‘Medea’ en el infierno del odio
- Escrito por Manuel Espin
- Publicado en Cultura
El recorrido de la 'Medea' de Eurípides (431 antes de Cristo) ha sido largo y nada rectilíneo. La tragedia original teatralmente bien construida presentaba a una mujer que traiciona a su padre, asesina a su hermano, deja a su patria, y se entrega a Jasón con quien engendra dos hijos. Pero cuando se siente traicionada se sumerge en la venganza para hundir al padre a costa de lo que más ama: sus hijos. Medea, la semidiosa retorna con los cadáveres de ellos una vez que Jasón queda solo, castigada a vagar toda la eternidad. Los mitos grecolatinos se recuperan en el Renacimiento, cobran fuerza en el barroco y emergen en el romanticismo.
"Medea' fue un mito ideal para el tránsito entre la Ilustración y la época post-revolucionaria liberal. Luigi Cherubini (1760-1842) la convierte en ópera sobre un libreto de Francois-Venoit Hoffmann y se estrena en París en 1797 en plena resaca de la ola revolucionaria. No tiene éxito pero crece en Alemania hasta con el paso del tiempo convertirse en una 'Medea' en distintas lenguas, entre otras el italiano (la famosa de María Callas). Las 'Medea' se han visto en los teatros a la italiana o en los 'romanos'; hasta la propia Callas protagonizaba en 1969 la cinematográfica de Pasolini.
La aventura de la partitura de Cherubini es paralela a la del mito, con sus versiones en varias lenguas, sobre una composición de transición en la que el compositor no llega a hacer ni una ópera barroca ni una romántica ni pre-belcantista del XIX sino que hay resonancias de la primera y presagio de las segundas. Se puede decir que por sí misma la música de Cherubini tiene suficiente valor fuera incluso del teatro lírico para ser escuchada en un concierto. La partitura incluye abundantes recitativos-monólogos que en época contemporánea y gracias a Alan Curtis son reintegrados hasta constituir un todo musical-dramático.
El Real abre su temporada con esta nueva producción junto al Abu Dhabi Festival a lo largo de once funciones bajo la dirección musical de Ivor Bolton y la escénica de Paco Azorín. La reinterpretación del mito de 'Medea' es absoluta. No hay túnicas sino elegante y estilizada ropa contemporánea de tonos terrosos y negros, con algún anacronismo clásico (la coraza de Jasón, el vellocino de oro...) y argonautas y soldados que recuerdan a comandos y anti-disturbios.
Azorín es escenógrafo de sus montajes bajo lecturas actuales de obras y mitos de otras épocas. Con constantes que se repiten en sus trabajos porque forman parte de un estilo indiscutible y un sello personal: espacios escénicos abiertos, nada realistas, simbólicos y sugerentes, gran juego de las proyecciones y las pantallas, excepcional uso de las iluminaciones que generan ambientes y espacios, y frecuente utilización de rótulos escénicos en sobreimpresión.
Azorín es original y audaz en lecturas que huyen del historicismo. En 'María Moliner' hizo pleno, en 'Salomé' (dramática) y 'Sansón y Dalida' (también lírica) brilló, acertó en su personal interpretación de la zarzuela 'Marina' sin ovejitas ubicada en plena crisis del 'Prestige', incluso hay que defender pese a las críticas su particular 'Tosca' (2021) en el Real con una escenografía muy singular. Anotar además trabajos poco conocidos como la ópera contemporánea 'La brecha' de De Zeegant vista en Sagunto (2017) donde volvía a dar un gran protagonismo al trabajo físico, y constatar un fracaso, la errática: 'The magic ring' de Albéniz en La Zarzuela (2022).
En 'Médée' cantada en francés, una amplia caja escénica oscura es ocupada en la parte central por una estructura de unos seis pisos con un ascensor y una escalerilla circular todo en negro, más una versátil plataforma que ocasionalmente se eleva y sobre la que se proyectan imágenes y rótulos. A Azorín no le importa recurrir a la información complementaria sobre Eurípides y el mito en el preludio de la primera parte, y en torno a la violencia vicaria en España (con 27 niños muertos en España en los últimos tiempos) al iniciarse el segundo acto.
