo shawni Tecumseh.

¿Por qué el 20 de enero?

Desde el 23 de enero de 1933, fecha en la que se ratificó la vigésima enmienda de la Constitución, el presidente toma posesión el 20 de enero antes del mediodía. La enmienda entró en vigor después de la difícil transición en 1932 de Herbert Hoover a Franklin Roosevelt en plena Gran Depresión. Hasta ese momento, un presidente elegido en noviembre no asumía su cargo hasta el 4 de marzo, la fecha que había establecido el Congreso Continental para la toma de posesión del presidente Washington en 1788. La urgencia por adoptar medidas frente a la Gran Depresión abrió los ojos a los legisladores: estar cuatro meses con un presidente saliente sin capacidad de iniciativa política, era una espera demasiado prolongada.

La ceremonia de inauguración de Franklin D. Roosevelt el 4 de marzo de 1933 fue la última ceremonia que se llevó a cabo en marzo. Todas las inauguraciones posteriores se han celebrado en enero. Foto.

Jurar o prometer

Si el 20 de enero cae en domingo, la ceremonia pública se pasa al lunes. En 2013, el 21 de enero era el Día de Martin Luther King, una coincidencia que hizo que Barack Obama se convirtiese en el presidente que más veces ha utilizado una Biblia en su toma de posesión.

El domingo 20, Obama juró cinco minutos antes del mediodía en la Sala Azul de la Casa Blanca rodeado de unos pocos familiares, asesores y periodistas. En ese acto utilizó la Biblia familiar de su esposa Michelle. El lunes 21, en el acto público, Obama juró sobre la Biblia que utilizó Lincoln para su primera toma de posesión en 1861 y, dada la fecha de conmemoración, añadió la Biblia con la que solía viajar Martin Luther King y de la que había extraído frases para algunos de sus discursos más famosos.

Hasta la fecha, casi todos los presidentes han tenido al lado una Biblia, aunque la Constitución no dice que sea necesario. Entre las excepciones están Teddy Roosevelt y John Quincy Adams, que juró con la mano encima de un libro de Derecho.

Además, la Constitución ofrece la opción de "jurar", que tiene una connotación más religiosa, o de "prometer". Sólo hay constancia de que un presidente prometiera. En 1853, Franklin Pierce se negó a utilizar una Biblia o a pronunciar la palabra "jurar". Dos meses antes su hijo había muerto en un accidente de tren y Pierce se lo tomó como "un castigo de Dios". Desde entonces, empezó a cuestionar el cristianismo y no quiso comprometerse ante ninguna divinidad al asumir la Presidencia. Pierce protagonizó el discurso más meritorio: pronunció 3 319 palabras sin leer nada y sin una sola nota de ayuda.