La lucha por la emancipación de la mujer en el siglo XIX
- Escrito por Eduardo Montagut
- Publicado en Historalia
Las mujeres de la burguesía comenzaron a organizarse en torno a la lucha por el reconocimiento del derecho al sufragio, lo que explica su denominación como sufragistas, en la segunda mitad del siglo XIX. Pero las sufragistas no solamente lucharon por los derechos políticos de las mujeres, sino también por la igualdad en otros aspectos y campos. Dieron prioridad a la lucha por el voto porque consideraban que una vez conseguido accederían a los parlamentos y podrían cambiar las leyes e instituciones. Aunque las principales sufragistas pertenecían a la burguesía, como hemos señalado, defendieron los derechos políticos de todas las mujeres, aunque las relaciones con las feministas socialistas nunca fueron fluidas, ya que, aunque éstas también eran partidarias de la lucha por el sufragio, acusaban a las sufragistas de defender, en última instancia, el dominio de la burguesía.
En Europa, el movimiento sufragista británico fue el más activo. En 1869, John Stuart Mill escribió La sujeción de la mujer y presentó la primera petición a favor del voto femenino en el Parlamento, comenzando, de ese modo, una larga serie de iniciativas políticas a favor de las mujeres. Sin embargo, los esfuerzos dirigidos a convencer y persuadir al Parlamento inglés de la legitimidad de los derechos políticos de las mujeres provocaron burlas e indiferencia en verdaderas campañas mediáticas con contenidos muy despreciativos hacia las sufragistas. En consecuencia, el movimiento sufragista dirigió su estrategia hacia acciones más radicales.
En el año 1903, Emmeline Pankhurst fundó en Londres la “Unión Social y Política de Mujeres”, cuyas militantes protagonizaron muchas acciones: protestas, manifestaciones y huelgas de hambre, siendo pioneras en unos métodos de lucha que, posteriormente, adoptarían otros colectivos. La represión fue muy dura con ellas; la propia Pankhurst fue detenida y condenada a tres años de cárcel y de trabajos forzados, acusada de “actividades contrarias a la seguridad y estabilidad del pueblo inglés”.
La Primera Guerra Mundial fue un factor muy importante en la historia del proceso de emancipación de la mujer, ya que los Estados necesitaron el concurso de las mujeres en las fábricas ante la evidente escasez de mano de obra masculina. En el caso concreto del movimiento sufragista británico, se produjo una reconciliación entre éste y el Gobierno. Nada más producirse la declaración de guerra, Emmeline Pankhurst anunció la suspensión de las actividades reivindicativas hasta el final de la contienda. Las sufragistas negociaron con las autoridades y, en unos días, las activistas encarceladas salieron de prisión. Entonces, Pankhurst, fiel al pacto con el gobierno, se dedicó a impulsar el esfuerzo bélico, llegando a organizar una manifestación bajo el lema: “los hombres a luchar y las mujeres a trabajar; no seremos pisoteados por el káiser”. Además, apeló a los sindicatos para que permitieran la incorporación de las mujeres a los puestos de trabajo y su ingreso en las Trade Unions. El órgano del movimiento, La Sufragista, cambió de nombre por el más patriótico de Britania. Emmeline fue derivando hacia posturas muy conservadoras, como se puso de manifiesto en sus duras críticas hacia cualquier manifestación u opinión pública pacifista, especialmente las defendidas desde las filas del laborismo, mostrándose también muy crítica con el movimiento obrero y con el comunismo, que estaba triunfando en Rusia. Su hija, Silvia Pankhursth, también se destacó en el movimiento sufragista británico, pero vinculándolo más hacia una dirección progresista, frente a la deriva conservadora de su madre.
Al terminar la contienda, las mujeres habían desarrollado una clara conciencia de su importancia en la sociedad, especialmente en los países vencedores porque habían contribuido decisivamente al triunfo. El camino para conseguir el voto se estaba allanando en el Reino Unido, aunque, antes, en Nueva Zelanda se había conseguido en 1893, mientras que en Australia se logró en 1902. Las mujeres británicas mayores de 30 consiguieron el derecho a votar en el año 1918. En todo caso, hubo que esperar a 1928 para que se igualara la edad de las mujeres a la de los hombres para poder votar, es decir, a los 21 años. Las mujeres estadounidenses no pudieron ejercer el derecho al voto en elecciones federales hasta el año 1920, aunque en otro tipo de elecciones ya votaban anteriormente.
