El otro crepúsculo de los dioses
- Escrito por Francisco Martínez Hoyos
- Publicado en Cultura
Aunque podemos caer en la tentación de suponer que las relaciones entre la literatura hispanoamericana y España comenzaron en los sesenta, con el Boom, nada más lejos de la realidad. Treinta años antes, por ejemplo, ya encontramos en la península ibérica a grandes y míticas figuras como César Vallejo o Pablo Neruda. También a una escritora peruana, Rosa Arciniega (1903-1999), que no ha recibido hasta el momento la atención que merece. Fue en su momento el prototipo de mujer vanguardista, con su vestuario masculino, su capacidad para pilotar un aeroplano y su ideología de izquierda. Mucho antes que Mario Vargas Llosa, ella triunfó al otro lado del Atlántico con sus múltiples colaboraciones en diversos periódicos, sus biografías y sus novelas. En estas ficciones no cayó en tópicos: ni se centró en historias románticas, como se hubiera esperado de una mujer, ni en las peculiaridades de su país a la búsqueda de supuestas esencias “telúricas”. El hecho de ser latinoamericana no le impidió mirar, con lucidez y valentía, realidades ajenas.
Vidas de celuloide (Espuela de Plata, 2021) es una crítica dura, por momentos salvaje, al falso oropel que esconde las miserias de Hollywood. Parece mentira, pero este libro, publicado por primera vez en 1934, parece estar escrito ayer mismo por su denuncia contundente de la frivolidad y la miseria moral del mundo del famoseo, en el que los protagonistas solo viven pendientes de salir en los medios. El protagonista, un actor alemán llamado Eric Freyer, se traslada a Estados Unidos en busca de triunfo y allí, alcanzada una apariencia de gloria, se olvida de su esposa, la bailarina Henriette, para caer en los brazos de la diva Olga D’anti. Ninguno de los dos, en realidad, ama al otro. El romance es solo un medio de acaparar la atención de los periodistas.
Hollywood, según nuestra autora, viene a ser una trituradora de carne humana. El sueño americano promete fama y dinero pero, por alguien que escala hasta la cumbre, son legión los que quedan por el camino como juguetes rotos. Los que consiguen su sueño, a su vez, no tienen garantizado nada. El público es un dios cruel, hambriento de continuas novedades. De ahí que la celebridad, como le belleza de las flores, sea por definición fugaz. Freyer lo descubrirá demasiado tarde, cuando, caído y olvidado por todos, advierta por fin que ha sacrificado demasiado para obtener muy poco. La propia Olga D’anti, incapaz de reciclarse, resulta igualmente patética y acabará también arrastrándose para mendigar un papel. En su autoengaño para no admitir que su tiempo ha pasado ya prefigura a la decadente a la decadente Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses.
Los dos protagonistas parecen haberse vaciado de cualquier atisbo de vida interior. En su camino hacia el éxito han tenido que pactar con el diablo y olvidar cualquier veleidad de integridad artística. En su universo la calidad de las películas no cuenta, solo su recaudación. Hollywood, de esta forma, se convierte en una reproducción del sistema capitalista con todas sus injusticias. Nadie tiene valor por sí mismo, solo como pieza perfectamente prescindible de un régimen sin alma.
Los actores y los aspirantes a sustituirles, impulsados por un individualismo a ultranza, no hacen más que enfrentarse entre sí para obtener, a cualquier precio, su lugar bajo el sol. Entre tanto, los publicistas inventan biografías ficticias de sus clientes para llamar la atención de sus admiradores. En estos relatos inventados se describe un mismo arquetipo, el del héroe que supuestamente sale de la miseria para hacerse a sí mismo y llegar, con tenacidad y esfuerzo, hasta lo más alto. Se alimenta así una mitología para consumo de un público ingenuo que no alcanza a comprender que todo en el mundo de sus ídolos es una pose. Hasta cuando hacen algo que parece espontáneo, como cuidar las rosas de su jardín, están ajustándose a un guión cuidadosamente diseñado. Todo, en su vida, es espectáculo. No son diferentes de todas esas estrellas, estrellitas y estrellados de los actuales programas de realidad, en los que tantos gladiadores buscan la fama no por su destreza en un arte sino ofreciéndose a sí mismos como producto.
Francisco Martínez Hoyos
Francisco Martínez Hoyos (Barcelona, 1972) se doctoró con una tesis sobre JOC (Juventud Obrera Cristiana). Volvió a profundizar en la historia de los cristianos progresistas en otros estudios, como su biografía de Alfonso Carlos Comín (Rubeo, 2009) o la obra de síntesis La Iglesia rebelde (Punto de Vista, 2013). Por otra parte, se ha interesado profundamente en el pasado americano, con Francisco de Miranda (Arpegio, 2012), La revolución mexicana (Nowtilus, 2015), Kennedy (Sílex, 2017), El indigenismo (Cátedra, 2018), Las Libertadoras (Crítica, 2019) o Che Guevara (Renacimiento, 2020). Antiguo director de la revista académica Historia, Antropología y Fuentes Orales, colabora en medios como Historia y Vida, Diario16, El Ciervo o Claves de Razón Práctica, entre otros.
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