Memoria de los Jesuitas en América
- Escrito por Francisco Martínez Hoyos
- Publicado en Historalia

Cuando pensamos en las reducciones jesuíticas nos viene a la cabeza, inevitablemente, la película La Misión. Pero esta maravilla cinematográfica refleja más la mentalidad de unos teólogos de la liberación del siglo XX que la de unos religiosos en la época de las Luces. ¿Cómo eran los auténticos jesuitas que construyeron aquellas teocracias entre los nativos americanos? Para averiguarlo disponemos, entre otras fuentes, de la obra que ahora se reedita (Tugia, 2022), la Relación Historial de las Misiones de Indios Chiquitos que en el Paraguay tienen los Padres de la Compañía de Jesús, publicada en 1726. Su posible autor, Juan Patricio Fernández (1667-1733), pertenecía a la misma Orden y contaba en ese momento con una amplia experiencia de trabajo pastoral. No obstante, es posible que el texto reuniera, además de sus escritos, los de otro eclesiástico, el italiano Domingo Bandiera, si es que no fue este el único artífice de la crónica.
Desde el punto de vista de un jesuita hispano de principios del siglo XVIII, evangelizar significa sacar a los indios de las tinieblas del paganismo. No existía, por supuesto, nada parecido a la actual sensibilidad ecuménica. Religión verdadera solo podía haber una. Convertirse al catolicismo significaba abandonar el equipo de los “esclavos del demonio” para fichar por el de los “hijos de Dios”. Este era el beneficio principal que, según los españoles, recibían los indios, pero no el único. Tenían también la suerte de ser vasallos de un monarca tan poderoso como el Rey de España. La fe, en consecuencia, se presenta unida al nacionalismo. El problema, como los jesuitas reconocieron, era que el catolicismo no siempre se presentaba acompañado de los ejemplos de vida más edificantes por parte de los colonizadores. Esa fue la razón para que las reducciones se levantaran en lugares apartados, lejos de la influencia corruptora del hombre blanco.
Los religiosos podían estar convencidos de poseer el tesoro de la auténtica fe a la vez que exhibían cierta inquietud intercultural. Los jesuitas, más que otras órdenes, hicieron un notable esfuerzo por adaptar la doctrina de la Iglesia a la mentalidad de su público, con lo que hicieron surgir una variedad local de cristianismo. En Europa, esta voluntad pedagógica se contempló muchas veces con aprehensión. ¡La heterodoxia estaba a la vuelta de la esquina! Lo cierto, en cualquier caso, es que la Compañía de Jesús aplicó planteamientos de vanguardia. Sus miembros se preocuparon, entre otras cosas, de predicar a los americanos en sus propias lenguas. Semejante tarea no resultaba fácil dada la increíble diversidad que encontraron, con decenas y decenas de idiomas más diferentes entre sí que el castellano y el francés.
Los indígenas, por supuesto, veían el proceso de aculturación de muy distinta manera. Antes de la llegada de los europeos, acostumbraban a llevar una vida lúdica en la que la idea de una larga jornada laboral resultaba francamente descabellada. ¿Para qué sudar demasiado si el producto de la caza y de la pesca garantizaba la subsistencia? Mejor vivir al día, no obsesionarse por las hipotéticas necesidades del futuro, disfrutar del presente con música, juegos, fiestas... Tampoco resultaba concebible la idea de que el individuo se sometiera a algún tipo de autoridad. Según las crónicas españolas, cada cual era “señor de sí mismo”. Los indios chiquitos, en lo que ahora es Bolivia, no tenían más ley “que la que dicta su antojo”. Eso era así a nivel político y también en aspectos muy cotidianos: no existía, por ejemplo, el matrimonio indisoluble.
La irrupción de los misioneros presentó, para los indios, numerosos inconvenientes. Los españoles se esforzaron en sacarlos de sus bosques para “reducirlos” a la vida en un núcleo urbano, algo que, desde la óptica occidental, equivalía a civilización. El nomadismo, en consecuencia, debía convertirse en una sombra del pasado. Este cambio de vida debió tener su aspecto traumático, como evidencia la resistencia que encontraron los misioneros, que hablaron, con prejuicios evidentes, de “corazones obstinados” y “ánimos tan salvajes”.
De todas formas, el nuevo orden social ofrecía también indudables ventajas. Imbuidos de un sentido de la realpolitik, los americanos originarios preferían la tutela de los padres jesuitas a ser esclavizados por los portugueses. Forzados por las circunstancias, apostaron por el mal menor, lo mismo dispuestos a luchar que a utilizar las artes de la diplomacia. Esto no fue siempre bien entendido. Desde una concepción europea, parecían gente inconstante que ofrecía una doble faz, puesto que lo mismo ofrecían su alianza que evidenciaban su hostilidad. La queja del padre Fernández es muy expresiva a este respecto: “amigos de todos, aun de los españoles, cuando les está a cuento para sus intereses”.
¿Demostraba este comportamiento que los indios no eran dignos de confianza? Lo que refleja, más bien, es que poseían su propia agenda y que, aunque no hubieran oído hablar nunca de Maquiavelo, sí sabían practicar su doctrina puesto que les iba en ello la supervivencia.
Por lo que parece, la Relación Historial tuvo más éxito en el extranjero que en la propia España. En 1729 se tradujo al alemán y, cuatro años después, al latín. Los responsables de edición de 1895 se quejarían de que el libro había sido más leído en el extranjero que en España, hecho que viene a confirmar el triste destino de tantas crónicas sobre el Nuevo Mundo, que antes conocieron el polvo de las bibliotecas que una difusión más o menos decente. Increíblemente, el mismo país que había descubierto América mostraba -y muestra- un escaso interés por la historia del otro lado del Atlántico, que es tanto como ignorar un aspecto esencial de su propio pasado.
Francisco Martínez Hoyos
Francisco Martínez Hoyos (Barcelona, 1972) se doctoró con una tesis sobre JOC (Juventud Obrera Cristiana). Volvió a profundizar en la historia de los cristianos progresistas en otros estudios, como su biografía de Alfonso Carlos Comín (Rubeo, 2009) o la obra de síntesis La Iglesia rebelde (Punto de Vista, 2013). Por otra parte, se ha interesado profundamente en el pasado americano, con Francisco de Miranda (Arpegio, 2012), La revolución mexicana (Nowtilus, 2015), Kennedy (Sílex, 2017), El indigenismo (Cátedra, 2018), Las Libertadoras (Crítica, 2019) o Che Guevara (Renacimiento, 2020). Antiguo director de la revista académica Historia, Antropología y Fuentes Orales, colabora en medios como Historia y Vida, Diario16, El Ciervo o Claves de Razón Práctica, entre otros.