Italo Calvino: sus recuerdos del oprobioso fascismo mussoliniano
- Escrito por Antonio Chazarra Montiel
- Publicado en Cultura
Al respecto quisiera remitirme a dos ensayos; uno es muy famoso, el ensayo de Walter Benjamin ‘El Narrador’,
que trata de los cuentos de Léskov. El narrador, para Benjamin, era aquel que transmitía experiencia,
en épocas en las que la capacidad de los hombres para aprender de la experiencia no se había perdido aún.
Italo Calvino. Seis propuestas para el próximo milenio
En octubre de este año se conmemorará el Centenario del nacimiento de Italo Calvino. Fuera de Italia se le conoce poco, aunque fue un autor bastante leído y traducido en los años 60, 70 y 80. Murió en 1985 a consecuencia de un ictus. Haríamos bien en no echar en saco roto su legado.
Creo que se trata de uno de los novelistas y ensayistas más interesantes y lúcidos del siglo XX. En nuestro país, sus obras pasaron por regla general, casi desapercibidas. De hecho, solo se le recuerda por “El barón rampante” y poco más.
Con motivo de su Centenario y, conforme se vaya acercando octubre, mes en el que nació, se hablará más de él. Sin embargo, no creo que se rememore su antifascismo y sus recuerdos dispersos aquí allá, de los años de la dictadura mussoliniana y de la invasión alemana.
Combatió en los ‘partigani’, en las brigadas de Garibaldi. Como botón de muestra del terror al que Italia estuvo sometida bajo la dictadura, especialmente bajo la ocupación alemana, tan sólo quiero destacar que cuando su hermano y él se unieron a los partisanos sus padres fueron retenidos como rehenes y tuvieron que vivir bajo la angustia de no saber cuál había sido su suerte. Fueron años de plomo, de ejecuciones, encarcelaciones y destierros.
Poco antes de morir, en 1983, publicó en ‘La Repubblica’ un ensayo con el título “Comienzo con una chistera”, que hoy quiero glosar en esta colaboración. Pone de manifiesto con habilidad, como el fascismo ocasiona daños morales duraderos y como su sobreactuación y su histrionismo son solo la capa externa, dejando huellas más profundas, pues una de sus principales razones de ser es el odio irracional al otro.
Las páginas de este ensayo, que aparecieron los días 10 y 11 de julio, son aleccionadoras. Se tiene por un lugar común que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Han transcurrido más de 80 años y en Italia hoy gobierna una mujer de inequívocas simpatías fascistoides, que preconiza algunas medidas de un claro componente antieuropeista, desintegrador y xenófobo.
Por lo que respecta a nuestro país, el dictador murió en la cama en 1975. Me resulta difícil comprender como aún existen partidarios nostálgicos de su régimen y de su figura, que ignoran o parecen ignorar, lo que significó el franquismo: partido único, ausencia de libertades, hambre, dolor, represión, miedo, y una uniformidad impuesta a sangre y fuego.
Italo Calvino recuerda como el retrato de Mussolini estaba colgado en todos los lugares públicos, incluidos los centros escolares. A los españoles que hoy tenemos más de sesenta años, esto naturalmente nos suena, incluso nos resulta atrozmente familiar. Todas las libertades fueron suprimidas. Era patente el poder del clero. La imagen del líder estaba en todas partes, era omnipresente. Por si faltaba algo, el NO-DO se encargaba de recordárnoslo cada vez que íbamos al cine.
En un primer momento, la imagen de Benito Mussolini quería expresar modernidad, eficiencia y continuidad tranquilizadora, acompañadas claro está, de una pose autoritaria. La propaganda machaconamente insistía en la disciplina y el orden. No se hacía naturalmente, mención alguna al uso de la violencia que había aupado al fascismo al poder, aprovechando los fallos y debilidades del sistema.
