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Henry David Thoreau, un pensador decimonónico, estadounidense, muy actual, disidente, rebelde, pionero de la desobediencia civil, preservacionista…


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Fui a los bosques porque quería vivir solo, deliberadamente, para afrontar los hechos esenciales de la vida, ver si podía aprender lo que tenía que enseñar y no descubrir, a la hora de la muerte, que no había vivido.

Walden (La vida en los bosques- 1854)

Henry David Thoreau

Sin el menor margen de duda, Henry David Thoreau (1817-1862) es una caja de sorpresas. Murió a los 45 años, en medio de un desconocimiento casi generalizado, salvo un reducido círculo de amigos. Durante mucho tiempo permaneció sepultado bajo una losa de olvido. Sin embargo, a partir de los años setenta del siglo pasado y, sobre todo, con la visibilidad de los movimientos alternativos, ecologistas y medio-ambientalistas y, con la asunción de que si no logramos ponerle freno a la degradación del Planeta… está en peligro la vida y el futuro de la humanidad. Su figura ha emergido con potencia y vigor convirtiéndose en un pensador de referencia. Me parece relevante, a este respecto, que al irrumpir en el panorama internacional, no sólo académico sino social, los planteamientos ecocríticos… puede decirse que se descubrió o redescubrió a Thoreau, se editaron y comentaron sus obras y se le reconoció un carácter precursor de muchos patrones ecologistas.

Este pensador interesado por cuanto le rodeaba, solitario, valiente y que supo enfrentarse a las injusticias, está suscitando un enorme interés por parte de diversos sectores concienciados. Algunos, con cierta exageración, lo consideran uno de los padres fundadores de la literatura estadounidense.

Fue un escritor con un estilo claro, conciso y directo, cuyas opiniones, sobre la Naturaleza, la lucha contra la violencia ejercida sobre los más débiles y el valor cívico de la desobediencia, son muy acertadas, casi imprescindibles para apreciar el alcance de sus ideas y el que su pensamiento sea tan valorado, de un tiempo a esta parte, entre nosotros.

Comencemos destacando que se le ha considerado uno de los precursores de las prácticas de desobediencia civil. Debe ponerse en valor que criticó ardorosamente la corrupción. Hay quienes consideran que existen vínculos entre su ideología y concepción del mundo, con algunos supuestos del pensamiento libertario.

En cierto modo, se le puede considerar un hombre hecho a sí mismo. Estudió a los clásicos, filosofía y matemáticas. Lector ávido fue mucho más que un teórico. Utilizó los conocimientos para llevar a la práctica investigaciones y proyectos innovadores. Un dato que merece ser destacado es que abandonó un puesto de profesor a las pocas semanas por negarse a infringir castigos corporales que le repugnaban. Fundó, junto con su hermano, la Concord Academy, donde incluyeron prácticas pedagógicas innovadoras como paseos por la Naturaleza para que los alumnos aprendieran a convivir con ella y a conocerla.

Es inevitable que vengan a la memoria las excursiones que Francisco Giner de los Ríos introdujo en las prácticas educativas de la Institución Libre de Enseñanza, para que los alumnos se familiarizaran con la Naturaleza y tuvieran un conocimiento directo y empírico, al margen de la formación o deformación, exclusivamente libresca.

Hacia las cosas con sencillez… con sobriedad. Me parece que no es descabellado establecer relaciones de afinidad entre su concepción de la Naturaleza y algunas líneas del pensamiento de Baruch Spinoza.

Despreciaba los discursos arrogantes, enfáticos y retóricos al uso, era partidario de observar directamente la realidad, de palparla y de extraer por sí mismo conclusiones al margen de todo tipo de monsergas vacías y metafísicas.

Buscaba la tranquilidad, la serenidad de espíritu y era capaz de domesticar el desengaño con su sentido particular del humor, lo que reconocerán que es meritorio. Se sentía solidario con los excluidos y afrontaba riesgos por practicar con coherencia sus ideas. Sus firmes convicciones antiesclavistas, por ejemplo, no sólo eran teóricas.

Su madre fue abolicionista y en su casa se acogía a esclavos fugitivos. Eso no era todo. Buen conocedor del terreno, lesacompañaba hasta la frontera de Canadá para ponerlos a salvo.

Estas prácticas solidarias de coherencia y dignidad atraviesan el tiempo y llegan hasta nuestros días. Por desgracia hoy como ayer, se tiene miedo de los testigos incómodos y se procura silenciarlos. Las posturas valientes son calificadas de osadas o temerarias y en la regresión que estamos viviendo, algunos personajes públicos de cariz totalitario, se apresuran a devolver los disfraces democráticos al baúl de los recuerdos, como si de reliquias sentimentales se tratara.

