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El porqué del estado autonómico


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Vivimos momentos complicados en nuestro país. La fuerte aparición en el parlamento de un partido de ultraderecha en el último año por un lado, y la actitud del independentismo catalán por otro, está cambiando a marchas forzadas el “status quo” de nuestra democracia.

El abandono del autonomismo en Cataluña por la masa de votantes y grupos políticos nacionalistas ha generado, en una parte de la población española, una reacción furibunda contra el sistema de las autonomías. Esto es uno de los motivos que explica el ascenso de la ultraderecha en los últimos años. El rechazo hacía el estado de las autonomías era un sentimiento que se encontraba larvado en un parte de la población, y se expresaba en la crítica a la duplicidad de competencias y al exceso de cargos políticos que abultaban el gasto público. Ahora, muchas de estas personas han visto en VOX un partido que defiende sus ideas, especialmente cuando ataca al estado autonómico y propugna la ilegalización de los partidos nacionalistas. Pero, y esto hay que recordarlo, las autonomías no son un “invento” de la Transición. Son una propuesta que trata de dar respuesta a las dos formas de entender el Estado español desde que este se empieza a conformar.

Cuando Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, crearon con su matrimonio el germen de una nueva corona, acordaron que sus reinos mantendrían su personalidad política e institucional. Castilla era un reino más unitario con instituciones más homogéneas, fruto del proceso de unificación institucional originado desde el siglo XIII. Aunque dentro del reino había regiones con fuerte personalidad y el monarca se hacía nombrar como rey de varios territorios, unas solas Cortes representaban a todo el reino cuando el monarca se coronaba, nombraba heredero o aprobaba impuestos o textos legales. La dote de Fernando, la Corona de Aragón, difiere mucho de Castilla, pues es una auténtica confederación de reinos. Están los tres tradicionales de la corona, Aragón Valencia y Cataluña, a los que se unen otros territorios como Mallorca, Sicilia, Cerdeña…. Fruto de la expansión aragonesa de la Baja Edad Media. De tal manera que, cuando el rey visita Zaragoza, en Barcelona y Valencia es necesario un virrey porque el rey está fuera de las fronteras de estos reinos. Solo alguna institución, como el Consejo de la Inquisición, y la propia monarquía, es común a la corona castellana y aragonesa.

La dinastía de los Austrias, en los siglos XVI y XVII, mantendrá los aspectos básicos de esta unión. El Imperio español es más una confederación de reinos peninsulares y extrapirenaicos que un estado homogéneo a pesar de la política de monarquía autoritaria que establecerán sus reyes y válidos. El imperio, con Felipe II, se gobierna desde Madrid y el aparato burocrático y administrativo tiende a la centralización, pero choca con los fueros de cada territorio y con los poderes de las cortes aragonesas. Por ello, la corona de Castilla se convierte en el pilar básico de la monarquía. De ella y de sus colonias se extraerá la mayor parte de los recursos para mantener a un Imperio que no supo aprovechar las riquezas de sus colonias americanas para tener la hegemonía económica a la par que la militar. Los intentos del Conde Duque de Olivares de poner límites a la autonomía de los reinos originaron la independencia de Portugal y la rebelión de Cataluña entre 1640 y 1652, en la que el principado trato de vincularse a la monarquía francesa.

La llegada de la casa Borbón tras la guerra de Sucesión impuso un modelo de monarquía centralista y unificada, imponiendo las leyes de Castilla a lo que quedó de la monarquía tras Utrecht (1713). Se conformaba así el territorio de lo que hoy es España bajo una misma ley, con excepción de Navarra y los señoríos vascos. Sin embargo las poblaciones de los antiguos reinos de la Corona de Aragón no olvidaron sus fueros.

La difícil implantación del liberalismo en España en la primera mitad del siglo XIX convivió con una guerra civil que tuvo tres episodios, y en la que también se ponía en juego el concepto de cómo debía articularse el país. Frente a la concepción centralista y unificadora de los liberales, los absolutistas carlistas se refugiaron en la defensa de las tradiciones forales, lo que les valió un apoyo popular incondicional, especialmente rural, en Navarra y en los señoríos vascos, además de una importante presencia en tierras de la antigua corona de Aragón, como en el Maestrazgo y en los Pirineos. La victoria liberal dio paso a un estado centralista con una sola ley para todos sus territorios, lo que generó una profunda frustración en las regiones forales que abrazaron el carlismo casi como una religión. La nueva estructura de gobernadores civiles, Guardia Civil y sistema educativo presuntamente universal en castellano, reforzará el sistema de administración central.

Sin embargo, un sector del liberalismo más progresista fue sensible al planteamiento anticentralista, y durante el Sexenio Democrático se llegó a plantear un proyecto constitucional de Republica federal en 1873 de la mano de Pi i Margall. El fracaso de esta experiencia generó la vuelta a un riguroso centralismo que solo se romperá parcialmente con la constitución republicana de 1931, que daba pie a la creación de autonomía en aquellas regiones que lo pidieran. Esta apertura de la Segunda República era una respuesta a los movimientos nacionalistas y regionalistas que habían proliferado desde finales del siglo XIX. Este nacionalismo periférico azuzaba un nacionalismo españolista que negaba a los otros y que se enraizaba entre los sectores más conservadores de la sociedad, especialmente en el Ejército.

Esta exposición histórica trata de justificar que el problema de cómo estructurar la monarquía española, el estado español o, simplemente, España no es un capricho de la población de algunas regiones de nuestro país. Es algo mucho más profundo. Algo que procede de la propia génesis de nuestro país y que se ha prolongado a lo largo de los siglos con predominio de un modelo u otro. Los padres de la Constitución del 78 eran conscientes de esta situación y trataron de llegar a una solución que diera respuesta a las dos inquietudes, aceptando por primera vez la España conservadora, recién convertida a la democracia, un modelo no centralista puro. El devenir histórico desde 1978 ha provocado que en la práctica estemos más cerca de un estado federal que de uno centralista, pero eso no ha sido suficiente para los grupos nacionalistas, especialmente vasco y catalán, lo que ha sido aprovechado para que, de nuevo, los sectores más radicales de la derecha se apoderen de la unidad de España como elemento de enganche de votantes y seguidores.

Es curioso que líderes del PP y Ciudadanos denominen “constitucionalista” a VOX, que amenaza siempre que puede con abolir las autonomías. Si algo caracteriza a la Constitución del 78 es la creación del estado autonómico. Sin esto, sería una constitución vacía. La campaña electoral en la que más se ha atacado a este estado autonómico ha generado el parlamento con mayor número de diputados nacionalistas periféricos y regionalistas. Si el PP se deja arrastrar hacía la negación de las autonomías, uno de los pilares más firmes del régimen se quebrará, pudiendo afectar gravemente a la convivencia entre ciudadanos. Algo que ya está ocurriendo en Cataluña con el órdago independentista.

Presidente de ARMHADH, Profesor de secundaria. Geografía e Historia.