Sorolla y su homenaje a la medicina
- Escrito por Antonio Manuel Moral Roncal
- Publicado en Historalia
Uno de los más populares artistas del impresionismo español, Joaquín Sorolla, pintó en 1897, en su estudio madrileño, una escena del laboratorio del doctor Luis Simarro, valenciano como el artista, amigo y médico de su familia, además de uno de los más importantes estudiosos de la neurohistología y la psicología experimental. Debe tenerse en cuenta que, en aquella época, el médico era observado como un personaje que -por su profesión y talente- debía representar no sólo la Ciencia sino, en general, el Progreso. Las Artes, especialmente la pintura, ayudaron a divulgar esa idea de este profesional, cuya imagen se ligó a un siglo XIX de grandes avances en la cienca médica: las vacunas contra la la viruela se difundieron, se expandió el higienismo, se promovió la creación de facultades de Medicina, se avanzó en la prevención y lucha contra numerosas enfermedades como el cólera.
En este lienzo, pintado al óleo, Sorolla dibujó al protagonista trabajando, concretamente, en una preparación histológica. En primer término destacó un gran frasco de bicromato potásico, con su llamativo color, producto básico del método de tinción cromoargéntica que había enseñado el doctor a otro gran científico español, Ramón y Cajal. El color del bicromato potásico, que era muy característico, dominaba en las micrografías de preparaciones con el método cromoargéntico y también en los correspondientes dibujos y pinturas. Junto a la mesa -también colocada en primer plano- Sorolla situó un microtomo Leitz, el mejor de la época, con el que trabajaban los alumnos de Simarro y, asimismo, Cajal. Rodeando a su maestro, los discípulos de su primera etapa docente, a los que seguirían, con el tiempo, otros más famosos como Nicolás Achúcarro y Gonzalo Rodríguez Lafora.
La principal fuente lumínica de la composición es la potente luz de una lámpara de mesa, que facilita la penumbra envolvente de los discípulos del doctor, vestidos de oscuro. Todo ello facilita el realce de la figura de Simarro, enfundado en una bata blanca. Al fondo se puede apreciar una estantería de frascos y botes, objetos que también aparecen sobre la mesa, los cuales confirman al espectador que se encuentra ante una escena de laboratorio, de investigación y docencia. Como en el resto de cuadros de finales del siglo XIX, el pintor impresionista logró romper con energía con los colores apagados y sucios para dar paso a la luz, acompañada de una serenidad clásica en los rostros de sus personajes. De esta manera, cuando el espectador mira atentamente y en silencio el cuadro colgado en la pared se transforma en uno más de los discípulos del científico, desea observar más cerca al maestro y mantiene el mismo respetuoso silencio que los demás componentes del cuadro, esperando escuchar la lección magistral.
Sorolla -pintor favorito del rey Alfonso XIII- pintó a la mayor parte de las figuras representativas de la intelectualidad del momento en la vida española: Galdós, Echegaray, Baroja, Benavente, Ricardo León, Menéndez y Pelayo, Azorín, la Pardo Bazán, Torres Quevedo... y, naturalmente, a médicos como Marañón, Cajal y Simarro.
Este lienzo fue seleccionado para ser exhibido en la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada en Madrid en 1897, y en las Internacionales de Munich en 1906, Berlín, Colonia y Düsseldorf en 1907, Londres en 1908 y Roma en 1911, donde Sorolla demostró que, nuevamente y desde el siglo XVI, la pintura española continuaba estando a la vanguardia de las artes.
En las obras de este singular artista, que encierra con su nombre y su obra una lenta crisis ascensional del arte hispánico del siglo XIX, reconocemos, junto a otras cualidades precisas y concretas de pintor de sangre, esa capacidad que sólo es proporcionada a quienes llegan a expresar en sus creaciones algo más que una mera potencia de ejecución. Ese don y ese mensaje sólo trasmitido por los grandes artistas y que desciframos en las obras de Sorolla, es la concreción plástica de una singular visión del mundo y del hombre, plena de luz, metáfora de la vida plena, la que merece ser vivida.
Antonio Manuel Moral Roncal
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM.