Pedro Sánchez y el Resolute Desk
- Escrito por Manuel Peinado Lorca
- Publicado en Opinión
Invitado por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, con el que se reunirá en el Despacho Oval, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, viajará mañana a Washington.
Con los grandes ventanales del Ala Oeste como telón de fondo, el Despacho Oval gira alrededor del escritorio presidencial, que, rescatado de un desván por la glamurosa Jacqueline Bouvier, hizo famoso una fotografía del presidente John F. Kennedy con su hijo John John saliendo por debajo de la mesa. Esta es la breve historia del escritorio presidencial, alias Resolute Desk.
En el «Relato de una expedición repleta de acontecimientos del buque explorador HM "Resolute" a las regiones del Ártico en busca de Sir John Franklin y las tripulaciones de los buques exploradores desaparecidos HM "Erebus" y "Terror", 1852, 1853, 1854», publicado en 1857, George Frederick M'Dougall, capitán del buque explorador Resolute describió con precisión todos los desafortunados sucesos que acontecieron a la nave que comandaba en la que resultaría su última singladura en la azarosa búsqueda del capitán sir John Franklin y de su desdichada tripulación.
El capitán Franklin fue uno más de los muchos marinos cautivados por el mito del Paso del Noroeste, una de las leyendas que, como el canto de las sirenas, Mobby Dick o la isla del fin del mundo, atrapaban la imaginación de los navegantes a la búsqueda del ignoto estrecho de Anián, el nombre que en los siglos XVI y XVII fue utilizado para designar la porción más angosta del paso que debía comunicar el Atlántico con el Pacífico. Holandeses, portugueses y españoles, Colón incluido, intentaron encontrarlo en vano.
Esa ruta próxima al Polo Norte debía existir y para Inglaterra resultaba tan vital que en 1745 el Gobierno ofreció una enorme recompensa de 20 000 libras a quien encontrara el paso. Tanto la gloria como la cuantiosa suma espolearon numerosas expediciones por el Ártico. En 1845, Franklin, que estaba ya en el ocaso de su carrera y seguía obsesionado por encontrar el Paso del Noroeste, consiguió que el Almirantazgo financiara una expedición destinada a navegar por ese territorio inexplorado.
Franklin, que tenía detrás un pasado con grandes hazañas, incluido el haber participado en la batalla de Trafalgar como oficial de señales del HMS Bellerophon, es uno de los grandes héroes de la historia de la exploración. Realizó cuatro expediciones al Ártico, tres de ellas como comandante. Fue segundo de a bordo de una expedición hacia el Polo Norte en los buques Dorothea y Trent en 1818, y líder de otras dos por el interior y a lo largo de la costa ártica canadiense en 1819-1822 y 1825-1827.
En mayo de 1845 Franklin zarpó al mando de 133 hombres en dos barcos legendarios, el Erebus y el Terror, que habían protagonizado una de las expediciones navales más ambiciosas de todos los tiempos, y emprendieron entonces su última y definitiva singladura.
El 28 de julio de 1845, la última vez que los avistaron unos balleneros americanos, ambos barcos navegaban confiadamente al oeste de Groenlandia, en la bahía de Baffin, dirigiéndose a la entrada del estrecho de Lancaster. Pasarían diez años antes de que se volvieran a tener noticias de ellos y, como cabía esperar, no eran buenas: atrapados por los hielos en el Ártico canadiense, los barcos se abandonaron a su suerte y toda la tripulación sucumbió vagando sin rumbo por la inmensa, oscura y tenebrosa soledad de la banquisa.
Presionado por la opinión pública y por la campaña que promovió su mujer para rescatarlo, en 1850 el Almirantazgo compró el mercante Ptarmigan, lo alistó como buque de guerra, reforzó su casco con cobre y lo rebautizó con el nombre de Resolute. Ese mismo año zarpó de Londres con otros cinco buques en una flotilla mandada por el almirante Edward Belcher en busca de lo que quedara de la expedición Franklin. Debido a los hielos, la flotilla no pudo pasar de la entrada del estrecho de Lancaster y regresó a Inglaterra.
Cinco años después, el Resolute, con otros tres barcos y con Belcher de nuevo al mando, partió otra vez a la búsqueda de Franklin. La flota se dividió y el Resolute, junto con el Intrepid, se adentró en el canal de Lancaster hasta las costas de la isla Melville, en donde los dos barcos tuvieron que guarecerse para invernar.
El rastreo siguió el verano siguiente sin ningún resultado. La flotilla Belcher hubo de invernar de nuevo después de intentar atravesar los hielos árticos. Al llegar el verano de 1854, Belcher, al que para entonces ya no le cabía la camisa en el cuerpo, decidió abandonar cuatro de los buques y con las tripulaciones a bordo de un solo velero, el North Star, emprendió el regreso a Inglaterra. Los 263 hombres de la expedición llegaron a puerto inglés a principios de septiembre. Sin novedad, pero con deshonra. Belcher fue condenado por cobardía y apartado del servicio.
Un año después, en 1855, el ballenero americano George Henry encontró al Resolute, convertido en buque fantasma, navegando a la deriva a casi dos mil kilómetros al este del lugar en donde había sido abandonado. Remolcado a New London, Connecticut, el Gobierno estadounidense lo compró, lo reparó y lo devolvió a Inglaterra. Y allí, en los muelles ingleses de Chatham, quedó atracado hasta su desguace en el año 1879.
Al finalizar el desguace, la reina Victoria ordenó que con la teca de parte del maderamen se construyera una mesa que regaló en 1880 al presidente Rutherford B. Hayes. Quince presidentes no le hicieron ningún caso y el escritorio permaneció en el desván de la Casa Blanca durante ochenta años.
En 1961, la avispada Jacqueline Kennedy decidió que el elegante mueble se trasladase al Despacho Oval. Y allí sigue, con doce presidentes a sus espaldas, demostrando una solidez envidiable: si aguantó a Donald Trump puede soportar cualquier cosa.
Manuel Peinado Lorca
Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.
En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.
Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).
En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.
En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.