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El pronunciamiento republicano de Villacampa y el indulto de la reina


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Brigadier D. Manuel Villacampa del Castillo, litografía de Antonio Macipe Samper estampada en cromolitografía por Lit. Romillo para El Motín, periódico satírico semanal. Madrid, 1891. Biblioteca Nacional de España. / Wikipedia Brigadier D. Manuel Villacampa del Castillo, litografía de Antonio Macipe Samper estampada en cromolitografía por Lit. Romillo para El Motín, periódico satírico semanal. Madrid, 1891. Biblioteca Nacional de España. / Wikipedia

En 1886, la redacción del diario “El Progreso” se fraguó un intento de golpe de Estado contra la Monarquía, organizado por la Asociación Republicana Militar con algunas figuras civiles. Alcanzar el poder mediante un pronunciamiento militar tenía larga tradición en la vida política del siglo XIX, y no sólo en España sino en Europa e Hispanoamérica.

El plan consistía en cortar las comunicaciones por ferrocarril y telégrafo de Madrid y otras grandes ciudades, volando los puentes y atacando a las fuerzas de la reina regente que estuvieran aisladas. Más tarde, debía divulgarse noticias exageradas y violentas para convencer al país que el golpe había tenido éxito. El general Villacampa se erigió en líder del pronunciamiento y el político Nicolás Salmerón le otorgó su apoyo, ya que el militar era enemigo de su competidor en el campo republicano, Ruiz Zorrilla, a quien le proporcionaron una fecha falsa para el alzamiento. Además, pensaron con optimismo que los barrios humildes de la capital les apoyarían. Teóricamente, la mayoría de sus habitantes simpatizaba con los federalistas, por lo que se podía reclutar allí a una masa que apoyara, desde la calle, el golpe.

Pero el general Villacampa adelantó el pronunciamiento al 19 de septiembre y, a la hora convenida, los militares comprometidos recorrieron los barrios de Madrid gritando: "¡Viva la República!". El capitán Casero decidió abrir un agujero en la pared del cuartel de San Gil porque el capitán de guardia se negó a abrir la puerta a los sublevados. Ya fuera, se encontró con el ayudante de campo del capitán general de Madrid, Manuel Pavía, que al conocer los planes de los repubicanos, se fue a capitanía para organizar la defensa y vencer a los alzados.

Tampoco el cuartel de Docks le abrió sus puertas a Villacampa, por lo que decidió abrirla a tiros, pero fracasó y se llevó algunos disparos de respuesta. Corrieron entonces a los barrios bajos para levantar a los federales de Pi y Margall, pero nadie les apoyó. Otro grupo se dirigió a la estación del Mediodía para secuestrar un tren y trasladarse a Alcalá de Henares a probar fortuna. Villacampa se fue hasta Vicálvaro, un pueblo cercano, donde encontró la misma indiferencia que los sublevados en Alcalá. Decidieron entonces dispersarse para huir mejor, pero el general, el teniente Felipe González y los sargentos Bernal, Cortés, Gállego y Velázquez fueron apresados tres días después, condenándoseles a muerte en juicio sumarísimo. La hija de Villacampa suplicó el indulto a cuantas personas relevantes la quisieron apoyar.

El Gobierno liberal de Sagasta decidió el 4 de octubre que se cumplieran las sentencias. La regente María Cristina de Habsburgo, apenas iniciada su regencia ante la minoría de Alfonso XIII, no deseaba comenzarla con sangre. Pero se encontró con la negativa del Ejército y del gobierno, por lo que ordenó que se reuniera el Consejo de Ministros, por segunda vez, para reconsiderar la sentencia. Sagasta estaba a favor de apoyar a la reina, pero el ministro Gamazo quiso que se cumpliera la condena, aunque no así Montero Ríos, que unió el fracaso republicano a la clemencia que evitaría la creación de mártires políticos. El presidente del gobierno retiró a los jefes de los dos extremos –Gamazo y Montero Ríos– e introdujo a dos amigos moderados, Navarro y Rodrigo, conservador, y Víctor Balaguer, viejo progresista.

Además, se logró hábilmente que en la opinión pública prendiera la noticia de que el indulto había sido acordado. La noticia -que respondía al deseo de la reina y de la calle- viajó de boca en boca, sobre todo entre quienes aseguraban que no había esperanza. La mayor parte de líderes republicanos solicitaron el indulto a María Cristina, salvo Pi y Margall, rígido e inflexible. Los condenados entraron en capilla pero, a las siete y media de la tarde, a punto de confesarse, el general Blanco se presentó para comunicarles que "Su Majestad indulta a ustedes. ¡Viva la Reina!".

Con el fracasado intento del republicanismo histórico, la nueva generación de dirigentes apostó por otro plan para alcanzar su objetivo político: copiar al radicalismo francés, fomentando el populismo y la cercanía a los socialistas. Pero, por el momento, se había apuntalado la Monarquía.

Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM.