El mundo que no entró en la Guerra en 1914
- Escrito por Eduardo Montagut
- Publicado en Historalia
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914, involucrando a la Triple Entente, Serbia y los Imperios Centrales, había otros países que no se involucraron, en principio, aunque otros terminarían por hacerlo.
Un conjunto de países europeos no participó en la guerra y permaneció neutral porque, aunque se entablaron intensos debates en sus respectivas opiniones públicas, sus intereses no se jugaban en la conflagración ni tenían estrechos compromisos o vínculos diplomáticos con ninguno de los dos bandos. Fue el caso de los países nórdicos, Suiza, los Países Bajos y España.
Pero también hubo Estados que se declararon neutrales en un principio, pero que al final entraron en la guerra. La tónica general es que lo hicieron seducidos por las promesas de beneficios y recompensas si entraban en liza en uno u otro bando. Italia es el caso más importante pero no el único. Italia pertenecía al sistema de alianzas que había diseñado Bismarck, pero se fue apartando del mismo, llegando a firmar un tratado con Francia unos años antes de la guerra, aunque en la crisis de julio no se decantó a favor de nadie. Los italianos querían sacar provecho de su neutralidad. De hecho, entablaron conversaciones tanto con los aliados como con Austria. El interés de Roma estaba en los denominados territorios irredentos, es decir, Trieste, el Trentino, el Tirol y Fiume. Esas exigencias no podían gustar a Viena, ya que eran territorios que pertenecían a su Imperio, por lo que la baza diplomática austriaca se truncó muy pronto.
Los dos bandos enfrentados en la Primera Guerra Mundial no permanecieron con los brazos cruzados e intentaron atraerse a Italia a sus respectivas causas con el objetivo de romper el equilibrio porque de los países neutrales era el más potente. Los austriacos ofrecieron Trento, aunque nada más. Los aliados de la Entente fueron más generosos porque prometieron todos los territorios reivindicados y la participación de Italia en el reparto del Imperio otomano cuando fuera derrotado, ya que era aliado de austriacos y alemanes. Italia optó, por un tiempo, por la neutralidad. Su Gobierno sopesaba los pros y contras, y las ofertas que se hacían, generándose en el país un intenso debate político sobre si había que participar o no en la guerra.
Los intervencionistas más activos eran los miembros de las minorías italianas dentro del Imperio austrohúngaro, pero también la izquierda republicana y los garibaldinos porque veían en el conflicto un medio para completar la unificación porque consideraban que estaba incompleta sin los territorios irredentos. En este sentido hay que señalar que un sobrino de Garibaldi lideró un grupo de cuatro mil italianos que en 1914 marchó al frente occidentales para combatir a los Imperios Centrales y por la Francia republicana. Entre los intervencionistas también estaban los social-reformistas, los sindicalistas revolucionarios, un grupo de socialistas disidentes liderados por Mussolini, que sería expulsado del Partido Socialista, los nacionalistas y los liberal-conservadores, como el primer ministro Salandra y el ministro de Exteriores, Sonnino. Los empresarios también eran favorables a la guerra, así como un sector muy activo del mundo intelectual y artístico italiano, los futuristas y D’Annunzio. Il Corriere de la Sera era un puntal intervencionista y, por fin, se encontraba en este grupo el rey Víctor Manuel III.
Frente a este heterogéneo conjunto de fuerzas y personajes favorables a meter a Italia en la Gran Guerra, estaban los católicos, los seguidores de Giolitti, una parte de la izquierda y los socialistas, que no querían a Italia en el conflicto. Eran neutralistas y hasta pacifistas. En el fragor del debate los intervencionistas acusaron a estos sectores de traición.
Efectivamente, el debate fue intenso y hasta violento en ocasiones, aunque, en realidad, la mayoría de la población se mantuvo un tanto al margen. Pero los intervencionistas fueron muy insistentes y presionaron con fuerza al Parlamento italiano donde predominaba la postura neutralista. Las maniobras de los intervencionistas fueron hábiles porque consiguieron que el Parlamento dejara las manos libres al Gobierno en esta materia y los socialistas decidieron abstenerse.
La pendiente hacia la intervención italiana en el conflicto comenzó cuando Viena cometió un error diplomático en relación con una cláusula del Tratado de la Triple Alianza cuando declaró la guerra a Serbia. Al no cumplirse un requisito en relación con la aliada Italia, Roma se sintió liberada de su compromiso en la alianza. Por fin, se tomó la decisión de aceptar los ofrecimientos de los aliados. Por el Pacto de Londres del 26 de abril de 1915, y que se firmó sin el consentimiento del Parlamento, la Entente prometía a Italia todos los territorios deseados y más de 50 millones de libras para modernizar sus fuerzas armadas. A cambio, Italia debía entrar en guerra en el plazo de un mes. El 4 de mayo Roma abandonaba la Triple Alianza y se unía a la Entente. Por su situación debía combatir en solitario contra el Imperio austrohúngaro. Nacía, en consecuencia, un nuevo frente de guerra en los Alpes.