Quienes vivieron bajo la bota fascista, saben lo difícil que resultó salir indemnes de toda aquella brutalidad irracional. Fueron no pocos sus cómplices y muchos más los que callaron y permitieron sus desmanes... por comodidad o cobardía. El estúpido mito de ‘el cirujano de hierro’ funcionó una vez más y algunos comprendieron demasiado tarde, su significado político.
No era fácil olvidar para quienes las padecieron o las contemplaban a diario, la brutalidad que ejercían las escuadras fascistas. Benito Mussolini se hacía llamar ‘Il Duce’ y sus partidarios lo aclamaban por su supuesto y nunca comprobado valor y marcialidad.
Con sentido del humor e ironía, Italo Calvino recuerda que se les decía a los niños ‘pon cara de Mussolini’. Un gesto ceñudo se dibujaba en el rostro del niño y sacaba los labios como enfadado. Calvino también nos recuerda los abundante y casi obsesivos retratos de Mussolini en periódicos, revistas y sobre todo en suplementos quincenales como Domenica del Corriere y L’IIlustrazione Italiana.
También quedó grabada en su memoria una foto de Mussolini con chistera, cuando iba a firmar el Concordato a San Juan de Letrán. Una vez logrado su propósito de obtener el reconocimiento y apoyo de la Iglesia, manifestó ‘a cara descubierta’ su deseo de poner a Italia de uniforme.
Su megalomanía fue a más. Se le erigió un monumento ecuestre, inspirado en el Colleoni de Andrea del Verrocchio, al pie figuraba la consigna ‘si avanzo seguidme’, en letras más pequeñas podía leerse también ‘si retrocedo matadme’. Italo Calvino comenta con cierta sorna hasta qué punto se cumplió, cuando su cadáver fue colgado de una farola.
El fascismo mussoliniano, con su retórica imperial, pretendía representar al líder como si de un emperador romano se tratase. En sus recuerdos de infancia y preadolescencia recuerda las concentraciones multitudinarias y llenas de vítores. Aquí las padecimos en la Plaza de Oriente.
Cualquier tipo de crítica estaba drásticamente prohibida y había que atenerse a las consecuencias. Su familia no asistía a esas manifestaciones de aclamación al Duce. Sus padres eran librepensadores y habían dado a sus hijos una educación laica y antidogmática.
Conviene recordar que hoy Il Duce vociferante resulta ridículo, mas entonces, era aclamado con entusiasmo por quienes habían perdido el sentido de la realidad y actuaban con delirio alienante. Muchos populismos de hoy en día imitan esta figura estrafalaria que lleva aparejados peligrosos gérmenes. Apenas logran ocultar sus mensajes autoritarios y excluyentes. Los llamamos populistas cuando en realidad sería más acertado calificarlos de regresivos y nostálgicos de un tétrico pasado.
El fascismo mussoliniano manipulaba a las masas para afirmar su poder; de ahí el culto a la prepotencia y belicosidad así como la indumentaria militar, las frases lapidarias y su retórica hueca consistente en prometer soluciones fáciles a problemas difíciles.
La ironía y el humor son un antídoto a la seriedad dictatorial. Charles Chaplin en su magnífico film El gran dictador, puso estas y otras debilidades al descubierto, recuérdese la escena de los dictadores jugando con la ‘bola del mundo’.
Es formidable el partido que sabe sacar Italo Calvino de lo que revelan y ponen de manifiesto las fotografías e imágenes iconográficas de Il Duce, que van de Il Duce pensador a Il Duce condottiero. De ideología profundamente patriarcal, su cráneo rasurado pretende presentarlo dotado de una gran fuerza viril.
Tras la conquista de Etiopía, el culto al líder carismático alcanza su apoteosis. Había que mencionarlo como Il Duce victorioso fundador del imperio. El fascismo poseía una concepción proyectiva de la historia. Como tantas otras concepciones proyectivas terminó en desastre. Hecho este que se cuidan de no mencionar los que tienen un sentimiento nostálgico
Más temprano que tarde, supo rodearse de un aparato intimidatorio cuya brutalidad solo era comparable a su incompetencia. Esta fuerza represora intentaba mantener un silencio impuesto que ahogaba toda rebeldía. No está mal advertir que toda forma de totalitarismo viene acompañada de un miedo intenso y de un sufrimiento para quienes lo padecen.
