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La proliferación del servicio en el Madrid del Antiguo Régimen


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Grabado de una camarera o sirvienta con el servicio del chocolate, a partir de una pintura original de Jean-Étienne Liotard. / Wikipedia Grabado de una camarera o sirvienta con el servicio del chocolate, a partir de una pintura original de Jean-Étienne Liotard. / Wikipedia

Aunque solamente contamos con datos fiables sobre el número de criados y criadas para el siglo XVIII, es indudable que, se confirma la afirmación de Bennassar sobre la pasión por el servicio en España. Los archivos de protocolos españoles nos ofrecen una ingente cantidad de documentación para todas las épocas. Las razones son, creemos, de dos tipos. Una económica y otra más vinculada a cuestiones sobre la mentalidad.

La sociedad castellana del Antiguo Régimen era, como es sabido, eminentemente rural al concentrar la mayor parte de la población en actividades agrarias. El excedente de población que el campo no podía absorber por las peculiares características de explotación extensiva de la tierra marchaba hacia los núcleos urbanos en busca de una salida vital. Las épocas de crisis económicas aumentaban, indudablemente, este flujo. Por un lado, tenemos ya el origen de la oferta.

Por otro lado, la demanda obedecería tanto a razones de tipo económico-técnico como de mentalidad. El estado de avance tecnológico exigía una cierta concentración humana para muchos trabajos que se desarrollaban en el mundo doméstico. Para actividades no de tipo manual la explicación ya ha sido avanzada, la creciente complejidad de las casas señoriales o del propio monarca, exigía una estructura cada vez más extensa de personas encargadas de administrarlas.

Pero la servidumbre no solamente tenía una motivación económica y funcional, su mayor número y complejidad con sucesivos desdoblamientos funcionales de las actividades de domésticos y sirvientes obedece a la necesidad de apariencia que caracterizaba a la sociedad del Antiguo Régimen, hiperbolizada en el siglo del Barroco, aunque la centuria siguiente no parece que quedó a la zaga, como lo prueban los censos. Evidentemente la élite social nobiliaria desarrollaba esta mentalidad en su plenitud y podía materializarla mejor que otros sectores, aunque los que se van enriqueciendo con las actividades comerciales, principalmente, quisiesen imitarlos, también en este aspecto del servicio, haciéndose consustancial al ennoblecimiento e inversión de los capitales en tierras y privilegios, el contar con crecidas casas. Prueba de estos mimetismos sociales nos la ofrece la legislación suntuaria. Estas leyes buscaban, cada vez con menos éxito por la creciente movilidad social, marcar nítidamente los niveles sociales. Pero también, tenían una finalidad económica, es decir, controlar el despilfarro. En la cuestión de la de servidumbre se llegaron a extremos con abundantes ejemplos documentales y plasmación en las observaciones de viajeros y diplomáticos extranjeros, caracterizando ya a la sociedad hispánica con esa pasión por el servicio. Las restricciones de criados para el conjunto social y las reformas de las casas reales pretendían hacer economías a través de abolir actividades y tareas consideradas superfluas o acumulables a otros miembros del servicio.

Una vez explicadas las causas de la proliferación de criados y criadas en la España de Antiguo Régimen, debemos detenernos en las causas concretas de su especial extensión en Madrid.

Tradicionalmente, se ha considerado la estructura socioprofesional madrileña como peculiar por su condición de sede permanente de la Corte de los Austrias y de los Borbones. Efectivamente, este hecho posibilita un aluvión de nobleza, clero, poderosos y de burócratas que giran en torno al Rey. Por esa razón, es perfectamente explicable que proliferasen los criados, al converger los elementos más importantes de la sociedad en la Corte, empezando por el propio monarca. Datos para el siglo XVII no tenemos, pero los que nos aportan los del siglo siguiente nos dicen que ésta era la principal ocupación en Madrid. El Censo de 1787 así lo demuestra y aún sin contar en esta clase, la que en él aparece bajo el título de empleados del Rey. Esta última tiene un marcado carácter ambiguo, porque, por un lado, englobaba a aquellos burócratas en las oficinas del Estado, cada vez más sofisticadas, pero, por otro lado, englobaba a empleados en el Palacio real.

Las razones aducidas para el caso madrileño son constatables, a su vez, y, al menos para el XVIII, en los Sitios Reales en lo que se refiere al ámbito socioprofesional, en un mundo rural donde predominan las tareas agropecuarias de sus moradores.

Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.

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