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La importancia histórica del PSOE. II


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Los socialistas se convirtieron en una pieza clave en la llegada de la Segunda República, aunque en el proceso previo se reeditaran entre ellos los anteriores recelos hacia los republicanos y ya no tanto por la consideración de su carácter burgués, como por la constatación de sus divisiones y rencillas internas. En todo caso, fueron protagonistas del cambio los ministros Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, con profundos cambios sociolaborales, económicos y educativos. En este sentido, es muy destacable la labor de Largo al frente del Ministerio de Trabajo con una importante batería legal a favor del trabajo en distintos ámbitos. Por su parte, Julián Besteiro pasaría a presidir el Congreso de los Diputados, después de que el PSOE fuera el partido más votado en las elecciones de fines de junio de 1931 a Cortes Constituyentes. En el debate constitucional sería fundamental la labor de los diputados socialistas, como Luis Jiménez de Asúa, entre otros, y que imprimieron a la Constitución de 1931 un marcado carácter social, en el primer diseño de un futuro Estado del Bienestar.

La tensión política creciente en tiempos de la República afectó de lleno al Partido, que se dividió en dos tendencias, una más moderada y otra más radical, coincidiendo, además con auge del fascismo en Europa. Ese miedo por lo que había pasado en países con fuertes socialdemocracias precipitó hechos como el de la fallida Revolución de octubre de 1934 al interpretar que la llegada de la derecha al poder podía derivar en lo mismo que había ocurrido en Centroeuropa.

En todo caso, el PSOE volvió a jugar un papel protagonista en el proceso de unión de las izquierdas con la formación y victoria del Frente Popular, aunque decidiera no participar en el Gobierno resultante.

Después de los Gobiernos fallidos en los primeros meses de la Guerra Civil, provocada por el fracaso en la extensión del golpe militar del 17-18 de julio de 1936 el PSOE asumió la presidencia del Gobierno, primero con Largo Caballero y luego con Juan Negrín, con dos estrategias políticas distintas. Largo Caballero intentó aunar esfuerzos e incorporó en un ejercicio inédito en la Historia a los anarquistas al Gobierno, además de organizar el Ejército popular, terminando por abandonar por las tensiones evidentes entre las fuerzas de la izquierda. Negrín defendió la resistencia a ultranza, terminando sus días en el exilio fuera del Partido junto con sus seguidores, hasta que en tiempos de Rodríguez Zapatero regresaría oficialmente al seno del Partido con carácter póstumo.

La derrota de la España republicana afectó intensamente al Partido, que pareció desarticularse y estallando enfrentamientos internos en el exilio, especialmente entre Prieto y Negrín, pero sin renunciar a una indeclinable voluntad de supervivencia, especialmente desde Toulouse, participando en los Gobiernos de la República exiliada y hasta presidiéndolos, y contando con miembros en el interior de España que fueron intensamente perseguidos y represaliados. En el exilio la figura clave fue Rodolfo Llopis, quien tanto había hecho por la educación en la España republicana, y que mantuvo la formación con gesto firme en los largos y duros años del exilio.

En el tardofranquismo el PSOE sufrió una nueva crisis entre dos visiones sobre la estrategia política a seguir. Vencería la postura del interior, la de Felipe González y Alfonso Guerra, después de que Nicolás Redondo no aceptara liderar el Partido, en el Congreso de Suresnes (1974) frente a la de Llopis, más alejado de la realidad española y temeroso de la supuesta tutela del SPD alemán. El siguiente gran debate ideológico se daría ya en democracia en el Congreso Extraordinario de 1979 en el que se abandonaría el marxismo como ideología oficial del Partido. El PSOE pasaría a definirse como un partido socialista democrático y federal. De resultas de los debates de los dos Congresos de ese año surgiría la única corriente interna importante del Partido, Izquierda Socialista, donde destacaría la figura, entre otras, del intelectual Luis Gómez Llorente.

Con el inestimable apoyo de los partidos socialistas hermanos europeos, especialmente del SPD, y con un programa político adaptado para una España distinta a la del pasado los socialistas pasaron a convertirse en el eje de la izquierda, a pesar de que el sector crítico del Partido pensaba que se estaba cayendo en fórmulas personalistas y electoralistas.

El Partido pasó a ser presidido por un personaje clave del socialismo vasco en el la larga noche del franquismo, Ramón Rubial.

El socialismo español optó por participar activamente en el nuevo juego político, consiguiendo ser la principal fuerza de oposición tanto en 1977 como en 1979, sobrepasando de forma contundente al PCE. Estuvo en la elaboración, discusión y aprobación de la Constitución de 1978, realizando un ejercicio de responsabilidad política al no oponerse a la solución monárquica en unos momentos difíciles para el cambio por las resistencias de las fuerzas franquistas, pero siendo fiel a su republicanismo con una abstención en esta materia.