Las atrocidades inhumanas se olvidan. Por eso es preciso recordarlas y mantenerlas vivas en la memoria. Los totalitarismos fascistoides buscan afanosamente un poder desenfrenado y absoluto. Fascismo y populismos se dan la mano en una paranoia que pretende prohibir y aniquilar todo lo que no coincide con su estrechez de miras.
Han encontrado en las redes sociales un poderoso instrumento para difundir un pensamiento uniforme, casi siempre reducido a consignas. Tienen identificado ‘al enemigo’ y lo fustigan a diario. Deslegitiman la democracia.
Recordemos un triste episodio. Múnich 1938 debería hacernos pensar en el alto precio que hay que pagar por contemporizar con los totalitarismos que, en su imaginario colectivo, consideran cualquier cesión una prueba de debilidad y se crecen más y más.
Las consecuencias se vieron pronto. Trajeron incontables tragedias, sufrimiento, muerte y destrucción. A los populismos y totalitarismos hay que pararles los pies a tiempo.
Estaba próximo el día de borrar de las paredes italianas, de plazas y de las instituciones públicas las imágenes de Il Duce. Las evocaciones de Italo Calvino, son muy expresivas a este respecto. El 25 de julio de 1943, las ‘Casas del fascio’ son invadidas y las imágenes del dictador destronado, arrojadas con rabia desde las ventanas.
Como comenta al final de su ensayo, los dictadores y los aspirantes a serlo, deberían fijar en su memoria esas imágenes o mejor aún, enmarcarlas para mirarlas cada noche y así recordar que cuando la historia vuelve, suele hacerlo de forma bufa más con consecuencias trágicas: dolor, sufrimiento y sangre para quienes se han dejado conducir dócilmente por ‘slogans huecos de rutas imperiales’.
Estoy convencido de que el mejor tributo de admiración que puede otorgarse a un escritor es leer y releer sus obras. Me atrevo a sugerir “Las ciudades invisibles”. Son un prodigio de imaginación y creatividad.
Se recordarán sus novelas y cuentos de la época neorrealista, se pondrá en valor su capacidad para mezclar y fusionar realidad y ficción, así como sus arriesgados experimentos vanguardistas. Todo eso y mucho más, habrá que tenerlo en cuenta, mas no hay que olvidar que un clásico –e Italo Calvino ya lo es- es aquel creador que sabe conectar y dirigirse a quienes aún no han nacido.
Por eso, en estos turbulentos años para Europa, en enero de 2023, cuando se escuchan de nuevo ‘tambores de guerra’, en suelo ucraniano… está en peligro la paz que disfrutamos y que creíamos ingenuamente, que no tendría marcha atrás.
Es necesario tener en cuenta mensajes como el que Italo Calvino lanza a los ciudadanos y ciudadanas de su presente, mas también, del futuro (que es nuestro presente). Nos hace reflexionar sobre el desastre que significa siempre, por dejadez, ignorancia, odio o mala fe escuchar los cantos de sirena de los populismos que llevan encriptados mensajes excluyentes, misóginos y xenófobos… que pueden hacernos repetir horrores que anteriores generaciones de europeos padecieron.
Antonio Chazarra Montiel
Profesor Emérito de Historia de la Filosofía, Colabora o ha colaborado en revistas de pensamiento y cultura como Paideía, Ámbito Dialéctico, Leviatán, Temas de Hoy o la Revista Digital Entreletras.
Ha intervenido en simposios y seminarios en diversas Universidades, Ha organizado y dirigido ciclos de conferencias en la Fundación Progreso y Cultura sobre Memoria Histórica, actualidad de Benito Pérez Galdós, Marx, hoy. Ha sido Vicepresidente del Ateneo de Madrid.
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