Me hubiera gustado, a estas alturas, escribir un artículo sobre cualquier otra cosa que no fuera el maldito virus, pero no hay más remedio. Ya hace más de seis meses que se decretó el estado de alarma en nuestro país y hemos tenido que acostumbrarnos a vivir con algo que nunca hubiéramos imaginado y que solamente podía ser fruto de algún autor a la hora de escribir una distopía relacionada con la ciencia ficción. Sólo algunas personas muy mayores vivieron la experiencia de otra pandemia mundial como fue la mal llamada “gripe española”.
Las zonas de Barcelona con ingresos más bajos fueron las más afectadas por la primera ola del coronavirus. En el caso de Madrid los resultados son muy parecidos, pero todo ello no está causado, como dice la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por “la forma de vida de los inmigrantes”, sino por la situación de precariedad en la que viven muchas familias
Esta situación tiene varias particularidades que me gustaría destacar. En primer lugar su manifestación. Es un fenómeno global, está presente en todos los rincones de la Tierra y se ha extendido en un tiempo récord. Otra de las características es que ha sido completamente imprevisible. Nadie estaba preparado para afrontar el ataque de un virus que afecta de muy diversas maneras a diferentes personas. El sistema sanitario ha tenido que dar respuesta con una urgencia extrema a las necesidades que se iban generando.
La última, que me gustaría destacar y comentar, es la incidencia de las infecciones en función de la renta.
El título de este artículo hace mención a ello. Es un virus que afecta de una manera mucho más cruenta a personas que habitan en barrios con rentas más bajas. Un estudio del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) y del Institut Universitari d’Investigació en Atenció Primària (IDIAPJGol) revela, efectivamente, que las zonas de Barcelona con ingresos más bajos fueron las más afectadas por la primera ola del coronavirus. En el caso de Madrid los resultados son muy parecidos, pero todo ello no está causado como dice la presidenta de Madrid Isabel Díaz Ayuso por “la forma de vida de los inmigrantes”, sino por la situación de precariedad en la que viven muchas familias. Precariedad en cuanto a viviendas, precariedad laboral, precariedad en atención social, inseguridad sobre el presente y el futuro de ellos y de sus hijos.
Ahora no es tiempo de reproches partidistas y, como dice el ministro Illa, se trata de gestionar esa segunda ola de la pandemia con la máxima unidad y coordinación y desde la mutua lealtad exigible a las administraciones, pero toda situación tiene su origen y tenemos que recordarlo para que no se vuelvan a repetir políticas que hemos vivido y sufrido.
Los déficits en asistencia social, los limitados recursos presentes en el sistema sanitario, que producen un gran estrés a todo el personal que lucha en primera línea contra la pandemia, las políticas de vivienda con un limitado peso del sector público tienen su origen en las políticas de recortes que se llevaron a cabo durante la crisis de 2008. Hoy nadie quiere acordarse de que CiU y PP pactaron dos presupuestos de la Generalitat de Catalunya que inauguraron un periodo de recortes en sanidad, educación y servicios sociales que aplicaron también con gran entusiasmo las comunidades gobernadas por el Partido Popular y el gobierno central de Mariano Rajoy.
No se trata de desviar la atención, pero la premura no debe hacernos perder la memoria de que sigue habiendo dos modelos muy claros. El que apuesta por la igualdad de oportunidades y el que apuesta por el sálvese quien pueda.
Y ahora, ¡a acabar con el virus!