Bulgaria fue otro caso importante, pero en el otro lado. Los búlgaros eran enemigos de los serbios como consecuencia de las Guerras balcánicas, pero temían la potencia rusa, por lo que no entraron en la Guerra. Pero al comprobar que los Imperios Centrales eran capaces no sólo de frenar al Ejército ruso sino de derrotarlo en muchas ocasiones, decidieron entrar en el conflicto porque, además, se les prometió la Macedonia y la Dobrudja si Grecia y Rumanía entraban en la Guerra, además de territorios que controlaban los serbios.
También terminaron participando en el conflicto los rumanos, turcos y griegos. El caso de Grecia es especial porque el enfrentamiento interno sobre la materia fue aún más intenso que en Italia.
Uno de los aspectos peculiares de la confrontación interna sobre la intervención de Grecia en el conflicto es que provocaría una fuerte crisis política y una situación bélica harto compleja. En el país heleno había dos posturas claramente definidas en torno a los beligerantes. El rey Constantino, a la sazón cuñado del káiser Guillermo II, encabezaba el sector favorable a los Imperios Centrales. Los defensores de la causa de la Entente tenían a Venizelos, jefe del Partido Liberal y presidente del Gobierno, como máximo protagonista.
Grecia deseaba anexionarse un conjunto amplio de territorios. En primer lugar, tenía intereses en el Epiro norte en manos albanesas. Por otro lado, deseaba la Tracia meridional bajo soberanía búlgara. Por fin, sus apetencias se ampliaban sobre la costa occidental turca donde había abundantes poblaciones griegas. Los aliados de la Entente no dieron una respuesta que contentara a los griegos, y eso hizo que al estallar la Guerra se declarase la neutralidad. Efectivamente, cuando el Imperio austrohúngaro atacó a Serbia, Grecia puso en marcha la movilización, pero se declaró neutral. Atenas solamente intervendría contra Turquía y si Bulgaria atacaba a Serbia, en función del Tratado firmado entre Grecia y Serbia en 1913. En el año 1915, el rey Constantino se negó a que Grecia participase en el ataque aliado a los Dardanelos, que terminaría en fracaso, aunque Venizelos sí había sido partidario. Ante esta desavenencia profunda el primer ministro fue destituido en el mes de marzo. Pero estuvo fuera del poder poco tiempo porque en agosto regresó y ante el ataque búlgaro a los serbios encontró la razón para intervenir en el conflicto en virtud del Tratado mencionado. Así pues, permitió que los aliados desembarcaran en Salónica. Pero Constantino seguía claramente defendiendo su germanofilia y consiguió apartar de nuevo a Venizelos.
La situación interna griega se complicó cuando en diciembre los partidarios de la causa alemana ganaron las elecciones. Parecía que Grecia se decantaría hacia el bando de los Imperios Centrales, pero no era tan fácil porque en suelo griego había tropas de la Entente, en Salónica. La neutralidad, por su parte, peligraba por este mismo motivo. Los Imperios Centrales avanzaban hacia Macedonia, y Bulgaria ocupaba Rupel en mayo de 1916 y Kavalla en agosto del mismo año. En este episodio el ejército griego se rindió sin entrar realmente en combate. Esta situación tan poco favorable para la Entente provocó que las tropas francesas ocupasen el Pireo, el puerto de la capital griega. Los partidarios de la causa aliada se rebelaron y forzaron la creación de un Gobierno provisional en Salónica bajo el paraguas de la Entente.
Así pues, la Gran Guerra había provocado una profunda escisión interna en Grecia. Las tropas de la Entente entraron en Atenas, y el rey tuvo que abandonar Grecia. Fue sustituido por su hijo Alejandro en el mes de junio de 1917. Venizelos volvía a controlar la situación política. En ese momento el país se alineaba claramente con la Entente, declarando la guerra a Austria-Hungría, Alemania, Bulgaria y Turquía el 27 de junio de 1917, y decretando la movilización general. Pero el Ejército griego era una máquina de guerra muy ineficaz. Estaba mal dirigido y administrado con constantes interferencias políticas. Solamente tuvo una actuación destacada en septiembre de 1918 en la ofensiva final. En compensación, Grecia consiguió casi todo lo que deseaba en los Tratados de Paz, al contrario de lo que ocurriría con Italia.
Hasta Portugal entró en guerra en 1916, fiel y tradicional aliado de Londres, aunque casi de forma testimonial.
Portugal permaneció neutral al estallar el conflicto, aunque era claramente favorable a la Entente dada su secular alianza con el Reino Unido. En realidad, se combatió desde el principio, ya que a finales de agosto de 1914 los alemanes y los portugueses se enfrentaban no en Europa, pero sí en África, en Mozambique y en Angola.
Por su parte, los británicos obligaron a Lisboa a incautarse de los barcos alemanes en puertos portugueses. Este hecho hizo que los Imperios Centrales, es decir, Alemania y Austria-Hungría declarasen la guerra a Portugal en el mes de marzo de 1916.
