De la plantación a la fábrica. Modelos constructivos de las azucareras españolas del XIX
- Escrito por Adoración González Pérez
- Publicado en Historalia

Desde el uso y consumo de azúcar en la Antigüedad, en lugares de India y China, está presenta la caña de azúcar y la remolacha de gran aporte para los alimentos, en expansión por Próximo Oriente, la cuenca mediterránea, península Ibérica y a las Américas. Los árabes la propagaron por Asia Menor, Europa oriental y la trajeron aquí hacia el siglo IX. Se encuentran ya en el siglo XI plantaciones de caña de azúcar en zonas húmedas y acequias del litoral levantino y andaluz. El cultivo de la caña de azúcar fue llevado por los españoles a partir de 1493, cuando se levantan las primeras plantaciones en Santo Domingo. Los métodos de obtención, conocidos como moliendas consistían en un sistema de comprensión de la caña con unos cilindros de hierro, también denominados ingenios. El procedimiento era complejo y pautado: desde la molienda de la caña, el prensado y clarificación de los jugos, la eliminación de impurezas, cristalización, purgado y producto depurado y muchas tareas más que no podemos detallar ahora para no extendernos demasiado.
Como ejemplo de economía tecnificada destacaba la disposición de los mecanismos en los que eran necesarios recursos y energías diversificadas, molinos de tracción animal, o motrices hidráulicas y eólicas, hornos y calderas, maderas y bosques y elementos de hierro dentado que empezaron a incorporarse a mediados del siglo XVII, anunciando ya una futura transformación del sistema fabril, más depurada en la siguiente centuria y con testimonios del uso en tierras andaluzas. Lo cierto es que, en el engranaje de las máquinas acabaron por tener éxito los avances industriales, encabezados por la incorporación de la máquina de vapor y los motores eléctricos. Acompañado todo este desarrollo se mantuvo durante mucho tiempo un tráfico de esclavos, importante mano de obra y de enriquecimiento de los europeos, como ya es sabido.
España siguió recibiendo su suministro azucarero a través de las colonias antillanas, especialmente de Cuba. A mediados del XIX se dará un importante giro en las posiciones de producción, con fuerza en el área andaluza. Comenzaron a surgir nuevas fábricas que se irían adaptando progresivamente a las demandas del cultivo de remolacha, destacable en las últimas décadas del siglo. Los motivos del cambio vinieron tanto de las posiciones legislativas que se iban a aplicar con las Leyes de Reforma comercial respecto a las plantaciones americanas y por el ímpetu proteccionista de los gobiernos hacia la industria de la remolacha, sin que obviemos la lentitud del proceso, y que el prestigio colonial no habría de desaparecer
Esta incipiente modernización se vio afectada también por las circunstancias económicas del siglo que reflejarían en algunas zonas problemas derivados del bajo rendimiento o de la competencia entre propietarios, sin olvidar la cuestión de los aranceles además de algunas plagas recurrentes. Pese a las dificultades y a la competencia del producto americano o incluso europeo, a finales de siglo seguía siendo Andalucía la adelantada en número de construcciones por las provincias de Córdoba, Granada, Málaga y Almería especialmente, al tiempo que ya habían sido implementadas otras por el interior, en Aragón, Madrid y zonas de Castilla -La Mancha, Norte y Noroeste peninsular gracias al empuje de las sociedades azucareras. En una situación de expansión del cultivo y con los avances tecnológicos habrían de surgir otras fábricas, adosadas a mayores o menores conjuntos espaciales, a tierras de regadío o a recursos hídricos en otras regiones del país, directamente vinculadas al desarrollo de los ferrocarriles, aportando con esto un beneficio considerable a nuestro desarrollo industrial.
Al convertirse en uno de los productos de primera necesidad, la mayoría de los países comenzaron a investigar en otros métodos de obtención más baratos. Recordemos el caso francés de la época napoleónica, donde se llevó a cabo un impulso a la fabricación sobre la base de la investigación y la experimentación gracias a los descubrimientos de Benjamín Delessert. O el método de refinamiento ideado por un químico británico en 1813, calentado por vapor, que conseguía un ahorro en el combustible. Siguieron los avances en América del Norte, y las industrias modernas de mediados de siglo aplicaron ese sistema de evaporadores de efecto múltiple. En el camino de la investigación se planteó enseguida la necesidad de mejorar las fases de transformación industrial, con el condicionante del uso de nuevos recursos, lo que habría de modificar no solo el paisaje urbano sino el entorno natural, que iba a estar marcado en algunos casos por la deforestación y por el uso intensivo de las zonas de regadío. A las nuevas necesidades se unía el tema de la mano de obra y los costes de producción, a lo que cada país buscaba soluciones con mayor o menor éxito. En el terreno puramente tecnológico fueron las refinerías las que evolucionaron el sector en la producción de remolacha, empezando así un momento de alza en el mercado que podría explicar, entre otras razones, la presencia de estas fábricas en zonas poco propicias para el cultivo de la caña de azúcar. Estas empresas se verían afectadas, no obstante, por fluctuaciones económicas debidas a los aranceles y gravámenes, aunque no dejó de ser un sector en progreso en los últimos años del siglo XIX.
Es importante señalar el auge de los ingenios americanos y cómo muchos profesionales europeos se inspiraron en ellos, tanto para conocer su funcionamiento como para percibir un nuevo panorama de construcción y paisaje industrial. En regiones de Chile, entre otras, se desarrollaron industrias originales en las que se priorizaba le emplazamiento, la calidad de los terrenos y el uso de otros avances como el ferrocarril o las vías de comunicación y transporte marítimas que dinamizaban la red de mercados. Así quedaba establecida una importante relación entre esta industria, las ciudades próximas, los puertos y las instalaciones de cada refinería.