Como vengo sosteniendo, las obras de Henry David Thoreau cada día interesan más y a más personas. Afortunadamente, ya han transcendido los círculos minoritarios y tienen más lectores cada día. En nuestro país, sin ir más lejos, aunque no se han traducido todas sus obras, la Editorial Errata Naturae es quien más esfuerzos ha hecho, ya que ha puesto en nuestras manos Walden, Cartas a un buscador de sí mismo y Desobediencia (Antología de ensayos políticos), entre otras. De estos ensayos, aunque breves, quisiera señalar algunos de mis preferidos, cuya lectura permite aproximarnos a su pensamiento: La barbarie de los Estados civilizados, Desobediencia civil y La esclavitud en Massachusetts.

Ha sido considerado como un filósofo, como un pensador que, aunque notablemente heterodoxo, investiga en sus páginas, especialmente la Naturaleza y la condición humana. Me parece relevante que considera la Naturaleza como “el signo exterior del espíritu interior”, lo que por cierto, no anda tan lejos de la consideración de Karl Marx, que la conceptualizaba con “el cuerpo inorgánico del hombre”.

Hoy cuando vivimos un periodo de fuerte desafección hacia la política es un buen antídoto leer sus páginas, donde se encuentran motivos por los que luchar e indicaciones de cómo hacerlo sin adoptar la menor actitud mojigata, sino convenciendo o pretendiendo convencer, a través del ejemplo.

Un tema espinoso, claro está, es el de la violencia. Sus reflexiones sobre el monopolio de su uso por el Estado y su legitimidad son de un notable interés y actualidad.

Vivía de forma austera y consideraba que había que prescindir de muchas cosas superfluas para alcanzar la libertad.

Considera que cuando una ley es injusta hay que oponerse a ella, eso sí, aceptando las consecuencias que se desprenden de esa acción. Así, cuando un recaudador de impuestos le exigió determinadas cantidades se negó a pagar, alegando que estaba en contra de la guerra entre México y Estados Unidos, ya que era una forma indirecta de anexión de carácter imperialista; igualmente no quería que sus impuestos sirvieran para alimentar el esclavismo. Esta experiencia le empujó a pronunciar una serie de conferencias, en torno a los derechos y deberes de los ciudadanos, en relación con el gobierno. Creía con firmeza en el autogobierno.

Animo a los lectores a leer o releer las páginas de Desobediencia civil, que es un texto que fue cobrando forma y creciendo con los apuntes de esas conferencias, donde expone y razona sus ideas políticas, que “los bien pensantes” consideraban transgresoras. Igualmente opina que los gobiernos no deben gozar de más poder que aquel que libremente los ciudadanos están dispuestos a “cederle”.

Sus concepciones de resistencia pasiva, han ejercido una influencia en políticos, reformadores y líderes del pensamiento no violento. Me limitaré a citar a Leon Tolstoi y Mahatma Gandhi que fueron seducidos por sus acciones sociales, su combatividad y el fuerte contenido moral de su pensamiento.

Otro rasgo de su carácter es el fuerte individualismo. Supo pensar en soledad y, al mismo tiempo, ser solidario con los perdedores de su época, apoyar a los más vulnerables y dar con su ejemplo testimonio de que las cosas pueden ser de otra forma, si nos empeñamos, con todas nuestras fuerzas en que así sea.

Hoy, es un clásico que nos ha dejado como legado sugestivas paginas, que buscan unas condiciones sociales más justas y que considera a la educación una poderosa palanca para impulsar reformas que dignifiquen la condición humana… y que presten estimulo y ayuda a quienes se esfuerzan por abandonar las tinieblas de la ignorancia.

Quienes opinan, hipócritamente, que sus ideas eran quiméricas y que se trataba de un iluso, desconocen que la historia es el escenario de realización de la utopía. En cada época, en cada momento histórico hay espíritus sensibles capaces de detectar con inteligencia “el malestar” que ocasiona el abuso de poder, la explotación y el afán desaforado de lucro.

Henry David Thoreau acostumbraba a decir, alto y claro, lo que pensaba y, lo que es más importante, pensaba lo que decía y cuidaba, asimismo, la forma más adecuada de transmitirlo.

