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La izquierda y la masonería en la Historia de España entre el siglo XIX y el XX. I


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Los historiadores nos acercamos a los temas de estudio por distintas razones. Una de ellas tiene que ver con la relación que hemos podido tener con los mismos o con sus consecuencias, aunque debemos hacerlo con distancia y serenidad. Este sería el caso del autor de este trabajo sobre la relación entre la masonería y la izquierda, dos mundos que tuvieron muchos roces, pero también muchas conexiones en la historia española, aunque no cómo contó, con notable éxito, el discurso reaccionario del antimasonismo, de larga gestación y desarrollo, con hondas raíces previas a la revolución liberal, y que culminaría en el conocido como el “contubernio”, diseñado al final por el franquismo. Lo que debemos dejar al juicio del lector es si se hemos conseguido o no realizar con distancia y serenidad el objetivo que nos planteamos.

Existe ya una amplia bibliografía con aportaciones sumamente estimulantes sobre las relaciones entre la izquierda -socialista, comunista y anarquista-, y la masonería en la historia contemporánea de España entre el último cuarto del siglo XIX y el estallido de la guerra civil. Las relaciones de las que podemos denominar como “izquierdas no burguesas” con la francmasonería no fueron idénticas, precisamente por el distinto carácter de cada una de estas tres ideologías. Por nuestra parte, pretendemos realizar un repaso breve sobre el estado de la cuestión y aportar algunas ideas, o más bien sugerencias, sobre cuestiones que nos parecen interesantes de estas relaciones.

El socialismo español comenzó su andadura con una visión muy negativa de la masonería en varios artículos de El Socialista. El primero de ellos debe enmarcarse en la posición particular que el PSOE tenía de la cuestión religiosa en la España de los últimos decenios del siglo XIX frente a la defendida por el anticlericalismo republicano. La raíz de la distinta concepción se encontraba en el hecho de que ataque a la Iglesia debía basarse en que era una institución que legitimaba el dominio de la burguesía y no en cuestiones estrictamente vinculadas al librepensamiento. En este sentido, la primera vez que los socialistas dieron su opinión sobre la masonería tuvo lugar a raíz del asesinato de Antonio Rodríguez García-Vao, uno de los redactores Las Dominicales del Libre Pensamiento publicación que había comenzado su andadura en 1883, fundamental semanario librepensador, y vinculado al republicanismo. García-Vao fue un abogado manchego y masón muy activo que se granjeó la inquina de los sectores más conservadores en plena Restauración borbónica. El socialismo español se defendió de la crítica que recibió por parte de los republicanos y librepensadores porque no se había sumado a la protesta general de fuerte contenido anticlerical por el asesinato, aunque lo lamentaba, en línea con la filosofía socialista de combatir todo tipo de terrorismo y de violencia contra las personas. En el artículo que se publicó en el periódico obrero el redactor explicaba que los socialistas no pertenecerían nunca a la masonería porque afirmaba que estaba compuesta por enemigos de la clase trabajadora. Luchar por el libre pensamiento, considerado un fantasma, era perder el tiempo, en línea con la postura oficial sobre el anticlericalismo socialista. Además, el redactor consideraba que se cambiaba el culto a Dios por el deísmo. La única religión contra la que debían luchar los trabajadores era la del “dios-capital”, y a la que rendía, siempre según el autor del artículo, verdadero culto la masonería y Las Dominicales.

Al año siguiente, la crítica a la masonería se vinculó más a las cuestiones políticas y no al librepensamiento, dentro de la intensa crítica que el PSOE desarrolló hasta 1909 contra el republicanismo, a pesar de existía en su seno una corriente, en línea con lo que pasaba en parte de Europa, que defendía la colaboración entre ambas fuerzas. Nos referimos a la polémica del otoño de 1888, y que se plasmó en dos números de El Socialista del mes de noviembre, correspondientes a los días 2 y 16. Los argumentos planteados tienen que ver con una interpretación obrerista y marxista de la supuesta utilidad o no de la masonería, además de plantear una profunda crítica hacia los masones republicanos.

La polémica surgió por la opinión del Partido a raíz de una noticia sobre la que que el semanario socialista se había hecho eco, y que se había publicado en un periódico republicano federal. Se había celebrado un señalado acto masónico con algunos miembros de la Casa Real, en el que se había otorgado el “mallete” de su grado 33 a la infanta doña María Cristina, en presencia de doña María del Olvido, hija del infante don Felipe, doña Rosario de Acuña, que como sabemos, fue una destacada escritora y periodista del cambio de siglo, republicana y avanzada defensora de los derechos de la mujer, junto con otras damas de la Corte, y los miembros del Gran Oriente Nacional de España.

Pues bien, los socialistas arremetieron contra la masonería a raíz de esta noticia, cuestionando el carácter revolucionario de sus miembros. No podría ser revolucionaria una organización que tenía entre sus más destacados hermanos al káiser Guillermo, azote de los socialistas alemanes, al rey italiano Humberto, también contrario a los socialistas de su país, o al príncipe de Gales. Formar parte de la masonería no era el medio adecuado para luchar por los trabajadores.

La crítica socialista iba dirigida directamente contra los republicanos, ya que el PSOE defendía el carácter burgués de los mismos, y los combatía por ello. No podían relacionarse con los socialistas, como probaba su vinculación en las logias con personajes de la realeza y defensores de la monarquía, cuando los primeros buscaban terminar con los privilegios. La masonería era un argumento más para criticar a los republicanos. La masonería solamente servía para poner juntos a unos y a otros, a Pi i Margall con Sagasta, o a Amadeo de Saboya junto con un republicano exaltado, por ejemplo. Los socialistas incidían en que eso era una contradicción profunda, porque los republicanos olvidaban sus convicciones para buscar beneficios y colmar vanidades. Tenemos que tener en cuenta que la fraternidad era un valor tanto para los masones como para los socialistas, pero si para los primeros valía de forma universal, para los segundos solamente podía existir entre iguales por su condición económica.