Entre los meses de marzo y abril de 1916 se creó el CEP, o Cuerpo Expedicionario Portugués, comandado por el general Fernando Tamagnini de Abreu e Silva. Este Ejército llegó a tener unos cincuenta y seis mil hombres. En el verano de ese año se encontraba ya en el frente occidental, en Francia, y debía actuar bajo el mando británico, que nunca valoró mucho a estos soldados.
Los portugueses sufrieron intensamente en la etapa final de la Guerra. En la ofensiva alemana de abril de 1918 fueron literalmente arrollados en la Batalla de Lys. Este hecho pareció confirmar las reticencias inglesas, pero Londres nunca tuvo en cuenta que los portugueses no habían sido adecuadamente adiestrados y su motivación era muy baja, habida cuenta de los escasos intereses portugueses en este conflicto. Además, no habían sido reemplazados y acumulaban mucho tiempo en el frente.
En noviembre de 1918, los portugueses volvieron a actuar y esta vez con mejor resultado. El número de bajas, entre muertos, heridos y desaparecidos varían mucho entre los historiadores. En total oscilan entre veintiún mil y treinta y tres mil.
En los Tratados de Paz posteriores Portugal obtuvo el puerto de Kionga en la antigua colonia del África Oriental Alemana.
Otro aspecto importante de la participación de Portugal en la Gran Guerra fue el de las repercusiones interiores. La movilización militar y el colapso del comercio internacional generaron una grave crisis económica de desabastecimiento e inflación con su consiguiente alto coste social. El movimiento obrero anarcosindicalista se movilizó con numerosas huelgas y un claro incremento de la violencia. En 1917 se produjo el golpe de Estado de Sidónio Paris, abriendo una larga etapa de inestabilidad política que terminaría desembocando en 1926 en el golpe de Estado del General Carmona, y dos años después en el encumbramiento de Antonio de Oliveira Salazar.
Por su parte, las colonias de los países contendientes fueron puestas al servicio de sus respectivas metrópolis, tanto en lo que respecta a recursos humanos como, principalmente materiales. En este sentido, como ya se ha explicado, franceses y británicos, dados sus inmensos imperios coloniales, sacaron muchísimo más provecho que alemanes y austriacos. Los Estados Unidos optaron por la neutralidad. Los aliados comenzaron una intensa campaña diplomática para que entraran a su favor, pero Wilson se mantuvo firme en su apuesta por la neutralidad, apoyada mayoritariamente por la opinión pública, a pesar de ser aliadófila por sus orígenes, menos la minoría inmigrante alemana. El presidente demócrata se comprometió con la paz y en la mediación. Envió al coronel House como su emisario de paz, pero su misión se saldó con un evidente fracaso. Cuando llegó la agresión submarina alemana, Wilson hizo entrar al país en la guerra en 1917 al lado de los aliados.
Todos los Estados de América Latina se declararon neutrales al estallar la Guerra mundial, ya que era concebida como un conflicto muy ajeno y propio de las rivalidades europeas, especialmente entre Francia y Alemania. Pero la entrada en la guerra de los Estados Unidos en el año 1917 cambió esta situación. Los países de Centroamérica, en la órbita de Washington, entraron en el conflicto casi al mismo tiempo que lo hizo la gran potencia. También lo hizo Brasil, que tenía un acuerdo con Estados Unidos. El resto de países se mantuvo neutral, aunque hubo quiénes rompieron sus relaciones diplomáticas con Alemania.
Y nos queda tratar el caso de Japón, ya una gran potencia económica y militar demostrada en la guerra contra Rusia de principios de siglo, después de todos los profundos cambios de la Restauración Meiji. En realidad, Tokio no tenía ningún interés en Europa, pero vio en la Gran Guerra una oportunidad para afianzar su expansión por el Extremo Oriente, ya que las potencias coloniales europeas, lógicamente, estaban concentradas en su propio continente. Sus principales obstáculos en la zona eran Gran Bretaña y Rusia, por lo que parecía lógico que si entraba en la contienda debía hacerlo del lado alemán y austriaco, pero Japón sabía que eso no sería tolerado por los norteamericanos, ya muy atentos en esta parte del mundo, especialmente desde que controlaban Filipinas, después de la victoria sobre España. Al final, los japoneses, muy interesados en China y aprovechando que los alemanes tenían allí una concesión en el norte, decidieron declarar la guerra a Alemania el 23 de agosto de 1914. Mientras los europeos se ensangrentaban en las trincheras, los japoneses asentaron su poder en China, poniendo las bases de su poderío del período de entreguerras.
Eduardo Montagut
Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.
Lo último de Eduardo Montagut
- Elogio socialista de la política en el golpe de Primo de Rivera
- Los socialistas y la necesidad de una legislación estable sobre los alquileres
- La reseña de la edición española de “La Doctrina Socialista” de Kautsky
- Arthur Groussier o el trabajo contra la guerra
- Los problemas de “Sin Novedad en el Frente” en Estados Unidos en 1929