Rigoberta puede hacer lo que quiera con Delacroix
- Escrito por Francisco Martínez Hoyos
- Publicado en Cultura

La pedantería de los que van de intelectuales puede ser infinita. Lo hemos visto hace poco con las críticas a Rigoberta Bandini por mencionar a Delacroix y su celebérrimo cuadro, La Libertad guiando al pueblo. Rigoberta, supuestamente, habría ignorado el sentido auténtico del lienzo, que no es una alegoría feminista. La mujer que enarbola la Tricolor, a fin de cuentas, no es sino la representación de Francia. Todo esto es cierto, pero los puristas olvidan un detalle esencial: una canción no es un tratado de histórico. Cuando trata de arte, la autora o el autor están en su derecho de apropiarse de una referencia histórica y reinterpretarla a su modo. Importa, por tanto, lo que la cantante quiso transmitir, no el propósito de Delacroix.
Los que claman contra el supuesto error histórico, harían bien en recorrer la historia de la literatura y el arte para comprobar que los clásicos son, ante todo, vida palpitante. No se trata de ser fieles a ellos de una manera servil sino de utilizarlos como trampolín para nuevas creaciones. En la Edad Media, el Arcipreste de Hita ya decía que quien supiera hacer versos podría enmendar los suyos o añadir otros nuevos.
Los ejemplos de reutilización imaginativa de referencias ajenas son incontables. ¿Vamos a criticar a Picasso, por ejemplo, porque sus lienzos sobre Las Meninas no se ajustan a lo que Velázquez trató de reflejar? El Ulises de Tennyson, el poeta victoriano, tampoco es igual que el de Homero: más que pensar en una vejez tranquila junto a Penélope, no se conforma con ser el consorte de una anciana y sueña con nuevas aventuras. A su vez, Salvador Espriu utilizó el mito de Antígona, la heroína que desafía la ley para dar sepultura a su hermano difunto, para aludir a la Segunda República, también vencida. De esta forma, lo que escribió Sófocles en el siglo V a.C. se actualizó en función de las inquietudes del presente. ¿Anacronismo? De ninguna manera. Los clásicos son un espejo que nos devuelve la parte de nosotros mismos que deseamos destacar. Y, precisamente por su enorme riqueza, nos dan siempre aquello que andamos buscando. La mitología griega, sin ir más lejos, tanto nos invita a no trasgredir los límites, principio más que razonable si pensamos en los dramas ecológicos del mundo, como superar a cualquier barrera. ¿No podría ser Ulises el paradigma del inconformismo?
Un historiador debe explicar con seriedad lo que gente de otra época pensaba y sentía, pero este acercamiento al pasado no es el único posible. El artista, con los materiales que le proporcionan sus colegas de otros tiempos, puede y debe ir más allá de lo que se ha dicho, infundir nuevos significados, inventar símbolos. Tal vez Delacroix no pensara en hacer un canto a la libertad sexual, ¿y qué? Una obra no pertenece solo a su autor, también todos aquellos que la han mirado en el transcurso de los años y han visto cosas que el artista no llegó siquiera a intuir. Si tuviéramos que conformarnos con los sentidos originales, don Quijote, que en la novela de Cervantes aparece bastante ridículo, no sería el símbolo del idealismo que ha llegado ser. Aunque seguramente el manco de Lepanto solo se propuso escribir una parodia divertida de los libros de caballerías, eso no significa que nosotros no podamos añadir a sus criaturas lo que nos dicta nuestra propia subjetividad.
A Steven Spielberg, como a Rigoberta, también lo pusieron verde por tomarse demasiadas libertades como creador. En su caso, con película Hook, una inteligente revisión del mito de Peter Pan, convertido aquí en un hombre de negocios que ha olvidado quien fue. Tendrá que reencontrarse a sí mismo para salvar a sus hijos del temible capitán Garfio. Conseguida esta hazaña, se impone el regreso a la normalidad. Aunque a todos nos gustaría ser niños para siempre, crecemos, adquirimos obligaciones y tenemos que cumplir con ellas. Eso es lo que hace el personaje que encarna Robin Williams. ¿Es eso una traición al relato original? No, solo una forma legítima de recrearlo bajo una luz diferente.
No es necesario que nos pongamos límites innecesarios. Una ficción tiene sus propias leyes y sería estúpido matar la imaginación en nombre de un rigor mal entendido, solo para dar gusto a los que ofician de sumos sacerdotes de la cultura. Como si fuera de sus estrechas normas solo existiera banalidad. En La hija de Juan Simón, la famosa película de Antonio Molina, se explica a la perfección la diferencia entre la realidad y la fantasía. Si se está rodando el entierro de la chica, ¿a quien debe enfocar la cámara? Si se tratara de una ceremonia auténtica, el protagonismo sería, obviamente, para quien la oficia, el sacerdote. El problema es que no es a él al que quieren ver los espectadores. Por eso el director hace que Juan Simón ocupe el lugar preferente. En el arte, la necesidad dramática debe estar por encima de la estricta fidelidad a los hechos.
En los últimos tiempos, sin embargo, se tiende a exigir fidelidad histórica a lo artístico. Aparecen así esas horribles novelas con una bibliografía al final, como si fueran monografías científicas y la verdad literaria fuera idéntica a la verdad factual. Rigoberta, al mencionar a Delacroix, se ha hecho entender. Ha conseguido que pensemos en esa imagen tan icónica del Louvre y que, al hacerlo, no tengamos presente una abstracción, que es lo que en definitiva son todas las alegorías, sino en un cuerpo. Un cuerpo que exhibe su gloriosa desnudez como símbolo de Libertad. La canción, por tanto, ha encontrado el símil adecuado.
Francisco Martínez Hoyos
Francisco Martínez Hoyos (Barcelona, 1972) se doctoró con una tesis sobre JOC (Juventud Obrera Cristiana). Volvió a profundizar en la historia de los cristianos progresistas en otros estudios, como su biografía de Alfonso Carlos Comín (Rubeo, 2009) o la obra de síntesis La Iglesia rebelde (Punto de Vista, 2013). Por otra parte, se ha interesado profundamente en el pasado americano, con Francisco de Miranda (Arpegio, 2012), La revolución mexicana (Nowtilus, 2015), Kennedy (Sílex, 2017), El indigenismo (Cátedra, 2018), Las Libertadoras (Crítica, 2019) o Che Guevara (Renacimiento, 2020). Antiguo director de la revista académica Historia, Antropología y Fuentes Orales, colabora en medios como Historia y Vida, Diario16, El Ciervo o Claves de Razón Práctica, entre otros.
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