Esta diatriba contra los republicanos masones provocó la inmediata reacción. Damián Castillo, un miembro del republicanismo federal y masón, remitió al director El Socialista, es decir, a Pablo Iglesias, una carta, fechada el 4 de noviembre, sobre lo publicado en relación a los republicanos masones.

Castillo realizó una defensa de la masonería de una forma muy masónica, si nos permite la licencia, con mesura y aceptando sus debilidades y problemas internos, aunque siempre valorando su importancia y utilidad. Además, planteaba algo que siempre se ha discutido en masonería en relación sobre la influencia de la misma en el exterior, nunca como organización en sí, sino a través de los individuos con sus trabajos y acciones en el mundo profano, sin obrar en nombre de sus logias y obediencias.

El autor de la carta comenzaba su defensa de la masonería explicando que no era su objeto destruir el orden social según el método revolucionario. La masonería era defensora de la libertad, la igualdad y la fraternidad, aunque entendía que se podían quedar en meras fórmulas mientras subsistiesen la miseria, los privilegios, y el poder fuera el resultado de la ambición. Llegaba a admitir que en la masonería podría haber dignidades que no fuesen expertas y dignas.

Pero la masonería era una de las “manifestaciones o ruedas del progreso” más útiles. En su interior se habían generado pensamientos o ideas que se habían traducido en hechos útiles en el mundo profano. Esa era una poderosa razón para seguir dentro, siempre según Damián Castillo.

La masonería desarrollaría un método pausado, y con debilidades por su heterogeneidad. Pero Castillo abogaba por salir de los talleres para luchar contra instituciones anacrónicas y las trabas religiosas, frente a los abusos y para mejorar el bienestar de los obreros, aunque insistía que el método revolucionario, el que propugnaría el socialismo, no era el masónico, aunque los masones, como individuos podrían estar en el mundo profano al lado de la energía revolucionaria. Castillo terminaba rindiendo un homenaje a la masonería española, ya que muchos de sus miembros participan de esas fuerzas revolucionarias. No era una contradicción ser masón y revolucionario. La contestación partía de la compleja relación entre la realidad interna de los talleres y el mundo profano. La masonería no pretendía la destrucción del orden social, pero se generaba una contradicción, ya que, si dentro no se pretendía eso, fuera había masones que sí se enfrentaban a la injusticia, como defendía Castillo. Según este razonamiento, la masonería como organización era ineficaz.

Pero, sobre todo, la crítica partía de un principio muy marxista en relación con la idea de la lucha contra instituciones políticas y religiosas. No era el método adecuado de lucha, porque se dejaba intacta la verdadera causa de la injusticia, de la desigualdad, cuyo origen era económico. La redacción socialista concedía a la masonería un valor en favor del progreso frente a la intolerancia religiosa, pero eso no había trascendido en lo económico, no había producido ninguna mejora material para los trabajadores. Las libertades políticas y religiosas conquistadas no habían permitido una mejora evidente en la clase trabajadora, víctima de la existencia de la propiedad privada y su consecuencia, el salario. Toda escuela filosófica, política o económica que no atacase el origen de la desigualdad podría ser muy loable en su trabajo, pero no perseguía la verdadera emancipación social.

La masonería, en consecuencia, en aplicación del pensamiento marxista, era una contradicción porque, si en su seno cabían representantes de distintas clases sociales en una suerte de armonía jerarquizada, se rompía la conciencia y la lucha de clases, por lo que estaba deslegitimada para buscar la igualdad social.

El simbolismo masónico era tachado de ridículo y anacrónico. La masonería sería burguesa y un obstáculo para el progreso, por eso El Socialista se preguntaba qué hacían en su seno personajes, como el propio Castillo, porque perdían el tiempo. Como no servía para la emancipación social ni para la lucha de clases, era un espacio donde solamente se cultivaba la vanidad, la amistad o, a lo sumo, la ayuda entre sus miembros.

Nada más comenzar el siglo XX apareció el tercer trabajo claramente contrario a la masonería del socialismo español, aunque en La Lucha de Clases, el semanario socialista bilbaíno. Se trata de un artículo titulado “Masonería y Socialismo”. El autor, Eliseo Ibáñez, del que no hemos encontrado datos concretos de su compromiso político, opinaba que no era verdad que la masonería y el socialismo persiguiesen lo mismo, pero con métodos distintos. Se trataría de dos filosofías muy distintas en el fondo, mucho más que en la forma. Llegó a decir que la masonería era el pasado y el socialismo el futuro. Ibáñez valoraba el esfuerzo histórico masónico en su empeño por la libertad de pensamiento y las tiranías políticas, pero la estructura de la masonería ya no valía para la transformación de la organización social, ya que se circunscribía a un círculo estrecho, en alusión a los talleres y logias. Pero, además, consideraba que, con la excepción española, la mayor parte de los gobiernos de su época estaban compuestos por masones por lo que ya no servía para acabar con las tiranías. A la masonería solamente le quedaba un enemigo, el clericalismo. El socialismo, en cambio, combatía todos los tipos de tiranía. Pero, además, se insistía en el leit motiv de la crítica socialista a la masonería, y que tenía que ver con la cuestión económico-social. La masonería ayudaba al orden burgués y eso no podía casar con el socialismo.

 

Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.

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