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El nuevo Leviatán dormita bajo el hielo


(Tiempo de lectura: 4 - 7 minutos)

Este artículo no es un nuevo guion de la Guerra de los Mundos, pero si teme a las distopías es posible que no quiera leerlo. Como la bestia marina narrada en la Biblia, el Leviatán que yace bajo el hielo ártico es un verdadero monstruo que aguarda su liberación. Si sale de su caverna helada, matará a millones de personas, aterrorizará a las que sobrevivan y destrozará este mundo antes de crear uno nuevo que nunca contemplaron los seres humanos.

Nuestro monstruo oculto está hecho de algo que en principio parece inofensivo, el metano, una de las moléculas más simples del universo: un átomo de carbono unido a cuatro de hidrógeno. Eón tras eón, después de millones de años de incesante actividad orgánica e inorgánica, se han ido acumulando miles de millones de toneladas de ese gas.

Además de formar burbujas gaseosas puras, una elevada proporción de metano se acumula en forma de hidratos de metano congelados (clatratos) y atrapados bajo el suelo congelado del Ártico, el permafrost. Básicamente, son gigantescas concentraciones de moléculas de agua con metano atrapadas dentro del hielo que pueden arder como lo hace el metano que sale por las conducciones domésticas de gas natural, la forma comercial del metano.

Desde hace mucho tiempo se sabe que el metano atrapado bajo el permafrost arde espontáneamente. El pasado verano los incendios forestales se extendieron imparablemente a lo largo del Círculo Polar Ártico, incinerando miles de kilómetros cuadrados de tundra, cubriendo de humo las ciudades siberianas y culminando la segunda temporada consecutiva de incendios de la taiga, el bioma más extenso del mundo.

Cuando la temporada de incendios disminuyó a finales de agosto, las llamas producidas por esos incendios que derriten el Círculo Polar habían emitido un récord de 0,24 gigatoneladas (1 Gt = mil millones de toneladas) de dióxido de carbono, un 35% más que en 2019, que hasta entonces había establecido el récord.

Emisiones totales estimadas de CO2 derivadas de los incendios forestales expresadas en megatoneladas entre junio y agosto de 2020 en el círculo polar ártico. Fuente: CEPMPM / Servicio de Vigilancia Atmosférica de Copernicus (CAMS).

Los volúmenes de hidratos y las burbujas de metano atrapadas son inimaginables. Solo un depósito de unos 60 metros de profundidad, la Plataforma Ártica de Siberia Oriental (ESAS), encierra 1 400 Gt de metano congelado. Se estima que hasta 15 000 Gt de carbono pueden estar almacenadas en forma de hidratos en el suelo del océano, pero este cálculo no tiene en cuenta el metano abiótico, por lo que es probable que haya mucho más. Convirtamos esta enorme cifra en algo más comprensible.

Curva de variación en la concentración de metano en la atmósfera obtenida en los sondeos realizados en indlansis de Groenlandia y la Antártida. Fuente.

En 2017, el último año con datos completos, la atmósfera absorbió casi 0,6 GT de metano. Atrapados en el ESAS hay casi 2 400 veces más, o lo que es lo mismo el equivalente a la contaminación durante el mismo número de años a niveles de 2018. Pero por ahora ese Leviatán gaseoso dormita congelado en el permafrost y enterrado bajo el mar, esperando que algo lo despierte. Eso es justamente lo que estamos haciendo.

Se ha especulado mucho sobre la estabilidad de esos depósitos. Es difícil derretir el permafrost profundo y un clatrato puede soportar variaciones de temperatura sorprendentemente grandes, por lo que durante mucho tiempo los científicos pensaron que eran metaestables y podrían sobrevivir a un incremento sensible del calentamiento global. Pero las medidas recientes de emisiones de metano ártico, la observación más cercana a estos depósitos y un análisis a las emisiones históricas, han demostrado que la hipótesis de la metaestabilidad no se sostiene. Solo se necesita un aumento de la temperatura global de 1,5 °C para descongelar todo el ESAS.

Ese incremento tan pequeño es la razón que hace que estos depósitos sean tan peligrosos. Provocan un ciclo de retroalimentación del calentamiento global. Como el metano es un gas de efecto invernadero treinta veces más potente que el CO2 a la hora de atrapar calor en la atmósfera en un periodo de 100 años, cuando una pequeña cantidad se descongela aumenta drásticamente la temperatura, lo que provoca que se libere cada vez más y así sucesivamente: el monstruo se realimenta más y más y seguirá así hasta que se agote el depósito de metano.

