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El asalto a un banco sueco, origen del famoso “síndrome de Estocolmo”.


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Un robo pasó a la historia no por la cantidad de dinero ni por la fama de sus autores sino por la complicidad que se desplegó entre los rehenes y sus captores, una reacción que pasó a llamarse Síndrome de Estocolmo a partir de esos momentos.

La imagen que se forjaron muchos europeos del reino de Suecia en el siglo XX era la de una gran nación que había logrado desarrollarse económicamente sin grandes sacrificios sociales, que había impulsado la transición del liberalismo a la democracia sin necesidad de guerras civiles ni revoluciones, que Iglesia, Monarquía y Socialdemocracia se habían respetado mutuamente para favorecer la estabilidad política y la neutralidad durante las dos guerras mundiales. Todo ello había generado una sociedad próspera, pacífica, con grandes servicios públicos y singulares imágenes ligadas a la entrega de los Premios Nobel por sus reyes y a la expansión del nudismo.

Por todo ello, el mundo quedo impresionado cuando se supo la noticia de que un violento atraco se había producido en Estocolmo, la capital sueca, el 23 de agosto de 1973.

Ese día, Jan-Erik "Janne" Olsson, un peligroso delincuente, se hizo presente en una sucursal del Kreditbanken en Norrmalmstorg, un barrio céntrico y populoso. Entró con una maleta, sacó una ametralladora y disparó hacia el techo. Una de las personas que allí se encontraba, Kristin Enmarkj, declaró más tarde a la prensa británica: "Me tiré al piso. El ladrón vino a donde estaba y nos hizo señas a una colega y a mí para que nos levantáramos. Yo creo que mi cerebro dejó de funcionar. Era un terror sin nombre". Esta joven de 23 años añadió que "Ni en mis peores pesadillas me había imaginado que algo así me iba a suceder".

La policía fue alertada y al entrar dos agentes, Olsson les disparó, hiriendo a uno de ellos. Bajo la amenaza de tener cuatro rehenes -entre ellos, Kristin Enmarkj-, cuyas vidas pendían de un hilo, solicitó 3 millones de coronas suecas, que se liberara a Clark Olofsson, que en ese momento cumplía una condena, además de pistolas, chalecos antibalas, cascos y un automóvil. Con el objetivo de evitar una masacre, las autoridades sacaron a Olofsson de la cárcel, llevándolo a la sucursal bancaria asaltada. Como comentó Enmarjk, "cuando pidió que trajeran al otro criminal pensé: 'esto va a ser un infierno', porque Olofsson era muy famoso en Suecia. Era considerado como una persona extremadamente peligrosa".

A continuación, se estableció un enlace permanente de comunicación de los negociadores de la policía con los asaltantes. Los atracadores bloquearon el paso a la cámara acorazada principal con los rehenes, pero no lograron abrir sus puertas, por lo que el atraco se dilató en el tiempo., Enmarjk empezó a creer que Olofsson era su amigo, al ser considerado por la policía como el verdadero líder e intermediario, frente a Olsson, que le causaba terror. Por eso, declaró más adelante: "Me acogió bajo su manto protector y me decía: 'a ti nada te va a pasar'. Es difícil explicárselo a gente que no ha estado en esa situación lo importante que fue eso para mí. Sentía que a alguien le importaba. Quizás era un tipo de dependencia".

El segundo día, Enmarjk telefoneó a primer ministro, Olof Palme, por orden de Olofsson y le pidió que dejara en libertad a los dos asaltantes. Palme le contestó que no debían quedar libres pues estaban robando un banco y disparándole a la policía. La rehén replicó “No, déjeme decirle que fue la policía la que disparó primero”, disculpando su acción.

Al tercer día del asalto, un desesperado y nervioso Olsson amenazó con matar a los rehenes si la policía intentaba un asalto con gas lacrimógeno y les colocó en el cuello una especie de lazo de modo que se estrangulasen en el caso de que el mismo se hiciera realidad. Olofsson, en cambio, tranquilizaba a los rehenes, de tal manera que, Enmarjk, confiaba plenamente en él. Tanto que “viajaría por todo el mundo con él” y es que su estrategia para sobrevivir atravesó la línea de identificarse con uno de sus secuestradores, pero su carácter cambió. Cuando se amenazó a uno de los rehenes con pegarle un tiro en la pierna para convencer a la policía de que iban en serio con sus amenazas, ante el miedo de la víctima Enmarjk le dijo: “¡Pero Sven, sólo es la pierna!”.

A los seis días del robo fallido, el 28 de agosto la policía decidió usar gases lacrimógenos y tras media hora los atracadores se rindieron. Nadie resultó físicamente herido, aunque Enmarjk protestó posteriormente por la acción policial al considerarla sumamente arriesgada para sus vidas. Finalmente, Jan Olsson, fue condenado a diez años de cárcel y Clark Olofsson, su cómplice, a seis. Los rehenes fueron examinados por psiquiatras y su reacción emocional al identificarse con sus captores pasó a llamarse Síndrome de Estocolmo por el criminólogo y psiquiatra Nils Bejerot. Kristin Enmark siempre negó tenerlo y durante las siguientes décadas se carteó con su secuestrador, al que siempre consideró su amigo.

Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM.