Recaredo y su conversión
- Escrito por Emilio Alonso Sarmiento
- Publicado en Historalia
La muerte de Hermenegildo y de Leovigildo (según Isidoro, la del último de forma natural) ponía en manos de Recaredo (586-601) todo el poder del reino. Isidoro decía de él que era piadoso y dado a la paz y no a la guerra como su padre y, que llevó a toda la “gens” gótica a la verdadera fe. Y según Gregorio de Tours, estaba “tocado por la misericordia divina”. Esta fue la causa de la posterior amnesia de Isidoro, respecto a su participación en la lucha contra Hermenegildo. Amnesia que no fue gratuita y, obligó a Recaredo, a unir todas las fuerzas godas arrianas en la fe católica, la más numerosa. Sobre todo, porque había otros muchos problemas políticos que solucionar en el reino y, el monarca, un hombre quizá menos religioso que su hermano Hermenegildo, pero mucho más pragmático, al que las diferencias teológicas, que creaba el conflicto entre arrianismo y catolicismo, le debían importar un pito (al fin y al cabo, todo quedaba dentro del cristianismo) y, rodeado de estados católicos, comprendió la conveniencia política de la conversión (como vemos, la religión ha sido casi siempre, empleada como arma política). Sus antepasados habían sido capaces de relegar a un segundo plano, a dioses como Odín o Wotán, para establecer los pactos convenientes, con el gobierno imperial romano arriano, más fácil era acoplarse a un catolicismo, que compartía las mismas raíces religiosas que el arrianismo, que hasta entonces profesaban; consejo que, según alguna de las fuentes, había recibido de su padre Leovigildo.
Pero el paso a dar, implicaba también el acuerdo con su propia “gens”, lo que suponía convencer, con extrema diplomacia, a los godos arrianos, tarea que no fue fácil. Pero también tuvo que hacer pactos con la reina Gosvinta, a la que consideraba como su madre y, con sus clientelas y las de Hermenegildo, pero, sobre todo, con Leandro e Isidoro de Sevilla, con los reyes francos y el emperador de Bizancio. Se vio igualmente obligado, a devolver muchas de las posesiones, que su padre había confiscado y, a mandar ejecutar al asesino de su hermano, quien, quizá, no había hecho sino seguir sus órdenes.
En compensación a todo ello, Recaredo pudo llevar a cabo la consolidación de su reino, gracias a la fortaleza del Estado que había heredado de su padre, que había, como sabemos, conquistado muchos nuevos territorios y, asestado certeros golpes, a las inquietudes separatistas de las ciudades conquistadas. Pero a sus oponentes católicos, el pacto también les beneficiaba, pues si los obispos encaminaban a su pueblo, hacia la fidelidad a la monarquía goda, estos recibían, a cambio, las garantías del dominio ideológico, frente a paganos, heréticos y judíos. El catolicismo hispano, conseguía volver a los momentos en que, en el ya moribundo Estado romano, contó con el privilegio – ganado tras siglos de marginación y, algunas etapas de persecución – de ser considerado la religión del Estado, universal y única. A cambio, debía adaptarse a las circunstancias y, colaborar estrechamente con el poder establecido, política que inició, entre otros, Isidoro, enalteciendo al actual monarca.
Recaredo convocó primero un sínodo en Toledo, en el año 587, que terminó con la renuncia del clero al arrianismo, a cambio de conservar sus privilegios e, incluso, aumentarlos (¡la pela es la pela!) pudiendo sus miembros mantenerse en sus sedes, pero ahora como católicos. Aunque la previa conversión del monarca al catolicismo, fue puesta en duda, por el franco Fredegario. Y tampoco la reacción de algunas aristocracias godas, se hizo esperar, mientras desconocemos las reacciones, de la parte del pueblo godo, que se trasladó desde la Galia a las Hispanias. La primera reacción nobiliaria llegó el mismo año, encabezada por un tal Segga y, el conocido obispo de las “Vitas” Suna, que se saldó con el exilio del primero en Galicia, después de amputarle las manos y, el de Suna al norte de África. Juan de Bicarlo dejó constancia de varias rebeliones, entre ellas la de la reina Gosvinta y, el obispo arriano de Toledo, Uldila, que fue exiliado, mientras la reina moría sin que sepamos las causas, lo que demostraría una cierta oposición en la corte.
Pues eso.
(Continuará)
Emilio Alonso Sarmiento
Nacido en 1942 en Palma. Licenciado en Historia. Aficionado a la Filosofía y a la Física cuántica. Político, socialista y montañero.
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