Otra de las claves del éxito socialista fue su manera de abordar la organización del Partido, a través de una estructura federal, con autonomía de las distintas federaciones, además de conseguir aglutinar a otras fuerzas de signo socialista surgidas al calor de las libertades. Pero, sobre todo, el nuevo socialismo español planteó una relación fructífera con la realidad política catalana. Las distintas familias socialistas se unieron para formar el PSC, una formación con personalidad propia que se federaría con el PSOE, consiguiendo un evidente e histórico protagonismo en Cataluña, siendo una fuerza indiscutible en el ámbito municipal, y alcanzando el Gobierno de la Generalitat en dos ocasiones.

Durante los Gobiernos de UCD de Adolfo Suárez el PSOE ejerció una contundente labor opositora, formulándose hasta una moción de censura.

La arrolladora victoria socialista de 1982 abrió una larga etapa de Gobierno que, con ajustes, conflictos internos en el seno de la familia socialista, como los derivados de las huelgas generales y la relación con la UGT, y enormes dificultades, cambió el país con una labor casi titánica en todos los ámbitos políticos, económicos, sociales, educativos y culturales. España dejó de estar apartada del mundo occidental para pasar a desempeñar un nuevo papel y asombrar por sus cambios y su veloz transformación, que parecieron coronarse con la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992.

Los socialistas españoles estarían desde los inicios de la nueva estructura organizativa territorial tanto del poder municipal como del autonómico, sin olvidar su capital presencia en el Parlamento Europeo, después de que la Administración socialista, presidida por Felipe González y con Fernando Morán y Manuel Marín como protagonistas de las negociaciones, consiguiera el viejo sueño de la España progresista de la integración del país en Europa a través de la CEE, hoy Unión Europea. El ingreso se hizo efectivo en el año 1986. En este sentido, es de destacar que los tres presidentes socialistas han sido destacados protagonistas en la política internacional, especialmente en Europa, como sinceros europeístas, así como en América latina.

El desgaste de tantos años de responsabilidad, sin olvidar la falta de reacción ante la corrupción y el coste por la denominada “guerra sucia” contra el terrorismo de ETA, y en un clima de intenso debate interno entre “guerristas” y “renovadores”, llevaron al relevo político en España en 1996 a través de la renovación de la derecha protagonizada por Aznar en el Partido Popular. Pero en unos años, y después de las tensiones internas sobre el liderazgo en el debate entre Josep Borrell y Joaquín Almunia, que se enfrentarían en las primeras primarias celebradas por un Partido en nuestro país, se fue preparando la segunda generación socialista para acceder al poder en 2004 después de un período de prepotencia política y de obcecación con la guerra por parte de la derecha gobernante. Y este regreso al poder fue liderado por un joven político que había sido elegido secretario general sin ser hasta ese momento muy conocido. José Luis Rodríguez Zapatero representaría una nueva sensibilidad socialista en un momento distinto. Si la generación de González y Guerra tuvo que hacer casi todo para transformar la España posfranquista, la de Zapatero se centró en los derechos, en las minorías con un afán integrador, en la igualdad de mujeres y contra la violencia de género, en la reforma de los Estatutos de Autonomía, en su rechazo rotundo a la guerra, y en recuperar la memoria histórica de la España democrática, sin olvidar su contribución, con el inestimable trabajo de Alfredo Pérez Rubalcaba, para el cese definitivo del terrorismo de ETA. Precisamente, Pérez Rubalcaba pasaría a liderar la formación en los inicios de la siguiente etapa en la oposición frente a la opción que representaba Carme Chacón, ambos personajes indiscutibles de la Administración saliente.

La crisis mundial azotó de forma contundente a España y con ella terminaría esta etapa socialista donde, además, surgirían fuerzas con evidente respaldo político a la izquierda del Partido. Una nueva y larga época conservadora, caracterizada por los intensos recortes sociales con el pretexto de la evidente crisis económica y por el casi imperio de la corrupción, sería superada a través de la primera moción de censura con éxito de la Historia democrática de nuestro país. Allí estaba otro joven líder socialista, Pedro Sánchez, surgido en un proceso harto complicado y conflictivo en el seno del Partido Socialista, con dimisión incluida después de haber ganado unas primarias contra José Antonio Pérez Tapias y Eduardo Madina, y nueva victoria en unas segundas primarias frente a Susana Díaz, última presidenta socialista de la Junta de Andalucía.

Sánchez imprimió un giro importante a la estrategia política del PSOE. El líder socialista y presidente del Gobierno tuvo que ponerse a trabajar en un escenario político fragmentado en el que las grandes mayorías del pasado se habían esfumado, por lo que apostó por la fórmula del gobierno de coalición, enfrentándose a nuevas dificultades como la pandemia del coronavirus, la guerra de Ucrania y la inflación, adoptando soluciones de intenso contenido social, e intensificando la apuesta por la memoria democrática, así como por las políticas en relación con los derechos que habían inaugurado las Administraciones de Zapatero, y no sin tensiones con el socio de Gobierno.

 

Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.

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