Por su parte, el socialismo utópico comenzó a interesarse por las mujeres, al reconocer la necesidad de la independencia económica de las mismas. Pero, por otro lado, los socialistas utópicos no fueron especialmente críticos con la división sexual del trabajo. En todo caso, su preocupación por la sujeción de las mujeres tuvo un gran impacto en su momento. Charles Fourier llegó a decir que la situación de las mujeres era un indicador clave a la hora de conocer el nivel de progreso y civilización de una sociedad. Otro aspecto que trató el socialismo utópico fue su crítica al celibato y al matrimonio indisoluble como instituciones represoras y causa de injusticias e infelicidades.
Flora Tristán dedicó en su obra Unión Obrera (1843) un capítulo a estudiar la situación de las mujeres. La autora mantenía la idea de que todas las desgracias del mundo provenían del olvido y del desprecio que habían sufrido los derechos naturales e imprescriptibles de la mujer. Flora Tristán defendió la importancia de la educación de las mujeres para el progreso de las clases trabajadoras por su influencia sobre los hombres como madres, hijas y esposas.
El marxismo ofreció una nueva interpretación sobre el origen de la opresión de las mujeres y una estrategia consiguiente para su emancipación. Friedrich Engels explicó en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884) que el origen de la sujeción que sufrían las mujeres no debía buscarse en causas biológicas, sino sociales, es decir, en la aparición de la propiedad privada y su apartamiento de la producción. La emancipación de las mujeres pasaría por su retorno al mundo laboral y por obtener la independencia económica. Pero el apoyo a la incorporación de la mujer al trabajo generó en ciertos pensadores y sectores del socialismo muchas críticas. Algunos se oponían al trabajo asalariado de las mujeres para protegerlas de la explotación, con no pocas dosis de paternalismo y también porque consideraban que podía aumentar el número de abortos y la mortalidad infantil. Pero el principal argumento para desentenderse de la emancipación femenina provenía del supuesto aumento del paro masculino, así como del descenso de los salarios al incrementarse la oferta de mano de obra al entrar la mujer en el mercado laboral. Auguste Bebel, en su obra La mujer y el socialismo denunció que no todos los socialistas apoyaban la igualdad de los sexos, además de defender la necesidad de abrazar también la causa de las trabajadoras, como común a la de toda la clase obrera, convirtiéndose en un texto de referencia del feminismo socialista.
Pronto constataron las mujeres socialistas que para muchos de sus camaradas de lucha y para las direcciones de los sindicatos y primeros partidos socialistas la cuestión femenina no era prioritaria. Eso provocó que comenzaran a organizarse, reuniéndose para discutir sus problemas. En este sentido, la figura de Clara Zetkin es fundamental. Creó una revista -Igualdad- y organizó una Conferencia Internacional de la Mujer en 1907. En la Segunda Conferencia, celebrada en 1910, consiguió que se aprobase la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Poco a poco, el socialismo europeo incorporó la lucha por la emancipación de la mujer a sus programas políticos y sindicales, pero no sin algunas reticencias y dificultades.
Otro aspecto interesante a remarcar en el seno del socialismo fue la postura que las mujeres socialistas tuvieron hacia las sufragistas. Aunque las socialistas apoyaban fervientemente la lucha por el reconocimiento del derecho al voto, dada la importancia que el socialismo otorgaba y otorga a la lucha política frente a la opción anarquista, también consideraban a las sufragistas como enemigas de clase por su origen burgués, y las acusaban de olvidar la situación de las obreras. Por otro lado, la fuerza del mensaje y la infraestructura del movimiento sufragista atraían a muchas obreras, por lo que uno de los objetivos de las socialistas fue intentar romper ese entendimiento.
El anarquismo no precisó teóricamente la cuestión de la igualdad entre los sexos. Proudhon mantuvo una postura antigualitaria al defender la idea de que no contemplaba el destino de la mujer fuera de la familia y el hogar. Pero también es cierto que el anarquismo contó siempre con numerosas mujeres y hombres que lucharon por la igualdad. Una de las ideas claves que guiaron a muchas anarquistas, fruto del acusado individualismo del anarquismo, fue que las mujeres se liberarían gracias a su propia fuerza y esfuerzo individual. De poco valdría el acceso al trabajo asalariado si las mujeres no eran capaces de vencer el peso de la ideología tradicional en su interior. Así pues, se puso el énfasis en vivir de acuerdo con las propias convicciones. Las anarquistas propiciaron verdaderas revoluciones en la vida cotidiana propugnando que las mujeres fueran libres. La libertad debía regir la relación entre los sexos. Su rebelión contra el Estado, la Iglesia y la autoridad llevó a las anarquistas a no dar ninguna importancia a la lucha por el voto de las sufragistas, pero también a criticar con dureza la intervención del Estado en la procreación, la educación y cuidado de los hijos, defendida por el marxismo.
Eduardo Montagut
Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.
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