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Emma de Yonville


(Tiempo de lectura: 2 - 3 minutos)

«Cumplía con su tarea cotidiana como un caballo de noria que da vueltas con los ojos vendados sin saber lo que hace»

Madame Bovary, 1856, Gustave Flaubert

A veces, un soñador despierto recorre países y vive aventuras para retornar a su lugar de origen y darse cuenta que el mejor viaje es el interior. Otras, su carácter bipolar le acarreaba ensoñaciones y fobias, como a todo lo burgués, y su literatura es incisiva y preciosista hasta el extremo, siempre buscando la expresión perfecta. Y aquí aparece Madame Bovary, publicada por entregas en una revista parisina un año antes de verla editada en libro. Emma Bovary tiene muchos pájaros en la cabeza, en lo que respecta lo que debe ser una relación sentimental, que se dan de bruces con su apagada y aburrida vida de casada con el médico rural Charles Bovary. Ni siquiera el hecho de ser madre la centra, sigue obsesionada por vivir una vida de pasiones y lujos, con un primer amante a la fuga, deudas, dolencias nerviosas y un segundo galán que también le saldrá rana. A todo esto, Emma sigue con su tren de vida, acabando en la cima de una montaña de deudas imposibles de asumir, así que, acorralada, se quita de en medio. Pero no acaba ahí la cosa, el trago más amargo es que su marido, arruinado y con una hija pequeña, lo descubra todo. Lo peor es que sea esta pequeña la que acabe huérfana y pagando su futuro por la indiferencia y la falta de cuidados de sus progenitores trabajando en una fábrica de algodón.

Bajo el subtítulo Costumbres de provincias, Flaubert da una vuelta de tuerca a la narrativa de la mal casada, de la insatisfecha con ínfulas y de la buscadora de grandes misterios en miradas huidizas, emborrachada de lecturas de heroínas románticas que viven vidas plenas y suntuosas, plagadas de aventuras imaginarias como un Quijote femenino. Pero también es la denuncia social al corsé de muchas mujeres a lo largo de la historia, para las que solo el matrimonio era la puerta de salida honrada y permitida por la sociedad. La monotonía, el aburrimiento y las limitaciones de la mujer en un entorno pequeño burgués que ahoga y envilece, termina siempre chocando con la férrea realidad de una sociedad marcada por las leyes de los hombres. Inspirada en una mujer real, con iguales sentimientos y final. Tan importante llegó a ser que dio nombre a una enfermedad de melancolía y también fue objeto de escándalo, hasta el punto de que la obra y el autor se vieron procesados por ultraje a las buenas costumbres y la moral, esas que tanto gustan de predicar los que más a menudo las vulneran. Tanto impactó y tanta verdad encerraba que sus seguidoras, La Regenta, Effi Briest, y Anna Karenina, vinieron a complementarla y universalizarla en otros países, ejemplos del mal endémico de una sociedad profundamente hipócrita.

Ahora estamos en el lado opuesto: parece que cuanto más público y notorio sea el escándalo de heroínas de barro, más venden los kioscos, convirtiendo la máxima de Flaubert en leyenda «No hay que tocar a los ídolos; su dorado se nos queda en las manos». Y las nuestras están llenas de purpurina.

Licenciada en Filología Hispánica (1984-89) y en Filología Alemana (2001-04) por la universidad de Salamanca, con diplomaturas en italiano y portugués. Vivió 10 años en Alemania, donde dio clases en la VHS (universidad popular) de Gütersloh, Renania del Norte-Westfalia, desde 1993 a 2000.

Posteriormente, ya en España, decide dedicarse a la traducción y corrección de libros y textos de diversa índole, labor que sigue ocupando a día de hoy.

Es miembro de la AEPE (Asociación Europea de Profesores de Español), de ASETRAD (Asociación Española de Traductores e Intérpretes) y otras entidades relacionadas con la traducción.

Asimismo, colabora como traductora honoraria para diversas ONG.