El cerebro es uno, no trino
- Escrito por Manuel Peinado Lorca
- Publicado en Ciencia + Tecnología
En el modelo de “cerebro trino” de Paul MacLean, las emociones primitivas anulaban los pensamientos conscientes. El concepto, hoy científicamente desacreditado, constituyó una pieza central de Los dragones del Edén, un superventas galardonado con el Premio Pulitzer en 1978, el libro que lanzó a Carl Sagan a la fama como divulgador científico y la única fuente sobre evolución cerebral que uno encuentra en los textos de psiquiatría y psicología, por no mencionar la adicción que crea entre los amigos de lo esotérico y lo paranormal.
La piedra angular del libro de Sagan es la hipótesis del “cerebro trino” del médico norteamericano Paul McLean (1913-2007). Las investigaciones en las décadas de 1940 y 1950 de este pionero de la neurociencia proporcionaron contribuciones muy significativas y con plena vigencia sobre el papel funcional de ciertas regiones cerebrales e introdujo el concepto de sistema límbico para reconocer la interrelación de esas regiones cerebrales con el hipocampo.
Pero las cosas se le fueron de las manos cuando, siguiendo el esquema de la mente tripartita de Sigmund Freud, planteó un esquema integral de la función cerebral para explicar muchos aspectos importantes del comportamiento humano.
El cerebro trino
Para MacLean nuestro cráneo no aloja un cerebro sino tres, que operan como «tres ordenadores biológicos interconectados, cada uno con su propia inteligencia, su propia subjetividad, su propio sentido del tiempo y su propia memoria».
A este esquema, que estableció a principios de los años 60 y publicó en 1990 en su libro más difundido, le denominó el “cerebro trino” porque contemplaba los hemisferios cerebrales de los mamíferos modernos como una peculiar convivencia (un tanto esquizofrénica) de una zona con impulsos reptilianos (su complejo reptiliano), que se refleja en comportamientos inmorales o despreciables, siempre egoístas; una segunda zona con rasgos de mamíferos primitivos (el complejo “paleomamífero” o sistema límbico), que es temperamental, aunque amable y complaciente por naturaleza; y una tercera dedicada exclusivamente a procesos racionales e intelectuales (el complejo “neomamífero”).
Las razones del atractivo concepto del cerebro trino son fáciles de comprender. MacLean consideraba como "buenos” comportamientos “altruistas” tales como el cuidado parental de la prole, la amistad, la generosidad, el arte, la ciencia o la filosofía, haciéndonos sentir que son parte de nosotros como mamíferos y humanos. Por otro, consideraba comportamientos "malos", de los que los humanos preferiríamos no ser responsables, que achacaba a la porción cerebral no mamífera de nuestro cerebro, a la supuesta bestia reptiliana que subyace en el alma humana.
Tales consideraciones encajan bien tanto con la visión tripartita de Freud, como con la tradición judeocristiana de atribuir nuestros malos comportamientos a alguna fuente no humana, ya sea a la bestia que llevamos dentro o a la pérdida de la gracia de Dios por la maléfica influencia de una serpiente en el Jardín del Edén (en el que se inspira el título del libro de Sagan).
Todo eso está muy bien como conversación de barra de bar, pero los que se ocupan de la neuroanatomía comparada y los biólogos evolucionistas, es decir, de la ciencia que trasciende de lo esotérico y se apoya en el discurso del método, discrepan profundamente de la hipótesis del cerebro trino.
La neuroanatomía comparada y la evolución no apoyan el modelo
El modelo del cerebro trino considera que el cerebro de los primates más evolucionados como el hombre es el resultado de un proceso de superposición “estratigráfica” de tres capas sucesivas: el cerebro instintivo reptiliano, el más profundo y primitivo, al que se superpone un cerebro emocional intermedio, sobre el cual, a modo de dosel, se deposita un cerebro racional y moderno.
Para MacLean, el cerebro reptiliano estaría formado por los ganglios basales, el tronco del encéfalo y el cerebelo. Ese cerebro primitivo controlaría comportamientos instintivos y de supervivencia (agresividad, dominación, territorialidad, cortejos rituales), además de otras funciones autonómicas ancestrales (respiración y latido cardíaco), el equilibrio y el movimiento muscular.