Hacia 1892 el Gobierno español protegió el desarrollo de la industria azucarera, pero se permitió la importación desde las Antillas, con distinta repercusión en cuanto a los beneficios por algunas zonas, como Canarias. La guerra de Cuba limitó mucho el mercado de exportación a España, pero se mejoró sustancialmente la capacidad productiva gracias al cultivo de remolacha.
Extracción, aplicaciones y modelos constructivos
En un interesante proceso de obtención y consumo, teniendo en cuenta que hasta bien entrado el siglo XVIII fue un producto de lujo y de coste caro, hubo algunos emprendedores anteriores que fueron abriendo el camino a esa revolución. Así bien conocido es el nombre de Oliver de Serres, reseñable en el campo de la agronomía, con sus primeros experimentos en una granja modelo en la ciudad de Pradel. Se publicó su Tratado de agricultura en 1608 y estudió las técnicas científicas acerca de cómo conseguir una nueva producción, los recursos de la sacarosa de remolacha y la transformación en azúcar cristalizada, aunque su obra no fue bien reconocida hasta el siglo XIX. En Alemania, hacia 1747, el químico Andrés Margraf adelantaba las posibilidades de la comercialización viendo los aportes de la sacarosa en la raíz de la remolacha como derivada de la acelga común. Después, Franz Carl Achard descubriría un nuevo modelo de extracción y se construye una primera fábrica en la región de Silesia bajo patrocinio de Federico II de Prusia. En el mismo tiempo se había levantado un ingenio en una localidad malagueña, Frigiliana, donde se producía miel de caña de azúcar. Los avances eran aún modestos y sobre estudios experimentales. La producción se mecanizó cada vez más, en 1750 Santo Domingo fue el primer productor de caña de azúcar, pasando luego a ser Jamaica donde se construyó un ingenio que empleaba máquina de vapor en 1768, hasta que Cuba tuvo el monopolio. En España existió una primera fábrica en Alcolea, según los estudios de M. J. Marrón Gaite, a iniciativa del Conde Torres-Cabrera y del farmacéutico López-Rubio Pérez, quienes animaron a la inclusión en la zona del sistema de fabricación y aprovechando la reforma arancelaria de 1868 dirigieron sus objetivos hacia la importación de azúcar de remolacha de Francia y Alemania, impulsados por la carrera de patentes de ese tiempo. Fue un verdadero campo de investigación para los agrónomos, en el estudio de los nuevos cultivos y en la carrera de patentes.
Dentro de este fenómeno industrial destacamos la presencia de un conjunto de establecimientos en algunos puntos de nuestra geografía, que sobreviven a duras penas ocultos tras las imparables transformaciones de las ciudades actuales. Sírvanos de ejemplo la imagen ilustrada de un antiguo grabado que se publicara en 1866 en la revista el Museo Universal, sobre la refinería azucarera situada en la localidad de El Escorial, al lado de la estación de ferrocarril y con otro uso en la actualidad.
A grandes rasgos, estos edificios adoptaban un modelo de planta rectangular sobre la que se elevaban al menos dos pisos, distribuidos en forma de galerías para la manipulación de las máquinas. Solían llevar anexas otras dependencias, como hornos de cal, secaderos de la pulpa, torres de filtros o cuartos de calderas, en un esquema sencillo que llegaría a ser más complejo en otras instalaciones según las sociedades inversoras. La construcción pudo emplear un modelo tipificado tradicional, denominado fabril o mixto, con estructuras de vigas verticales sobre las que se sustentaban bóvedas de fábrica, reforzadas con estructura de hierro para soportar las columnas de fundición y cubiertas de doble vertiente. En la mayoría de los edificios se mantuvo este tipo destacando siempre en el conjunto la chimenea. En los materiales se combinaba la mampostería con ladrillo en esquinas, pilastras e impostas, y los estilos solían adaptarse a los gustos del siglo, dentro de una combinación ecléctica que se acompañaba de motivos decorativos acordes a algunas construcciones del entorno. De especial significación fue así el uso de las estructuras de hierro y el forjado.
Tal vez por ser una arquitectura específica a este uso no demostraba otros lujos que los detalles puramente estructurales y del lenguaje material claramente realzado por la silueta de sus chimeneas. Pero fueron y son testimonio importante de un tiempo y un cambio significativo de nuestra industrialización que contribuyó a dibujar el paisaje de esas ciudades y localidades más modestas, señalando el valor de sus recursos energéticos, los transportes y redes de comunicación comercial, al localizarse junto a las estaciones de ferrocarril y a los incipientes espacios industriales que hoy conocemos como polígonos. Como solemos recordar, existen valiosos estudios realizados sobre este tema. Nos hemos basado en algunos datos que aportan autores como C.M. Palacio Jaén (2013) sobre la arquitectura industrial, de la Universidad de Zaragoza, o el de M.J. Marrón Gaite (2011) que presenta en la Revista de Estudios Geográficos, Vol LXXII, acerca de “La adopción de una innovación agraria en España: los orígenes del cultivo de la remolacha azucarera. Experiencias pioneras y su repercusión económica y territorial”; o el de F.J. García Ariza, en su interesante tesis (2015) “Orígenes y consolidación de la sociedad azucarera antequerana 1890-1906, de la Universidad de Málaga; B. Portela García (2017) sobre La industria azucarera en España en el siglo XIX. El caso de la colonia de Santa Isabel de Córdoba, dentro de la Universidad de Córdoba, entre otros para el interés de otros estudios.
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