Para complicar las cosas, nuestro mejor plan para detener el cambio climático, el Acuerdo de París, quiere detener el incremento de temperaturas global en 2 ⁰C, lo que significa que, incluso si cumplimos ese objetivo, no se podrá detener el calentamiento global descontrolado causado por los depósitos de metano. Incluso nuestros mayores esfuerzos para mantener a Leviatán dormido no funcionarán. Poco a poco, está despertando de su sueño milenario.

Es muy difícil predecir el tamaño de ese calentamiento. El clima es un sistema increíblemente complejo con un sinfín de variables, por lo que no tenemos forma de predecir lo que sucedería cuando el monstruo campe por sus respetos. Todo lo que sabemos es que será catastrófico, pero no cuánto. Pero podemos anticipar el futuro mirando al pasado.

Hace 55 millones de años, hubo un calentamiento repentino de la Tierra conocido como Máximo Térmico Paleoceno-Eoceno (PETM), en el que, debido a la liberación de metano, el planeta se calentó entre 5 y 8 ⁰C durante unos 100 000 años. Eso parece mucho tiempo, pero nuestro problema es que ahora hemos acumulado más depósitos de metano y los seres humanos también estamos contribuyendo al calentamiento global, por lo que la Tierra no tardará miles de años en calentarse. Puede que solo tarde cien o incluso menos. Si usamos el PETM como modelo y, siendo muy conservadores, calculamos que la Tierra se calentará 5 °C durante los próximos cien años. Si así fuera, ¿qué pasaría?

Ningún humano que viva hoy, salvo los que vivan más de un siglo, reconocerían un planeta que habrá sufrido lo que algunos científicos incluso han llamado "el sexto círculo del infierno". No habrá capas de hielo en los polos, lo que significa que no habrá corrientes oceánicas globales. Como la vida oceánica depende de la circulación de nutrientes arrastrados por estas corrientes, los océanos se volverán estériles.

Todo el hielo derretido elevará el nivel del mar. Muchas de las grandes ciudades próximas a la costa quedarán completamente sumergidas. Cientos de seres vivos, incluyéndonos a nosotros, resultarán desplazados y apiñados en una superficie terrestre cada vez más escasa.

Variación en el nivel del mar desde 1870 elaborada con datos de mareógrafos costeros. Desde 1995, la tasa media de subida anual es de 3,4 mm.

Los desiertos actuales se volverán tan cálidos y secos que incluso las especies que evolucionaron para adaptarse a ellos sucumbirán. Todas las selvas tropicales se secarán y serán arrasadas por enormes incendios forestales. Las tierras de cultivo más fértiles se convertirán en desiertos. La falta de alimentos significará que millones de humanos sucumbirán en las hambrunas.

El intenso calor hará que los biomas tropicales migren más cerca de los polos. Como ocurría durante el Terciario, los paisajes tropicales dominarán el hemisferio norte. Pero muchos organismos no podrán migrar lo suficientemente rápido: solo las especies más resistentes y de crecimiento más rápido podrán hacer ese viaje. Eso significará un paisaje tropical con mucha menos biodiversidad de lo que conocemos hoy.

Para empeorar las cosas, el clima será extremo. Huracanes que nunca habíamos visto; sequías que durarán años incluso en los trópicos recién implantados cerca de los polos; olas de calor de proporciones bíblicas e inundaciones que rescatarán del olvido a Noé. Tales condiciones han sucedido antes, a finales del Pérmico, hace unos 250 millones de años, durante la llamada Gran Muerte, cuando el 83% de todas las especies resultaron aniquiladas.

Nuestro mundo está amenazado por este monstruo dormido y lo estamos despertando. Se necesita un mínimo ruido para despertar a un dragón y en estos momentos estamos colocando una banda de música completa y una multitud que la jalea en la puerta de su guarida. Lamentablemente, este cuento del nuevo Leviatán no tiene un final feliz. Nos dirigimos al sexto círculo del infierno y hacemos muy poco para detenerlo.

Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.

En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.

Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).

En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.

En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.