Este modo de proceder cobra especial importancia en medio de tanto ruido y confusión, donde la mayoría de las veces, quienes debían contribuir con su esfuerzo intelectual a que los ciudadanos puedan formarse una opinión sólida y veraz sobre aspectos políticos, sociales y culturales de relieve, se dedican al lamentable espectáculo de hablar por hablar y de confundir interesadamente argumentos con consignas. Luchar en pro de los derechos civiles era y, sigue siendo, una opción valiente y con vocación de futuro, aunque a quienes así actúan, los servidores del poder establecido de turno los suelen calificar, para desprestigiarlos, de funámbulos, temerarios que hacen equilibrios en el alambre… e incluso de enemigos del pueblo… y hasta de terroristas.

Otra faceta de Thoreau que merece destacarse es su pasión por los viajes. Sus lecturas, de: El viaje de Beagle de Charles Darwin, es un buen ejemplo de ello. Sobre todo deben ser tenidas en cuenta sus propias experiencias, explorando la Naturaleza y, adentrándose por territorios desconocidos. Sus comentarios tienen una enorme fuerza descriptiva.

Ávido lector apreciaba los libros de viajeros y pioneros de diversos países y momentos históricos como Magallanes o Cook sin olvidarse de Livingston y Burton. Quizás sus autores predilectos fueron los adelantados que se atrevieron a internarse en las Montañas Rocosas.

La imagen que tengo de él es la de un hombre inquieto, en permanente interacción con su entorno natural y social, que iba más allá de los convencionalismos de la época que le tocó vivir. Lamenta profundamente, la destrucción de diversas especies de la flora indígena, lo que suponía un atentado a la biodiversidad cuyas consecuencias se demostrarían con el paso del tiempo, sencillamente devastadoras.

Sus experiencias viajeras las plasmó en textos como A yankee in Canada o Cape Cod, donde mezcla la narración de los lugares por los que transcurre su itinerario con una admirable precisión geográfica con reflexiones filosóficas e históricas.

Murió víctima de la tuberculosis, con una gran entereza. Se fue apagando lentamente mientras revisaba sus escritos una y otra vez. Está enterrado en el cementerio Sleepy Hollow, Concord en Authors 'Ridge.

Es de destacar que su memoria cuenta con algunas biografías interesantes y rigurosas. Permítaseme que cite Thoreau el poeta naturalista, (1873) de William Ellery Channing, buen amigo que le acompañó en alguno de sus viajes. Tiene el indiscutible mérito de que fue la primera y de que es apasionada y veraz.

Hay que congratularse de que pensadores como Henry David Thoreau hayan visto reconocidos sus esfuerzos y hoy disfruten de la popularidad que se les negó en su día.

Es significativo que cuando tanto se habla de transición ecológica, de la gravedad de los problemas medio-ambientales que padecemos y de cómo el Planeta agoniza… sin que seamos capaces de poner remedio, hayamos vuelto los ojos a aquellos adelantados y pioneros que dieron los primeros pasos en esta lucha en la que hoy estamos inmersos y… que de momento vamos perdiendo.

No hay razón alguna para el optimismo. Predominan comentarios tan peligrosos y cínicos como que la verdad es lo que cada uno cree. Hasta este punto hemos llegado.

El reloj de arena se está agotando. Empezamos a ser conscientes de que habitamos un espacio ajeno y, tal vez un tiempo equivocado.

He pretendido, tan solo, trazar unas cuantas pinceladas sobre quien fue Thoreau y lo que le debemos. Cuando tanto se habla de ecología y ética medio-ambiental, es decente y obligado, reconocer quienes iniciaron la senda que conduce a la preservación de la Naturaleza… porque pese a todo, tal vez, no sea demasiado tarde.

Es urgente seguir haciéndose preguntas inquietantes pero de las que depende nuestro futuro, sabiendo que no existen de momento, respuestas convincentes ni siquiera consoladoras.

Surge en nuestro interior una voz imperativa que repite: ¡HAY QUE ACTUAR YA, NO HAY TIEMPO QUE PERDER! Sería una inmensa torpeza no escucharla.

Profesor Emérito de Historia de la Filosofía, Colabora o ha colaborado en revistas de pensamiento y cultura como Paideía, Ámbito Dialéctico, Leviatán, Temas de Hoy o la Revista Digital Entreletras.

Ha intervenido en simposios y seminarios en diversas Universidades, Ha organizado y dirigido ciclos de conferencias en la Fundación Progreso y Cultura sobre Memoria Histórica, actualidad de Benito Pérez Galdós, Marx, hoy. Ha sido Vicepresidente del Ateneo de Madrid.