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Los Cuadernos de Quejas de 1789


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Luis XVI, rey de Francia, inició su reinado en 1774 apoyando a ministros realistas, ilustrados y reformistas como Turgot, que recortaron los gastos cortesanos, liberalizaron parte del comercio, aligeraron la carga de impuestos estatales sobre campesinos y promovieron cierto programa de autogobierno regional. Sin embargo, no se enfrentaron a la nobleza, que hizo todo lo posible para que fracasaran los intentos reformistas que amenazan sus privilegios y diferencias, lo que provocó la radicalización de la burguesía y de grupos urbanos.

Francia, hacia 1788, se encontraba frente a una enorme crisis de la Hacienda pública. Este hecho has sido considerado por los historiadores como una muestra de la incapacidad del sistema económico del Antiguo Régimen. La mayoría de los hacendistas acabaron llegando a la conclusión que sin la eliminación de privilegio -a personas pero también a grupos sociales, instituciones y territorios- el sistema de hacienda había llegado a su límite de capacidad. A ello se unieron las crisis agrícolas, convertidas en crisis de subsistencias a partir de 1776, culminando en la catástrofe de 1787-1789, cuando se sucedieron dos malas cosechas que provocaron escasez, hambre y duplicación del precio del trigo en el plazo de dos años. La crisis afectó a los campesinos, como productores y consumidores. También las clases bajas urbanas sufrieron esta situación y se quejaron de la inoperancia del gobierno.

A partir de entonces, Luis XVI nombró a una serie de ministros para lograr obtener una solución, pero la mayoría de ellos fue cayendo de sus despachos por conspiraciones nobiliarias, ya que no vieron más medio para lograr más renta que las clases privilegiadas pagaran más al Estado en forma de impuestos. Ello suponía igualar, de alguna manera, los estamentos en materia fiscal. La nobleza se negó a ello, protagonizando, entre 1787 y 1788, una auténtica rebelión de privilegiados contra la Corona y sus ministros. La nobleza –que dominaba los parlamentos locales- creyó que la mejor solución era la convocatoria de Estados Generales, los cuales, bajo su control reafirmarían sus proyectos ante la Corona.

El 24 de enero de 1789 se realizó la convocatoria oficial, que encargaba la elección de representantes de los tres estamentos a cada una de las divisiones administrativas de Francia, así como la redacción de los llamados Cuadernos de Quejas, como forma de hacer llegar las reclamaciones de los ciudadanos ante los Estados Generales. Se elaboraron 60.000 cuadernos, que fueron a su vez resumidos en otros.

Los cuadernos del Primer Estado (Clero católico) reflejaron, sobre todo, la mentalidad del alto clero, planteando la necesidad de salvaguardar el catolicismo frente a los avances deístas y ateos desde la prensa y los libros, incluso frente al avance de los protestantes. Si bien defendieron sus diezmos y derechos, solicitaron mayores convocatorias de Estados Generales, la abolición de aduanas interiores y la disminución de impuestos. El clero se manifestó a favor de la reforma de hacienda siempre y cuando el Estado se hiciera cargo de las deudas que había contraído la Iglesia en su servicio. Los cuadernos del Segundo Estado (Nobleza) incidieron en la necesidad de mantener el orden social privilegiado, haciendo hincapié en la reforma política, para devolver a la nobleza buena parte de la influencia que el absolutismo les había arrebatado, y por otra la necesidad de mantener los privilegios económicos y administrativos para el Segundo Estado. En cuanto al terreno económico, reafirmaron sus derechos y privilegios.

Los cuadernos de Tercer Estado fueron más heterogéneos. Los de las ciudades hablaron de problemas políticos y económicos, solicitando la reducción de los impuestos más fuertes e impopulares, la redistribución social de la carga fiscal, y propusieron una subvención estatal al clero que sustituyera el diezmo. En cuanto al ámbito político solicitaron que la representación del Tercer Estado fuera igual a la suma de los dos anteriores y el voto individual. También solicitaron mayor libertad de reunión, expresión y comercio, y la igualdad social a la hora de acceder a cualquier empleo civil o militar, suprimiendo pruebas de sangre. Los cuadernos de los campesinos describieron sus dificultades diarias, los problemas por el mantenimiento del señorío, los diezmos y la fiscalidad. No se mostraron antirreligiosos en ningún momento, pues, en cambio, solicitaron que los obispos y sacerdotes residieran en sus diócesis y que se ayudara al mantenimiento del culto.

Sin embargo, la convocatoria de Estados Generales en Versalles fue el primer paso no hacia la reforma o la contrarreforma, sino hacia la revolución, como resulta sabido.

El lector interesado puede acudir a

-P. Gaxotte, La Revolución francesa, Altera, 2008.

-A. González, La Revolución francesa, 1789-1799. Textos, Ariel, 1999.

-F. Furet, La revolución francesa a debate, siglo XXI, 2016.

Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM.