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La tragedia de un liberal en la Segunda República, de Roberto Villa


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Esta biografía del que fue presidente del gobierno durante la Segunda República, Ricardo Samper Ibáñez (1881-1938), no es un análisis histórico sobre el personaje deslindado de su época, sino que se establece una continua convergencia entre su vida y el tiempo que vivió. Nacido en el seno de una familia de clase media, su pasión por la abogacía y la vida asociativa le llevó a consolidar una imagen adecuada para su salto a la escena política, de la mano del republicanismo valenciano liderado por Vicente Blasco Ibáñez. Esta fuerza adoptó la denominación de Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA). Samper fue redactor del periódico del movimiento -El Pueblo-, más tarde, concejal y alcalde de Valencia unos años antes de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Su actuación es analizada minuciosamente por el autor, que destaca su vocación de servicio público y su capacidad de entendimiento con los partidos monárquicos.

Para comprender sus ideas políticas -y su posterior actuación como gobernante- el autor aclara las principales características del republicanismo de las primeras décadas del siglo XX. Más que un partido, era un movimiento heterogéneo, de impronta populista y vocación interclasista. Aspiraba a una revolución cultural que erradicase la influencia social de las iglesias cristianas, con el fin de erigir una nueva fe fundada en una fusión de cientifismo y nacionalismo. La República era “una tierra prometida” de soberanía popular, donde los republicanos se arrogaban la representación del pueblo. Por lo tanto, más que un sistema de libre concurrencia, apostaban por un monopolio del poder. La elite republicana favorecería un programa de nivelación social y adoctrinamiento masivo con vistas a crear una comunión cívica con la República.

Pero Samper apostaba por un republicanismo liberal, alejado de cualquier monopolio del poder por un partido o una corriente de pensamiento. Estaba en contra de cualquier tipo de violencia política, no estaba a gusto con el anticlericalismo o la clerofobia de las masas. Abogó por neutralizar al Estado en materia religiosa, pero nunca defendió la secularización compulsiva de la sociedad. Su moderación hizo que Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical, viera en él un activo importante e hizo lo posible para que el PURA se integrase en sus listas electorales al llegar la Segunda República en 1931.

Samper fue uno de los cuatro vocales del Partido Radical en la comisión parlamentaria que recibió la misión de redactar el proyecto de Constitución. Allí ya se apreció su choque con las ideas de la izquierda republicana y los socialistas. Se opuso a que la Carta Magna fuera uN texto exclusivista sino abierto y flexible, reflejando el ideal de patriotismo y fraternidad social. No quiso que fuera un instrumento para la ingeniería social sino una vía de integración para que los centristas y conservadores terminaran integrándose en régimen. Encontró el texto final falto de sentido liberal, de elasticidad, de poder de adaptación. La Constitución de 1931 -a su entender- favorecía un Estado “mayúsculo”, peligrosamente absorbente y panteísta, que reduciría al individuo a la nada. Los radicales defendieron que el Estado fuera para el ciudadano y no el ciudadano para el Estado. Pero sus enmiendas no encontraron apoyo, por lo que Samper y sus compañeros pudieran levantar -sin asomo de incoherencia- la bandera de la reforma constitucional durante el bienio siguiente en que gobernaron, con apoyo de otros partidos como la CEDA.

Entre finales de 1933 y comienzos de 1934 fue ministro de Trabajo y de Industria, actuando a favor de medidas moderadas como expone el autor. Asumió la presidencia del gobierno entre el 28 de abril y el 4 de octubre de 1934, ante el asombro general. Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, retiró su confianza al radical Alejandro Lerroux, pero se negó a que los conservadores de la CEDA accedieran al poder. Así, Alcalá-Zamora eligió a Samper, para aumentar su influencia en el Consejo de Ministros, pero esa elección no favoreció precisamente la imagen de los dos políticos. Para lograr que las Cortes aprobaran su gobierno, Samper tuvo que solicitar el apoyo de Lerroux, que se lo concedió a cambio de que su gobierno fuera, prácticamente, el mismo que había nombrado él anteriormente. Además, no tuvo programa propio sino el de su antecesor.

Samper disolvió la Comisión de Responsabilidades contra los monárquicos; derogó la ley de términos municipales y autorizó el incremento de tarifas ferroviarias para compensar el déficit de esa empresa pública. Presentó dos reformas importantes: la de la ley del jurado y una reforma electoral que establecía un sistema proporcional de listas cerradas, pero no fueron aprobadas por las Cortes. Apoyó la revisión de la política militar de Azaña, en cuestión de ascensos, condiciones salariales y laborales, e intentó favorecer las inversiones y mejoras en Valencia. Su gobierno se enfrentó a la huelga de la UGT en junio de 1934 en el campo, que trató de debilitar con mejoras laborales y eliminación de la discriminación política en las contrataciones. Asimismo, tuvo un duro enfrentamiento con la Generalitat catalana, en manos de la ERC, con motivo de su legislación sobre arrendamientos de tierras. No era competencia autonómica sino nacional y el conflicto derivó en una seria crisis, llegando la Esquerra a comprar y entregar armas a sus juventudes. La tensión fue en aumento y la UGT condenó el gobierno de Samper al considerarlo un régimen de “terror blanco”. Pese a todo, el político valenciano intento moderar la crisis y posibilitar un acuerdo, pero finalmente, al negociar el cumplimiento de la Constitución por parte de la Generalitat, cayó su prestigio ante las fuerzas que le sostenían. El 1 de octubre se escenificó en las Cortes el final de su gobierno que pormenoriza su biógrafo.

Lerroux formó nuevo gabinete integrando a ministros de la CEDA y nombrando a Samper ministro de Estado con rango de vicepresidente hasta el 16 de noviembre de 1934. Su gestión tuvo como telón de fondo la revolución de Asturias, la rebelión de la Generalitat y la crisis del Partido Radical. Samper fue nombrado presidente del Consejo de Estado pero los intentos de reforma de la Constitución de 1931 no pudieron salir adelante ante la negativa de los partidos de izquierda a tocar la “piedra angular de la República”. Finalmente, al estallar la guerra civil, fue perseguido por los milicianos y la policía, de tal manera que, con ayuda de la Embajada francesa, pudo trasladarse más allá de los Pirineos, donde falleció. Para algunos historiadores, su figura debe relacionarse con el fracaso de la política centrista en los años treinta.

 

Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM.