La cuestión sucesoria a la muerte de Alejandro III de Macedonia
- Escrito por Adoración González Pérez
- Publicado en Historalia

El antiguo reino de Macedonia, en la parte septentrional de los Balcanes constituyó un verdadero Estado político entre los siglos VII a. C. al II a. C. y desde la época de Filipo II se había expandido por toda la península Calcídica y parte norte en dirección a tierras regadas por el Danubio. El gobierno se extendió por la mayor parte de Grecia mientras que su hijo Alejandro lo habría de convertir en imperio. A su muerte, comenzaría una etapa dura, de crisis, divisiones y desmembración, como ben recogen las crónicas contemporáneas y posteriores en el tiempo. La gloria y ascenso de Alejandro no fue nada fácil ni siguió una carrera corriente. Desde el principio se vio sometido al exilio y las envidias de otros, y así sucedió también con su muerte.
La figura de Alejandro Magno, tanto por los hechos grandiosos que rodearon su vida, como por sus hazañas y conquistas, virtudes más o menos codiciadas, y un extenso capítulo de significados , atrajeron siempre a los historiadores, cronistas y artistas, como a los mismos reyes que desearon emularse con personajes de esta enjundia. Se le representó como un líder carismático, metido en muchos ceremoniales, unas veces arrodillado ante las Sagradas Escrituras en el Templo de Jerusalén, según lo reflejaba el pintor Sebastiano Conca, en el lienzo del Museo del Prado de 1736, asunto que venía a ilustrar de forma metafórica las supuestas virtudes del nuevo rey Felipe V, por citar alguno de estos maravillosos ejemplos que conserva nuestro Museo Nacional, junto a grabados, esculturas y otros lienzos alusivos a su figura o a los hechos épicos que rodearon su vida y la de su familia.
Muchos son los ejemplos que podrían tomarse, tanto en lo relativo a la vida política como particular del personaje. El estudio histórico y las fuentes paralelas nos dan una visión que refuerza aún más el significado de lo que supone la existencia de hombres de esta talla en el entramado mundo de las ambiciones e intrigas por el poder, tan antiguo este comportamiento casi como la misma humanidad. Uno de los temas que interesaron también al relato iconográfico se relacionaba con los enlaces matrimoniales de Alejandro y con el conjunto de personajes femeninos con los que tuvo alguna unión, sobre todo por lo que implicaba para la cuestión sucesoria. Del casamiento con la princesa Roxana, madre de su hijo justo cuando él habría de fallecer, en el año 323 a. C., devino una de esas cuestiones que se tradujeron más bien en complots políticos, por parte de algunos hombres interesados en el trono así como de las diferentes facciones del ejército. Los postulados no dejan de ser atrayentes en cuanto las fórmulas barajadas. Por un lado la idea de una regencia, en la figura de Pérdicas, que comandaba el contingente de caballería hasta que el hijo del gran Alejandro alcanzase la mayoría de edad política. Otro hombre afanado en manipular el asunto era el comandante de la armada, Nearco, que proponía como sucesor al hijo que Alejandro había tenido con la princesa Barsine, hija del persa Artazabo, llamado Heracles. Mientras, la clase media y popular del ejército mostraba simpatía por Filipo Arrideo, epiléptico y de escasas dotes intelectuales.
El asunto de la sucesión dentro de la monarquía macedonia era complejo, no existía una herencia inmediata, sino que, a propuesta del rey, el heredero podía ser refrendado y aceptado por la Asamblea, sin mayor obligación aunque dicha propuesta se hubiera hecho antes del fallecimiento. De hecho, el primer candidato era el hermanastro del propio Alejandro, Filipo-Arrideo, enfermo e incapacitado relativamente para las responsabilidades civiles y militares. Mientras se dirimía el proceso, había nacido en agosto del 323 a. C. el hijo de Alejandro y Roxana, desatándose una verdadera confrontación que casi lleva a la guerra civil. La Asamblea decidió nombrar por consenso a dos reyes, una diarquía formada por el dicho Filipo y el que sería Alejandro IV, entre los años 323 a. C. al 317 a. C. La política real, sin embargo, fue claramente manejada por los jefes militares y como sucede con los grandes proyectos o empresas iniciados por el líder principal, muchos de los objetivos se vieron anulados. Muerto Filipo, en el año 317 a. C. quedó al cargo un niño de seis años, Alejandro IV, por poco tiempo pues tanto él como Roxana fueron víctimas del asesinato en el 309 a. C., hecho que se mantuvo en secreto durante un tiempo. Continuarían así los enfrentamientos en el poder hasta la consolidación de una nueva dinastía en la familia de los Antigónidas.
Adoración González Pérez
Licenciada en Geografía e Historia por la Universidad Autónoma de Madrid (1979). Escribió su Memoria de Licenciatura sobre EL Real Sitio de Aranjuez en el siglo XVIII.
Doctorada en Historia del Arte por Universidad Autónoma de Madrid (1991), Tesis titulada: El urbanismo de los Reales Sitios en el siglo XVIII.
Profesora de Educación Secundaria, en varios centros de la Comunidad de Madrid, ahora ya no en activo.