El segundo «estrato» superpuesto al anterior, como lo estarían los sedimentos terciarios a los secundarios, sería el sistema cerebral límbico o “cerebro paleomamífero”, responsable de las emociones de evasión (sensaciones de dolor) y de atracción (sensaciones de placer), la memoria y las relaciones sociales. Las porciones anatómicas claves del sistema límbico serían la amígdala, el septum pellucidum, el hipotálamo, el córtex cingulado y el hipocampo. Esta segunda capa sería la responsable de la motivación y la emoción que sentimos al alimentarnos, al reproducirnos y al atender a la prole.
El sistema límbico tiene que interactuar con el neocórtex (la corteza cerebral) porque no puede funcionar completamente solo. Necesita interaccionar con él para procesar las emociones. MacLean consideraba al neocórtex como la cumbre de la pirámide del cerebro moderno, el característico de los mamíferos más evolucionados como los primates, lo que les confería la habilidad para el lenguaje, la abstracción, la planificación y la percepción.
La idea del cerebro trino no ha cuajado entre los neurocientíficos. Desde que su autor la introdujo por primera vez, la investigación en neurociencia hizo evidente que las ideas más antiguas y simples sobre la evolución y la función del cerebro en las que se basa la hipótesis no se sostienen.
Ningún estudio ha conseguido separar la emotividad y la racionalidad de una forma clara porque están íntimamente interrelacionadas en nuestra organización cerebral y en nuestro funcionamiento mental. Por otro lado, la idea de una aparición de estructuras nuevas y complejas en un proceso de superposición es contraria a todo lo que sabemos sobre la evolución que, en realidad, funciona reorganizando los mecanismos existentes y, en todo caso, dotándolos de mayor complejidad para asumir nuevas funciones
El concepto del cerebro trino presenta también varias inconsistencias desde el punto de vista de la anatomía comparada y la evolución. Por ejemplo, el complejo-R no aparece por primera vez en los reptiles, sino que ya existía en los vertebrados al menos desde los peces agnatos. Con respecto al sistema límbico, la historia evolutiva que cuenta MacLean es insostenible.
La evolución no es una cadena linear de organismos. Las representaciones antiguas, como esta de Ernst Haeckel de 1874, presentaban a los organismos en un orden linear: la evolución no implica un progreso “linear” hacía un objetivo final, que en el dibujo de Haeckel es un nativo de Nueva Guinea.
El sistema límbico no apareció por primera vez en los mamíferos ancestrales. Los reptiles, las aves, los mamíferos y los anfibios poseen un septum pellucidum, una amígdala y un complejo del hipocampo. En cuanto al córtex cingulado, no solo lo poseen los mamíferos como sostenía McLean, sino que su existencia está demostrada en anfibios, reptiles, aves y mamíferos. MacLean le asignaba las funciones del comportamiento parental, que considera exclusivo de los mamíferos. Eso obvia el hecho de que algunos reptiles, como los cocodrilos, y todas las aves muestran comportamiento parental, sin mencionar la posibilidad sugerida por los datos paleontológicos de que algunos reptiles extintos como los dinosaurios también mostraban comportamientos relacionados estrechamente con la atención a sus nidadas.
Finalmente, MacLean tampoco acertó al decir que el neocórtex apareció por primera vez en los mamíferos modernos, porque ya existía en los mamíferos primitivos. Además, incluso en los peces óseos y cartilaginosos, en las aves y en los reptiles hay partes de los hemisferios cerebrales que participan en funciones típicamente neocorticales como la percepción, la toma de decisiones, el aprendizaje, el uso de herramientas y la formación conceptual. En esos grupos esas áreas cerebrales no tienen la misma arquitectura que la del neocórtex de los mamíferos, lo que explica por qué no fueron reconocidas como tal hasta hace poco.
Por concluir, aunque la idea del cerebro trino no se sostenga, las investigaciones de MacLean son valiosas en sí mismas por su interés en indagar en las bases neuronales y evolutivas del comportamiento humano, unas cuestiones esenciales que la investigación moderna en neurociencia puede esclarecer, aunque de manera diferente, más compleja y probablemente menos popular que la que ofreció MacLean.
Manuel Peinado Lorca
Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.
En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.
Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).
En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.
En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.