El primer vuelo espacial cumple 60 años
- Escrito por Manuel Peinado Lorca
- Publicado en Historalia
El pasado 12 de abril se cumplieron 60 años del primer vuelo espacial protagonizado por el cosmonauta ruso Gagarin, el primer héroe de la Gran Carrera Espacial librada por Estados Unidos y la extinta URSS.
Todo el mundo sabe que Neil Armstrong fue la primera persona en pisar la Luna. La mayoría también sabe que no fue el primer hombre en viajar por el espacio. Alan Shepard allanó el camino para los astronautas estadounidenses el 5 de mayo de 1961, pero unas semanas antes, el 12 de abril, el cosmonauta soviético Yuri Alexéievich Gagarin había sido el primer hombre en orbitar alrededor de la Tierra.
El nombre de Gagarin, el gran héroe de la extinta Unión Soviética, está sólidamente anclado en la historia de los vuelos espaciales. Presentado como un triunfo de la enconada carrera espacial contra los Estados Unidos, el joven de 27 años, que había sido elegido solo tres días antes de la misión, pasó 108 minutos en el espacio, orbitó la Tierra y regresó después de un vuelo lleno de incertidumbres.
Entre la luna y las estrellas, bajo un cielo pletórico de belleza y misterio, envuelto en la noche inmensa que se desplegaba por el retazo del exuberante firmamento de primavera que columbraba a través de la escotilla, Gagarin encabezó los sueños de toda una generación infantil, la mía, que estuvieron encabezados por la perrita Laika, única tripulante del Sputnik 2, pionera en 1957 de una desgraciada pero inevitable serie de perros y simios astronautas que culminó con Yuri Gagarin, el primer simio racional en salir al espacio exterior la primavera de 1961, cuando yo aún no tenía ocho años.
Sello rumano de 1959 con la imagen de Laika (la leyenda dice «Laika, primera viajera al Cosmos»). Dominio público.
El cosmonauta soviético Gagarin, un piloto militar con cara de niño, se convirtió en el primer hombre en dejar la atmósfera terrestre para aventurarse en el espacio; fue el primero en ver el planeta como una hermosa esfera azul reflejándose en sus luminosos ojos del mismo color. Su viaje a bordo de un cohete ruso Vostok duró sólo 108 minutos en los que alcanzó la belleza suma y la felicidad.
Valió la pena. Al final de aquella expedición iniciática, el valiente Gagarin se había convertido en el hombre más famoso del mundo. De vuelta a la Tierra, su cara sonriente enmarcada en el casco con las grandes letras CCCP en rojo capturó los corazones de millones de personas de todo el mundo. De Europa a Japón, de la India a los Estados Unidos, personalidades de todo el mundo compitieron para estrechar la mano de aquel héroe que había descendido de los cielos.
A pesar de esta inmensa fama, poco se sabe acerca de Gagarin o de las personas excepcionales que estuvieron detrás de su espectacular vuelo espacial. Ese es el principal bagaje de Starman: The Truth Behind the Legend of Yuri Gagarin (Starman: la verdad detrás de la leyenda de Yuri Gagarin) de Piers Bizony y Jamie Doran, un libro que narra la odisea personal de Gagarin, su trayecto vital de campesino a icono internacional y su posterior declive personal cuando el personaje empezó a quedar sepultado bajo las presiones de la fama y su desencanto final con el régimen soviético.
El empeño del presidente Kennedy para poner un estadounidense en la Luna fue una reacción directa al triunfo de Gagarin, un hombre que, envejecido cuando apenas contaba treinta y cuatro años, ya había fallecido en un accidente aéreo cuando Neil Armstrong posó su bota izquierda en la superficie lunar el 21 de julio de 1969.
Nada hacía prever el destino de Gagarin. Nacido en 1934 en un pueblo campesino de la región de Smolensk, su padre quería que fuera carpintero como él. Durante la II Guerra Mundial se enamoró de los aviones tras ver un caza Yak averiado, y logró, a base de coraje y ganas, convertirse en piloto. Era robusto y atlético pero bajito, así que aquel piloto militar de sonrisa radiante volaba en los Mig 15 encaramado en un grueso cojín de lona. Era hábil y valiente, así que su destino estaba cantado: lo reclutaron para el secreto programa espacial y consiguió que lo eligieran para el primer vuelo. Tras pasarlas canutas en los entrenamientos, a sus 27 años el teniente Gagarin subió al cohete sin pizca de miedo y despegó del vetusto cosmódromo Baikonur. Era el 12 de abril de 1961 y el espacio ya no volvería a ser el mismo. Ni Gagarin.
Réplica del módulo espacial Vostok en el que viajó Gagarin. Creative Commons.
A Yura, como se le conocía familiarmente, le ocurrió lo que a otro gran piloto, Charles Lindbergh: se vio sobrepasado por la fama. Él, que casi había tocado con los dedos la bóveda celeste, no se acostumbraba a tocar el suelo. Caído del cielo, se hundió en el infierno del vodka y buscó refugio en las mujeres. De vacaciones en una dacha en Foros saltó desde la terraza de la habitación de una amante cuando su esposa, Valya, irrumpió en la alcoba pillándole en plena faena.
Cayó de mala manera y se causó serios daños en el rostro y en su prestigio. La sustitución de su gran valedor, Nikita Jruschov como Secretario General del Partido Comunista por Leonid Ilich Brézhnev, le supuso pasar a segunda fila. Pero él quería seguir volando y regresar al espacio. Se empeñó en ello y comenzó a pilotar reactores de última generación, los Mig-15 UTI.
Cuando se supo que el Mig que pilotaba en un vuelo rutinario se había estrellado cerca de Moscú el 27 de marzo de 1968, la jerarquía soviética decretó luto oficial; en privado, los suspiros de alivio casi podían oírse a través de los muros del Kremlin. Para entonces, aquel “Héroe de la Unión Soviética”, aquel “Héroe del Trabajo Socialista”, comenzaba a poner en duda los ideales con los que había sido educado y amenazaba con convertirse en un peligroso disidente. Anna Timofeyena Gagarina sorprendió a todos exigiendo que le abrieran el ataúd de su hijo en el funeral de Estado. Dentro había una bolsa de plástico con los restos irreconocibles del gran cosmonauta.
Entrelazada con la historia de Gagarin, Starman desvela el asombroso mundo que subyace detrás de las épicas escenas de la Gran Carrera Espacial, los entresijos del impresionante y altamente secreto programa espacial soviético, su audacia tecnológica, sus triunfos y sus desastres. Y entre ellos, me topo con la historia de otro cosmonauta, Vladímir Mijáilovich Komarov, el primer hombre que murió orbitando la Tierra. Pero esa es una trágica historia que puede leerse en este enlace.
Manuel Peinado Lorca
Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.
En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.
Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).
En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.
En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.