Su 'Medea' es una mujer tan apasionada como desquiciada que es capaz de alternar momentos de lucidez con otros de deriva mental, y que peligrosamente se mimetiza en cualquiera de los casos vistos en los medios. Aquí los niños no lo son en realidad sino adolescentes casi jóvenes con vida propia y personalidad, que visten ropa de hoy, accionan el teléfono móvil, y tienen un papel muy activo en la obra, lejos de ser los sujetos pasivos de otras versiones.
A Azorín le encanta trabajar la forma corporal y la acción, y la obra posee un gran movimiento escénico, del que participa con entusiasmo un numeroso coro que es un protagonista más de esa dinámica antagónica al viejo concepto de ópera estática; coro dirigido por primera vez por José Luis Basso que debuta de manera muy brillante en su nuevo cometido en este Teatro.
Todo es dinamismo y acción (con una buena utilización de los tres atletas de parkour como las furias; la segunda vez que esta disciplina deportiva es empleada en un espectáculo lírico-dramático tras el maravilloso montaje de Gustavo Tambascio de 2016 en la Zarzuela sobre 'La guerra de los gigantes' de Sebastián Durón). Con una buena resolución de los asesinatos y un tenso e infernal climax final. Esta 'Medea' tiene sus mejores escenas en un tercer acto resuelto de manera brillante, con una tensa dinámica en escena, un gran movimiento de componentes y coro y unas iluminaciones que rozan la maestría, superando un primer acto que empieza bien pero se estanca hasta que sube de nivel en el segundo y estalla en el último.
Ivor Bolton que es un maestro dirigiendo óperas barrocas se encuentra en una tierra de nadie musical pues la partitura de Cherubini pisa distintos terrenos. Se luce al frente de la orquesta pero sin la variedad de matices de sus espléndidos trabaos barrocos. El reparto está bien elegido con tres Medea en función de los días de representación (María Agresta, Saioa Hernandez y María Pìa Piscitelli).
Estuvimos en la de Agresta y bordó un personaje nada fácil que acumula las más diversas pulsiones y en la que a años-luz de la 'Medea' de María Callas no solo ha de ofrecer una maestría llena de matices en la voz y moverse con soltura en los recitativos cantados a la medida de una soprano sino como actriz en constante acción teatral corporal; una condición que antes no se exigía a las grandes divas del género. Enea Scala y Francesco Demuro, los 'Jasón' ofrecen personajes de mucho carácter y masculinidad, pero también de gran vulnerabilidad.
Con Nancy Fabiola Herrera y Silvia Tro Santafé como 'Néris", y Sara Blanch y Marina Monzó en el papel de 'Circe'. Tal y como podía esperarse esta relectura de 'Medea' en clave de hoy que no teme al didactismo, con alusiones plenamente contemporáneas, no está hecha para quienes siguen pensando en los montajes teatrales de otra época donde todo era historicista, el centro las voces y la arquitectura escénica meramente decorativa.
Azorín es provocador como los mejores 'régisseur' de hoy y tiene algo que domina: es un gran escenógrafo que sabe utilizar tanto las voces como los cuerpos y las estructuras para generar pulsión dramática sin efectismos, domina el movimiento (no hay más que ver el destacado papel del coro) y utiliza con habilidad y mesura las tecnologías del espectáculo.
Antes de entrar al teatro hay que olvidarse de las imágenes de otras 'Medea' greco-latinas e introducirse en esta psique de mujer también de hoy con estéticas nada historicistas y una buena resolución del espacio escénico que permite moverse a cantantes-actores-performers en un amplio espacio en el que las tecnologías generan los distintos ambientes.
Manuel Espin
Doctor en Sociología y licenciado en Derecho, CC Políticas y CC de la Información es escritor de ficción y no ficción, periodista y autor audiovisual para cine y tv.
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